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La derrota de La Victoria

La población la Victoria, la combativa, la nunca derrotada por el fuego de la dictadura; la población que tenía una identidad propia, más allá de sus casas desordenadas para los más conservadores, de emergencia para los arquitectos; esas eran muestras dignas para quienes lucharon por su derecho a un hogar. La Victoria, que siempre está al borde del precipicio, está nuevamente de duelo.

En las calles de la que alguna vez fuera un rojo amanecer; esas calles de nombres y momentos de la historia (como juntémonos en Carlos Marx con Clotario Blest… ¿cómo no hablar de historia popular?). Por ahí pasaron tantas personas haciendo carne la idea de comunidad, los trabajadores de MACHASA o la Yarur, o la empresa que fuera. En sus calles los camiones de los feriantes logran corcovarse hasta entrar en la casa con garaje improvisado. Esas calles que se cierran para poner la piscina para los cabros chicos de la cuadra o para alguna once del club de futbol. 

Las cabezas de los pocos viejos protagonistas de la historia cercana que aún viven entre sus chuecas cornisas, ahora bajan la mirada porque otro enemigo se cierne sobre ellos. Y este no tiene cuerpo.

Y es que lo que no pudo el genocida vestido de gris y oro de otros, lo están haciendo algunos que no se dan cuenta que el terreno que pisan ha sido en más de una ocasión, cubierto de la bendita sangre de los pobres que lucharon y siguen luchando. La verdadera tierra santa no es la de las iglesias, sino aquella que se consiguió a costa de la sangre de los pobres; pero aquí los perdedores de siempre habían alcanzado su Victoria (con mayúscula), ganaron un trozo de tierra para construir sus sueños, pero ahora se despiertan en las pesadillas del balazo lumpenar y el petardo que avisa que ya llegó. No se diga más.

Y es eso, la droga, ese tremendo mercado en expansión de activos y pasivos, que a su vez es también un subproducto neoliberal, se apodera de las calles que defendió Pierre Dubois. Se traga a los nietos y bisnietos de los que cruzaron en una fría y nubosa madrugada de octubre esa chacra para demarcar sus futuras casas. Muchos de esos abuelos ya no están, y, en un abrir y cerrar de ojos, el pipazo poblador engulle al nieto que creció pateando piedras, jugando en los pasajes y, ahora, esquivando balas del prepotente bling bling enceguecedor en el angustiado anochecer.

La Victoria, imagino, sería entonces una abuela típica chilena, de delantal sobre sus harapos que ella llama vestido. En las carteras (bolsillos) todo lo que se necesita para criar: los fósforos para la cocina, las llaves de la casas, el dinero para el kilo de pan que hace más soportable el crónico crujir de tripas, un pedazo de papel para limpiar los mocos, y tal vez la estampita que le regalo André que cuida como hueso de santo, clavado con una sola bala en la nuca, mientras leía la Biblia en medio de la trifulca de bototos y balas contra piedras demasiado proletas para hacer daño al blindaje que daba la impunidad.

A la abuelita Victoria le están faltando el respeto la cabrería nueva, sus nuevos nietos. Ya no se acuerdan de las veces que se subió al techo a tapar con nylon las goteras, tampoco recuerdan las tantas mañanas de carro Mowag flanqueándola por todos lados, para llevarse a cada hombre a la cancha para hacer el allanamiento debido para mantener el orden entre tanto subversivo que, obviamente, tiene cara de poblador. 

A los nuevos nietos de La Victoria se les olvidó su origen, el estar orgulloso de ser y estar en un lugar histórico, y lo quieren volver como en las películas que ven y la música que escuchan, esas donde el ser se convierte en tener, así con mayúsculas y faltas de ortografía, para que se vea más piante. Porque en la vida hay que brillar, a base de la ropa de marca, el auto caro y los excesos del trago y la droga. Vive rápido, muere joven. No importa si arrastras a otros.

La Victoria llora por sus muertos nuevamente, nunca ha dejado de hacerlo. Hace poco lo hizo por Francisca, quien murió por mostrar la verdad. Su bella cara adorna los altares populares de la población, como recordatorio de que no muere quien es recordado.

Pero La abuelita Victoria llora también de rabia, de impotencia por la desidia de los que pasan cada día hablando de los pobres en canales de televisión. Aquellos que dan respuesta fácil a temas más complejos, e inventan soluciones a costa, y no con, los y las pobladoras.

La Victoria es un símbolo. Lo fue de resistencia contra la tortura, la muerte, y sobre todo el hambre del sueño húmedo de Friedman que se volvía realidad en la angosta faja de tierra. Lo es ahora de la injusticia de esperar ser parte de la cueca rancia de la democracia en la medida de lo posible, o en la medida que los pobres aguanten. 

Y el triunfo es otro: es poner al pobre contra otro pobre. Como las antiguas peleas de gallo, el dueño del fundo se divierte con esas peleas, donde se despluman otros y gana él. El resto mira y se divierte y se alegra de no vivir ahí, con esos tan distintos (aunque me duela que en realidad son tan iguales).

Y es cierto, la pandemia acrecentó las brechas y nos mostró el rostro deslavado que realmente tenemos los jaguares de Latinoamérica. Y nos descubrimos más latinos que ingleses, más aporafóbicos y más proclives a caer en la miseria de la droga.

¿Por qué la droga es tan popular, en el sentido de que tantos la usan y se enganchan? ¿Qué se quema en esa pipa? ¿Qué sueños, frustraciones, rabias y dolores suben como incienso a un cielo carente de oídos que no escucha los pesares de sus sufrientes? ¿O será que existen peajes para que los ruegos lleguen a los oídos correctos?

Me parece abismal la desidia de haber abandonado los territorios más vulnerados, más empobrecidos, en busca de una máscara de país civilizado. Si sigo con la metáfora bíblica, al chileno Caín le van a preguntar dónde ha dejado a su hermano Abel, más este no responderá, porque esta pegado a la pantalla de su nuevo celular de alta gama y con los ojos desorbitados.

¿Se puede llevar la vida sabiendo que hay lugares donde esa vida poco importa? Me parece que Gaza no es más que un reflejo de lo que ocurre en cada lugar del mundo donde, por odio, por abandono o por desidia se da muerte a un niño. Nos horrorizamos por un caso, mientras obviamos la viga que nos nubla la vista.

Conozco personas en La Victoria que han luchado la vida entera por romper las cadenas invisibles de la precarización y la ausencia del Estado, ese que viene sólo en botas y nunca en libros. Conozco niños y niñas que podrían ser los doctores que me cuidarán o los constructores de sueños, pero que vienen con un ala con plumas cortadas que no dejan que vuelen. Y eso también es violencia.

Escandalicémonos por la violencia delictual que cobra en sangre pleitos de dudosa honra, pero de igual manera no volteemos la cara cuando reconozcamos la violencia institucionalizada y simbólica de lo que es, desde nuestras instituciones, nuestras acciones y omisiones, romper sueños porque se puede, porque son pobres o porque no tienen la cuota de poder que otros tienen.

La Victoria ha perdido una batalla, sí. Pero ha sido a vista y paciencia nuestra. Ella pelea y sigue peleando sola. Y si ha perdido, ha sido con la displicencia de quien ostenta el poder de mejorar las condiciones vitales de las personas, pero prefieren darse el lujo de perder tiempo defendiendo el rodeo. La Victoria ha sido derrotada, pero estoy seguro que sus pobladoras y pobladores se van a poner de pie una vez más, y una vez más, saldrán contra todo y todos, de esta lucha perpetua a la que han sido condenados, como Sísifo, por el dios que nos reina, con el signo de peso CLP por el que nos mide al final de nuestros días. Al final, ganarán ellos, los humildes, los olvidados, los nadie, porque al final ellos, somos nosotros. Y el “nosotros” edifica torres blancas de marfil, para que niños y niñas florezcan sin tener miedo al estruendo pueril que nos conquista hoy.

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

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Geraldina Theoduloz

Gracias Juan! He visto mucho en la vida y la desintegración social que describes en la Victoria está en todas partes. El capitalismo ganó la guerra….pero es mejor lo que se construiría sin capitalismo?….ningún país marxista es digno de ejemplo. Una vez conocidas las comodidades del capitalismo es imposible dejarlas. Cosa de mirar al actual gobierno….una cosa es como se habla y otra a lo aspiran, o, mirar a los “pobres”…..aspiran a ser de los más beneficiados del capitalismo, nunca pilar solidario, ni nada que atente contra sus imaginarios bienes. Me impacto mucho la muerte de Dubois hace 40 años y fui a dejar un cuadro que pinte a La Victoria. Lo firme “anónimo”, por miedo. No somos ni la sombra de lo que fuimos y las nuevas generaciones deben buscar su propio norte.

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