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La letra con sangre ¿entra?

A don Gabriel le penaban los fantasmas. No puedo verlo de otra forma. Las polvorientas calles de su población no eran aptas para la silla de ruedas motorizada que tenía. Necesitaba una 4×4, de esas grandes, capaz de superar cualquier obstáculo de pastelones rotos, botellas de vidrios rotos, caca de perro que no se recoge, hoyos y grietas en la vereda y en la calle; y las pozas de agua que aparecen en cualquier momento del año. Todo ello constituía una verdadera travesía que ni Ulises la padeció. Pero tenía una silla de ruedas con motorcito que le permitía, aunque destartalada, sortear los caminos que necesitaba para ir a comprar el pan y, trabajar en algo que no se supo, aunque intuyo que incluía algo de caridad humana del paseante de la feria que le sobra una moneda y la deja caer en el tarrito amarrado al carruaje inoportunamente honesto de la necesidad de este país.

Don Gabriel se encontraba en ese triste trono ineludible desde hace no sé cuánto tiempo. Desde que la diabetes le arrebatara las piernas, la libertad de movimiento, el trabajo y, finalmente, no hace mucho, la vida.

Los fantasmas que lo penaban eran las decisiones de su pasado. Según él, cuando hablábamos, recordaba un pasado de señales, misiones, identidades falsas y peligros de botas cuando no podíamos mirarnos a los ojos y decir si éramos o no del mismo lado.

Pero al venir la democracia made in Chile, con sus malls y sus parecidos a indonésicos felinos, su vida también cambió. Dejó la clandestinidad por el libro sagrado. Pero nunca pudo ser una buena oveja: tenía que obedecer ciegamente las ideas e interpretaciones cósmicas que no le hacían sentido a su guerrillero corazón. Se le ocurrió discutirle al pastor. Eso no caía bien en los nuevos círculos que frecuentaba. Pero poco le importaba. Sabía que después de esta vida de penurias bajo el desierto proleta de cemento agrietado y basura en cada esquina, en sus palabras llenas de fe, viviría enterito, con mis piernas buenas, como antes. A don Gabriel poco le importaban la seductora versión del evangelio según san Augusto que repartía su pastor. Don Gabriel tenía otras preocupaciones más urgentes, como pagar el arreglo de la silla a su amigo soldador al arco, que le ahorraba un presupuesto imposible para su pensión de… ¿supervivencia? Para eso, amigo mío, ¿me compra un número de esta rifa?

Cada atardecer, se dirigía a la pieza que arrendaba en el fondo de un pasaje, cerca de la vía del tren. Debió haber sido por eso que el arriendo lo podía costear; el ruidoso traca-traca, ensordecedor en la nocturna hora del pipazo lumpenar cerca de la línea que acoge a los angustiados de la pobla que se fuman su futuro en la oscuridad de la noche y de su alma, lo mecía al a hora de dormir. 

Por ahí quedaba su pieza, donde casi nunca, a excepción de alguna vez que pidiera un móvil para ir al Cesfam, lo llamaba por su nombre alguna persona que rompiera su solitaria noche de viejo combatiente derrotado por la fría modernidad.       

A veces siento que su vida se fue en sueños de otros. Vivió por las banderas de otros, ya fueran políticas o religiosas. Y no encontró un lugar para descansar su cuerpo de guerrero derrotado después de la batalla en esta sociedad que quiso defender y mejorar. Los gabrieles están por ahí, dispersos y ausentes de la memoria colectiva, y olvidados por nosotros, quienes, muy a la chilena, iniciamos nuestra vida democrática muy lejos de esos fantasmas que queremos poner debajo del polvoriento choapino que da la bienvenida a la casa de todos que nos impusieron y en la que nos contentamos. Llevamos a regañadientes la fiesta en paz, aunque en el fondo, no toleramos a los inquilinos de la pieza del lado, ya que nunca construimos un relato de lo que fue y que nunca debió haber sido. Los tiempos impuestos exigieron un silencio cómplice y una amnesia selectiva para contentarnos, como siempre, con el mal menor; sin importar que bailáramos encima de vidrios rotos que se empezaron a incrustar en la planta desnuda de nuestros pies descalzos y embarrados del piñen permanente del pueblo que no se reconoce como tal y que se llama a si mismo clase media aspiracional, y hasta GCU, gente como uno. En esa fiesta que se debe dejar en paz… ¿Podemos bailar sobre los muertos?

A 50 años del quiebre más brutal de nuestra vida cívica moderna, nuestros propios fantasmas (digo nuestros como perteneciente a este lugar, este país), nos espantan en la cara de porfiado que no quiere entender. Una reciente encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP, 2022), muestra que menos de la mitad de las personas en Chile (49%) cree que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Según la misma encuesta, ha crecido la población que piensa que un gobierno autoritario es preferible… en ciertas circunstancias. Más allá de las propias creencias, más allá de una posición política definida, la cual tengo, me interesa indagar en la posibilidad de llegar a una conclusión desde lo ético: la visibilización del proceso de deshumanización y cambio cultural que queremos dejar en el pasado, sin pensar en las consecuencias de este pecado de omisión. Ese Chile que se recuerda nuboso, gris y hasta con nostalgia en cadenitas de Facebook de algún anciano con memoria cansada o adulto joven de mirada astigmática. 

Me acuerdo de un experimento social, no de esos con pantalla, sino más serio, un hombre vestido de delantal blanco instruye a un participante inocente que aplique cada vez más y más golpes de corriente a un sujeto que, supuestamente, está detrás de una pared. La persona que aplica las descargas eléctricas no puede ver a la víctima, pero si puede oír sus alaridos de súplica para que termine esa tortura. El ejecutor no sabe que los gritos de angustiante dolor son falsos. Muchos dudan, protestan, pero, ante la orden inconmovible del doctor, la sesión continua. Solo una minoría de ejecutores decide no continuar obedeciendo al doctor, quien, con avasalladora autoridad, logra someter la voluntad del otro, quien acaba aceptando dicho sometimiento y se ensucia las manos con la sangre del torturado. 

Pareciera que nos quedó cómodo el status quo. Las madres con hijos en la penumbra indolente de la ausencia obligada se van muriendo, y las búsquedas quedando sólo en eso… una búsqueda de griales sagrados que parecen más leyenda que vidas perdidas en la locura de la impunidad institucional. En el Chile post-covid, este tema es como el recuerdo de aquella pareja que alguna vez tuvimos y que no queremos recordar: sólo una anécdota incómoda que es preferible ocultar.

Me pasa que, mirando al otro lado del charco, dos países tienen historias que contarnos a nosotros. Alemania se puso de acuerdo, sin medias tintas, y con toda la dignidad del que se equivoca, pero enmienda, de que su pasado de arios halcones que nublaron su cielo nunca más debe ocurrir. Su sociedad es hoy en día un modelo a seguir en el mundo VICA que vivimos (Volátil, Incierto, Complejo, Ambiguo). Incluso en la vieja Europa, el ex enemigo común evoca una libertad y solidaridad desconocida en muchos vecinos. Hay un consenso, se sacaron los esqueletos de los closets, y, a través de una pedagogía de la verdad, se empeñan en recordar para no repetir jamás. 

Por otro lado, más ibérico, la figura del caudillo aún deja heridos. Por más tiempo que ha pasado, por más identidades dentro de un país que fue un imperio, los huesos de víctimas y victimarios reposan a la fuerza en el mismo campo santo que deben compartir los deudos en una brutalidad ecpática de fantasmas que aun rondan por los pasillos de sus poderes políticos. Desde un punto de vista de mi ser-profesor, pareciera que nos parecemos más a este último caso, pareciera que no aprendimos la lección, a pesar de que muchos dicen tan sueltamente eso de que la letra con sangre entra

La sangre que se utiliza en este proceso de enseñanza-aprendizaje… ¿Quién la surte? ¿Los profesores con su escasez o los estudiantes? Si son los profesores… ¿La sacan de su bolsillo, como el plumón de pizarra y otros materiales?

Ahora, si son los niños ¿Tienen que ser los niños del PIE o puede ser cualquier niño? ¿Cuánta sangre por cada uno?; ¿Se incluye en el PACI?; ¿Lo pongo en recursos, en la planificación? Me pregunto si tiene que ser sangre real, o puede ser más bien simbólica… o qué se yo. Las lágrimas del niño que no entiende, la frustración de la madre que cuida y que no sabe cómo apoyar ¿Cuánta sangre se necesita para aprender lo que es necesario en la vida, digo, así como para vivir en plenitud a tres cuotas precio contado? 

La sangre es más pesada que el agua, suelen decir para recordar que los lazos familiares suelen pesar a la hora de tomar decisiones importantes que afecten a nuestros seres queridos. Pero también aparece como un recurso barato, necesario e inagotable cuando se pretende llenar las cabezas de las niñeces con la sabiduría de los vejestorios que somos los profesores. La fuente de una sabiduría prácticamente dogmática que hay que repetir las veces que sea necesario, sin cuestionamientos como los de don Gabriel.

Ante todo esto, y en un momento tan VICA como el que estamos viviendo, el llamado de las y los profesores debiera ser -no otro- sino el cambio de paradigma. Si, ahora, sobre todo en estos tiempos. Es que, en momentos de incertidumbre, la verdadera pedagogía pone certezas al acoger a todas y todos por igual (si, y también a todes). La fractura que vemos en el dialogo y convivencia nacional tiene origen en el proceso de descomposición institucional de la educación, de entender que la educación tiene una mirada conciliadora y a la vez respetuosa de la individualidad. El proceso de municipalización y la libertad de enseñanza por sobre el derecho al acceso en educación transformó en islitas pequeñas desconectadas entre si un proceso que pudo haber sido mejor: la idea de igualarnos en oportunidades se disolvió por completo en castas. Y nos separó hasta ahora. ¿Cuántas versiones hay de nuestro pasado reciente, con finales alternativos y desapegados de un análisis crítico pero honesto?

La gran pregunta entonces, que nadie se atreve a decir, tiene que ver entonces con hasta mantenemos esa ambigüedad moral ¿Hasta cuándo vamos a hacer como que nada pasó?, ¿Hasta cuándo poner una fecha que esconde todo un proceso?, ¿Hasta cuándo negarles a las madres de DDDD la posibilidad de encontrarlos? Nadie se atreve a decirle a la comunidad judía que no nos recuerde los horrores de los campos como Auschwitz, ¿Por qué olvidar 4 Álamos, donde todavía se encarcela la niñez pobre? ¿Hasta cuándo el baile de máscaras para ocultar que los de siempre sigan con las mismas prácticas, llamadas ahora fake news?

Solo la educación desde la verdad y la justicia, que son requisito para la paz (en ese orden), podrá liberarnos de la psicopática costumbre de odiarnos el 11 de septiembre y emborracharnos juntos el 18.

A veces la construcción de una verdadera identidad nacional duele, como el crecer de una persona. Pero creo que es lo ético. Sin medias tintas, decir a esto no, y a lo otro tampoco. La educación en pandemia, donde perdimos mucho, tal vez años, no pegó de igual manera en una escuela pobre que en un colegio con nombre en inglés. Y aun así nos negamos a ver lo separados que estamos en nuestras parcelitas de (des)agrado, donde lo más importante es que el otro no es oportunidad, sino amenaza, porque puede ser del otro lado. Eso es el triunfo del individualismo que se mira con admiración neoliberal y con dolor por el común de personas que entendemos como necesaria la vida con el otro. Las otredades sobran cuando lo normal es la individualidad ciega.

Estos procesos nos han costado mucha sangre y, hace poco, muchos ojos ¿A dónde va toda esa sangre? No debería existir siquiera una frase en que los conceptos sangre y aprendizaje se unan. Pero existe. Desde la idea de la autoridad autoritaria que a muchos les gusta tanto. Creen que, la historia demuestra una y otra vez que la autoridad se impone a la fuerza, que caudillos y vasallaje nos lleva al bienestar que tanto buscamos. Aunque se haga a la fuerza, con varios que se quedan en el camino o en la medida de lo posible.

Entonces me acuerdo de otras ideas, otras maneras de pensar y de sentir. Me recuerda que alguna vez, a ese antepasado compartido nuestro con otros primates, se le alargaron los dedos producto de la santísima evolución. Y claro que le ayudaba eso para sostenerse de la rama y sacar su fruta, pero también le permitió que sus manos, hasta ahora, se adaptaran para acariciar cualquier parte del cuerpo de los suyos, y acariciar, y dar consuelo, cariño o cobijo. Y me parece que lo único que nos permite crecer y re-crearnos es algo tan simple, pero tan profundo como la ternura. La de la madre con su recién nacido. Esa es la ternura que permite la vida.  La porfiada vida, que florece a pesar del contexto y realidades. La autoridad es árida, la ternura, fecunda.

Es por ello, que a 50 años del quiebre, pido recuperar el sentido histórico de la vida en comunidad. De otro modo mis hijos, y en realidad, los de todos, tienen poco espacio donde florecer, y mucha sangre que destilar, en pos de una autoridad dispuesta a derramarla en procesos que solo a unos pocos favorece, legando el espacio vital solo a los escogidos. 

El segundo nombre de mi hijo menor es Gabriel. Ojalá que su futuro no esté marcado por las decisiones que otros tomaron antes de que aprenda lo que la ternura significa en su vida, y lo mucho que importa que exista un espacio común, donde todos puedan soñar. No arrebatemos de golpe los cielos para que nuestras aves puedan volar.  

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

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