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Un verano naranja

“De andar huyéndole al hacha

que el amo blande ligero,

nudos amargos duelen en tus maderas,

Encina verde”.

Joan Manuel Serrat

El año 2023 fue uno de los más desafiantes en mi vida y eso tiene que ver con mi abuelo. Hace un tiempo me preguntaron quién era él para mi y no dudé un segundo en responder que lo sentía como un árbol. Una Encina prominente y frondosa, cuyo tronco era capaz de sostener grandes ramas, que a la vez daban cobijo a una comunidad inmensa de aves libres.  

Atilio Encina Figueroa fue por sobre todas las cosas un rebelde, un ser humano que supo atravesar las más terribles vicisitudes de la existencia, sin renunciar a sus principios y convicciones. 

Creo que ese ímpetu que le caracterizó desde siempre se debió a su encuentro temprano con las injusticias, algo que su espíritu no podía tolerar. Al igual que las y los antiguos de mi familia, fue un alma comprometida con lo social y como se suele decir en Chile, eso le trajo consecuencias o mejor podríamos decir: ¡Qué raro y casi extinto resulta toparse con esa virtud: la consecuencia! 

Durante la dictadura civil militar y eclesiástica, mi abuelo socialista fue detenido y sometido a vejámenes de lesa humanidad, los agentes de represión torturaron su cuerpo, pero nunca lograron arrancarle las ideas que llevaba adentro. Por lo contrario, creo que esas se convirtieron en nidos cada vez más mullidos para albergar acciones que iban en dirección de recuperar lo colectivo, ese mundo soñado que nos pertenece a todos los pueblos sin concesiones.

De él conocí lo humano con luces y sombras, pero lo que realmente me hizo saber de su vida, sobrevino en el umbral de la muerte, cuando personas desconocidas se acercaron para contarme historias de cómo Atilio les ayudó y desplegó acciones solidarias cuando necesitaban apoyo y compañía. 

Aunque no compartimos todas las miradas acerca de Chile, muchas veces me sorprendía verle acodado en posturas que más bien parecían ser las de un joven revolucionario. Ingresar a su remanso implicaba sumergirte en una ruma de papeles en cada esquina, copias de leyes, documentos de lectura, como el leguleyo autodidacta que siempre fue, manejando al derecho y al revés los caminos jurídicos que le permitieron abrir espacios para conquistas sociales. Como bien me dijo María Agustina, mi abuelo fue uno de los que escribieron la historia, esa que todavía no tiene párrafos en los libros, pero que se transmite de boca en boca. 

No es fácil ser nieta de un abuelo como el mío. Implica una enorme responsabilidad que he tratado de asumir con las herramientas que me ha dado la vida. El año pasado tuve que poner a prueba todo eso, junto con mis límites, para resguardar el último capítulo de su historia, con el propósito de darle dignidad. 

Lo que pasó con mi abuelo, probablemente es lo que muchos veteranos de la dictadura han padecido o padecerán. Dentro de él se desarrolló un habitante invisible, al principio, pero que poco a poco fue ocupando terrenos en su cotidianeidad: el Alzheimer. Este, sumado al estrés postraumático ocasionado por las torturas fueron configurando un panorama difícil de sobrellevar, no solamente para él, sino que también para quienes le acompañamos en sus últimos meses. 

Dolorosamente, asistí a la pérdida irreversible de sus facultades. Una a una, fueron cayendo ante mis ojos, sin poder más que aceptar y facilitar el proceso, al tiempo que intentaba digerir algo tan duro. En un breve lapso, mi Lolo (así le decía) fue dejando de hablar con coherencia, olvidando quien era yo y nuestro vínculo sanguíneo, entonces sus palabras se enredaron como raíces y finalmente se redujeron a sonidos bajitos y pausados. 

Fue terrible presenciar la pérdida de su apetito y su deterioro físico, después de haber sido un gozador de la buena mesa y el vino, hasta que un día comenzó a rechazar hasta el agua, dando paso a un fallo renal severo que lo llevó a una hospitalización prolongada. Durante ese tránsito de idas y venidas al hospital, experimenté emociones muy fuertes alternadas con episodios de humor y ternura. 

El mayor aprendizaje de esos días fue, sin duda, y sigue siendo el amor, pues cuando todo se apaga es lo único que nos queda, en la mirada que se reconoce con otra, en un apretón de manos correspondido y en la ternura de los besos en la frente, ahí, cuando todo lo que fuimos anuncia su deceso. 

Una tarde de noviembre en el hospital, lo encontré con el torso desnudo, como quien toma el sol en una playa de la Quinta región. En respuesta a ello, busqué su crema corporal y le di un masaje de bronceador imaginario, mientras le cantaba: “Un verano naranja”. Entonces, sus ojos pardos se iluminaron como nunca y por primera vez en sus 91 años, dijo que me quería. 

Mi abuelo me mostró el lado más profundo de mi capacidad de amar, pues cuando estaba apagándose sentí que debía tomar su mano, no para retenerle en este plano, sino para darle impulso en el salto hacia el misterio. 

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Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl

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Pilar

Hermoso!!!!!

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