Tu Aldea

¡Hola! Hoy es sábado 27 de abril, 2024 - 6:54 hrs.
Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Noticias, entrevistas, columnas de opinión. Tu alternativa informativa.

Ya basta de silencio

Hay silencios necesarios, como cuando queremos contemplar al otro, observarlo y aprender sus formas y modos, de manera de saber si podemos confiar en esa persona, o tal vez sea mejor pasar de largo con las puertas y ventanas tapiadas para evitar que con el viento fresco entren vampiros del alma que carcomen la paz lograda. 

Hay silencios estratégicos, como el que regala desespero al provocador que quiere hacernos caer en imprudente opinión. 

Hay silencios de agradecimiento, como cuando quien amas habla o quien te quiere compartir algo importante se deja llevar por la pasión que le mueve sus acciones y emociones y te da una monserga interminable de datos y comentarios sobre un tema tan bello para el otro y tan desconocido para ti, pero que igual disfrutas porque es el pretexto justo para vincularte con esa otra alma que está en un momento presente en un aquí y ahora compartido e íntimo. 

Hay silencios personales, que son una voz para reconocerse, el encontrar eso que se está buscando, cual héroe errante que descubre que al final de su viaje, todo estaba dentro de su corazón coraza. 

Hay un silencio contemplativo, que pausa el mundanal ruido, y que es necesario muchas veces para encontrar la paz que merece el corazón cansado de tanto andar en mundos materiales de precios caprichosos para el timorato presupuesto emocional, y familiar, obviamente.

Y hay silencios que deberían ser gritados. Silencios indignos que no son sino una complicidad de pecado de omisión consciente de aquello que se calla, por miedo, desidia o maldad, y que nos habla de corazones cobardes, ciegos y duros como piedra que aplastan una fe en la humanidad que cada vez se vuelve más débil e insignificante, que cae bajo la cruel verdad de la evidencia empírica de darnos cuenta que somos la única especie que decide callar cuando el consenso ético debió haber sido denunciar, cual Juan en el desierto, la injusticia de la maquina impuesta por el poder que muta de nombre mas no de formas. 

Entonces ponemos banderas a media asta por el horror que nos dicen que debe horrorizarnos y hacemos caso omiso por el horror que nos invitan a obviar. Seguimos la moda de a quien odiar sin pensarlo mucho. El quiltro que somos se mira al espejo con ganas de ser reconocido como animal con pedigree, por ende, olvidando el lugar de origen por el aspiracionismo que nos impulsa a desdeñar nuestro pelo indio y piernas rechonchamente cortas.

Y que importan realmente las bombas sobre niños cuyas palabras no suenan como las nuestras, aunque sus llantos nos sean tan reconocibles. Que importan el dolor de la madre que busca a sus hijos entre escombros, el hombre que en bolsas plásticas recoge los restos de sus hijos, o del concepto de la muerte como martirio, tan ajena a nuestra concepción de la quimera llamada muerte. 

Y nadie vincula esa cara de horror de esos niños con la cara que muy probablemente tuvo ese buen samaritano que algunos glorifican (aun no sé cómo) y al que se encomiendan cuando quieren que algo bueno les pase.

Sin tener fe, me asombra que las personas no empaticen con niños cuyos rostros deben ser lo más parecidos al de quien echó a los mercaderes del templo. Tal vez sea por la apropiación cultural de occidente que le tuvo que cambiar los rasgos indígenas al cristo para hacerlo más rubio, más claro, y más bello desde el canon euro centrista y que tanto nos gusta en Latinoamérica. Si, debe ser por eso.

Eso a veces es un silencio impuesto sigilosamente. Como lo es el silencio de la política con sus padrinos de amiguitos de WhatsApp y compadrazgos corruptos y banales que están limitados a la mafia exclusiva de ciertos colegios privados y ciertas universidades de nicho. En otros contextos se denomina lumpen, pero eso es muy ordinario como para hablarlo. Mejor dejarlo para callado, en silencio. 

El silencio también es una forma de olvido y de muerte. No se habla, no se menciona ni se tiene tertulias de lo que no existe. El corazón no sufre si los ojos no ven. El lenguaje crea, el silencio mata. Por algo en dictadura se hizo callar a Víctor Jara no solo con 44 balas, sino con la prohibición de su música y la destrucción de su legado que sobrevivió en manos de valientes que se negaron al silencio.

En este sentido, el silencio en la escuela es peligroso. Todavía hay quienes creen que, para haber aprendizaje, los y las estudiantes deben estar inmóviles, callados y atentos a la única fuente de conocimiento que tiene frente: el profesor de turno. Y que horror sienten cuando el niño osa decir algo que va contra el dogma establecido. Un lienzo blanco no debiera tener siquiera una arruga de donde fue confeccionado, para pintar lo que los sabios, también de turno, dictan y deciden.

Ese silencio no es el que hablaba Maturana, pues pedía que el motor de la educación fuera el amor que hace aparecer al otro. No es un silencio amenazador, sino uno que nutre y deja que el niño o niña florezca, porque de tabula rasa, ni el mero concepto abstracto, cuando reconoces al otro como legítimo.

Y hay silencios en la escuela que matan. Ese silencio de la escuela de Antofagasta que apagó la vida de quien quiso enseñar y quedó sola por el compadrazgo de quien mira la escuela como una oportunidad de negocio más que como una oportunidad de construir nación. Ese silencio que asfixia con manos de largos dedos que dejan caer la vida en lugar de sostenerla. La profesora de inglés que corría entre bombas de odio, no de explosivos como los pequeños Jesús en Gaza ensangrentada, pero de una mortal desidia de quien no tiene la altura moral para tener a cargo infancias y adolescencias para educar. No basta que por mandato se les obligue a cantar un himno que nadie escucha salvo en un partido de futbol; la patria es el otro y a ese otro, esa otra, se la dejó morir en desesperanzada soledad. 

Los silencios cómplices hay que dejarlos para los amores completos. Los silencios cómplices no tienen cabida en la escuela, porque pueden dar espacios a claroscuros secretos que encubren abusos de conciencia y de otros tipos.

Y en esto no nos podemos perder. El abuso no es tan solo el uso del cuerpo ajeno, desde ya deleznable cuando se trata de menores a quienes deberíamos cuidar por sobre las instituciones que han fallado y que se han tapado a base de maquillajes de mala maña que quieren ocultar la grieta en la faz de la institución que permitió el abuso. También es el hecho de permitir que las micropolíticas del poder externo lleguen al aula, y las relaciones entre estudiantes, profesores, equipos de gestión, en fin, toda jerarquía, mantenga un sistema en base a relaciones de poder autoritario que lo único que replica es el abuso orgánico que se permite en las sociedades que se alejaron de valores morales y abrazaron precios de mercado, poniendo en duda hasta el dolor ajeno que no se reconoce, aduciendo que no son 30.000. claro, más que la cifra, es la ignominia de la indolencia.

Siento una pena inconmensurable por la profesora que tomó la decisión de desaparecer de este mundo por no haber encontrado un espacio de acogida ante la violencia que la atacó por años y que campea en la escuela, fiel reflejo de la decadencia del sistema del tener y no ser, con el autotune que desentona la buena vida en convivencia social. También siento que es tan injusto y violento porque esto también se olvidará: su llanto y grito de auxilio pasará como una anécdota más que se pierde en los juzgados a base del mensaje del amiguito que pide el favor de extraviar una carpeta por ahí, mientras invita “al asado del finde en el club de Toby, perrín.”

Las bombas no cesan. La escuela en Gaza fue destruida y no es espacio de aprendizaje para nadie. El silencio es, literalmente sepulcral. Si un niño juega en un futuro entre esos escombros… ¿Qué encontraría? Es mucha semejanza con el norte de Chile. Letalmente parecido.

La profesora luchó y perdió. No por su falta de vocación y empatía, sino porque le dejamos perder. Y en eso no sólo los autores materiales de conducirla al desespero son culpables, sino que la sociedad que permite el silencio forzoso, abusador y criminal. Honro su memoria como quienes eran sus cercanos, pero siento que es tan injusta su muerte como indolente de parte de quienes lo permitieron. La desidia no es solo éticamente cuestionable, es también, en estos casos, criminal. 

Por eso no quiero silencio en la escuela. Porque quienes trabajan allá no lo merecen. Y quienes allí se educan necesitan espacios libres de posibles amenazas. El silencio envuelve en misterios lo que debe ser prístino, lo que debe permitir la vida y no la muerte. 

Que se abran las ventanas, las puertas, las mentes y los corazones.  Que nos regocijemos del aprender del otro, que nos emocionemos con verles aparecer. Que nos conmueva el dolor ajeno, y que las injusticias nos unan para de una vez por todas no hacer la vista gorda ante la autoinmolación de tantas personas que no pudieron con su humanidad el peso de este mundo que permite que niños escriban burlones mensajes en bombas que caen en la cabeza de otros niños, y que se permitan que quien quiera enseñar, se apague como la vela que se dejó con candor arder hasta que se consumió por si misma, sola frente a un sombrío amanecer. 

No quiero silencio. Basta ya de tanto silencio culposo y cobarde. Quiero escuchar las voces de los que fueron hechos callar; de los que no quisimos escuchar, de los inocentes que sufren de la constante avaricia del poder que los ve como el pasto que cortar y de los que, queriendo dar todo por los demás, terminan desechados para que nada cambie y para que todo siga igual. Aunque sea sobre huesos ajenos, mientras la rueda de la fortuna y del balance contable se mantenga con saldo a favor. Aunque sea solo dinero. A uno que vivió cerca de Gaza también lo vendieron por 30 monedas de plata.

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

5 1 voto
Article Rating
Suscribe
Notificar de
guest

0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Me encantaría conocer tu opinión, comenta por favor.x