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Coaching ontológico para un triste corazón paternal

Mi sonrisa es agridulce. Estoy, como dice Ismael Serrano, cumpliendo más años que promesas. Me toca hacer dormir a Santiago. Con sus nueve años ya, y, mientras cae en el dulce sueño infantil, le digo que los monstruos no existen, que mañana va a tener un lindo día en la escuela. Le miento al decirle que siempre voy a estar, que siempre lo voy a cuidar. A lo lejos se escuchan los ecos de los horrores de los 50 años en Chile, mientras también veo el mismo odio y vergüenza a miles de kilómetros, en una tierra usurpada, bombardeada hasta la edad de piedra, como se prometió. “Duerme, Santiago, yo siempre te voy a cuidar”, “Muchas gracias, padre”, me dice con la voz más dulce que su sueño y su autismo me puede regalar. Sus ojos se cierran mientras yo miro al techo enceguecido en la oscuridad, esperando el momento propicio para deslizarme como la ropa del día anterior al suelo. Para seguir preparando el próximo día.

Es tan simple, y tan profundo a la vez, el mundo de mi hijo autista, que me da mucho miedo el futuro. Su más dulce característica es también su inocencia, que se basa en la premisa del que cree en todas y todos. No hay juicios, sólo afirmaciones: esos “si” y “no”, esos “te amo madre” que le caen como dulce trino de sus labios cuando mira a su bella mamá que le está invitando a un abrazo de esos que no terminan sino hasta tocar el alma, deteniendo el tiempo hasta que el abrazo se acaba. No hay dobles lecturas con mi hijo autista. Con él no tienes que dudar. El autismo tiene la mala fama de ser tan transparente, que el problema no es en sí la misma la condición, sino la sociedad en que nos sumergimos cada día, porque ellos, los otros, los normales, no actúan con la misma fe y verdad que los autistas. Y eso duele. No somos la sociedad que acoge. Somos la sociedad del resquemor y la desconfianza. La duda implantada en otros. Y con el autismo caemos en ser aquellos que miran desde la tóxica positividad hasta la indolencia que más hiere a los que vemos en nuestros hijos bondades ocultas para el ojo porfiado que no quiere ver.

Y no. No todo se resuelve con el buscar en el interior las respuestas que necesitas. A veces tampoco sirve la resignificación de nuestras creencias o juicios (como actos lingüísticos). A veces, simplemente el lenguaje no alcanza a ser creado y darles forma a los pensamientos de mi hijo autista; que en más de una ocasión quiere decir algo, y entonces busca en su mente lo que quiere decir, comienza a hablar y se detiene bruscamente, tratando, esta vez, con angustia, de encontrar la estructura adecuada, los significados y significantes, que le permitan expresar lo que su hermoso corazón quiere decir. Sin embargo, no puede. Se calla. Mira hacia su mundo interior, y se enfoca en otra cosa que sí puede hacer, y yo adivino su sentir, lo veo en sus ojos, guardando las ganas de compartir para cuando pueda, ese pensamiento, emoción o sensación, que debe tragarse con la rabieta en su garganta, haciendo gárgaras que pronto van a brotar; porque no pudo comunicar lo que tenía para compartir, su lenguaje no bastó para tantas emociones y pensares. Y eso le hace daño: hablemos patológicamente: falta de control de impulsos, tolerancia a la frustración, conductas inapropiadas según la normativa anormal que nos rige. Todos nombres que alguien más creó para niños como él. Peor aún, si le critican desde los adultos que no dejan de hacer juicios de sus educandos. Los aliados menos cercanos que son quienes le deberían cuidar. El cuidar al otro es, aun, después de tanta herida abierta, una tarea pendiente en nuestra sociedad (¿puedo decir nuestra?).

Afuera del mundo autista de mi Santiago, los normales decidieron que medio siglo no es suficiente para decir una palabra para cumplir el acto de la petición del perdón. Para la dignidad de un no, nunca más. Y lo peor, que siguen en sus juicios como si fueran afirmaciones: el “yo creo que”, “yo lo viví”, “es que estos cabros no entienden” son la verdad; aunque tengamos nueva evidencia de que el horror fue preparado, planeado, exportado desde la Constantinopla moderna y ejecutado al modo chileno. Pero… ¿Por qué mi cabeza siempre rumiante piensa eso mientras intento hacer dormir a mi hijo, quien se asegura, con su pie encima de mi pantorrilla de por medio, que aún lo estoy acurrucando? Porque, entre tantos males del pasado, mi juicio es que se castigó, con sangre, fuego, destierro y desaparición, a la diferencia. Y claro, mi hijo es diferente, es minoría, es distinto y no se apega a la norma ¿Le arrastrarán por sobre rocas cuando la revolución se venga abajo?, y no hablo de la revolución de los 60s, sino la de dos principios relativamente nuevos en educación, que suponen, a su vez, mejorar la convivencia humana: la diversidad y la inclusión.

En los Estados Unidos ya hay voces, cada vez más destempladas, más rubias, y más altaneras, que indican que la inclusión nos divide. El American Dream del Self-made man, no puede ni quiere ver al otro como un legítimo otro. Irónico. El maestro Maturana, si es que existe algo como el más allá, debe estar compungido al ver que su matrístico enseñar no tiene eco en un frustrante egoísmo institucionalizado y perpetuado.

Entonces… ¿Qué hacer si no podemos ser uno en lo poco y menos en lo mucho? Caín sigue en la soberbia de no hacerse responsable de su hermano, pero el dios de hoy ya no le pregunta inquisidoramente por su hermano, sino que le encuentra toda la razón al haberlo eliminado. La vida es del que puede (el que puede, puede), del más vivo, de la libertad libertaria de olvidarme del otro. Y, sin embargo, aún hay tibios intentos que buscan construir algo común, lugares de encuentros, ya que otros actores más antiguos fallaron en el intento, o simplemente nunca intentaron dicho encuentro, no es rentable en la bolsa.

Sin embargo, muchas de las nuevas respuestas caen en la laguna de Estigia que hemos creado llamada sociedad neoliberal. Las respuestas ontológicas a las mismas preguntas que la humanidad se hace desde que se preguntó que eran esas luces en el firmamento, intentan, hoy en día, desde un mirador muy especial, contestarlas. Medita, pero solo. Júntate con iguales, busca lo alternativo, mira que está de última moda. El coaching sin responsabilidad social es sólo la neoliberalización de declararte a ti mismo como único responsable de tus problemas, sin mirar causa o razón en las circunstancias, y esperando que encuentres la felicidad desde las habilidades que nunca te supieron mostrar o practicar. Aunque se hable del nosotros, se acaba en el yo que tiene un límite corporal que no incluye al otro, aunque el lenguaje nos una. Al menos en la práctica. El abismo dejó de hablarnos de vuelta porque tal vez, en la sociedad de la imagen, ya no tenemos nada por decir. 

Leí al maestro chileno, de cálida voz y preocupación real por los niños pobres que él veía cuando pequeño y no los encontraba tan distintos a él mismo. Escuché cómo entendía al amor como un motor evolutivo. Cómo la mano se desarrolló no solo para sujetarse de la rama, sino también para la caricia. El autismo del Santi acepta las caricias de los demás, y está dispuesto a darlas si eres lo suficientemente significativo para él. Pero choca con los juicios sobre lo bueno, lo malo, lo correcto e incorrecto, lo normal y lo anormal que definieron los años verde, azul y gris. ¿Y lo peor?, hemos naturalizado tanto la discriminación, la versión de entregar por caridad lo que corresponde por justicia, las 27 horas de amor y 364 días de olvido, la frase de en esta escuela no, que cada batalla seca el alma un poco. Está claro que la diversidad es un valor en sí mismo, hasta que te toca alguien distinto en la pega o en la escuela de tu hijo. Ahí no pues, no es justo para los míos, para mí, esos son los otros, yo quiero, yo opino, yo exijo, yo, yo, yo, como la única cacofonía posible. Como dijo Orwell en esta cada vez más distópica realidad neo-chilensis, todos los animales son iguales, pero hay algunos animales más iguales que otros.

Y es cierto, somos yo y mis circunstancias. Las circunstancias creadas hace 50 años, con los pilares aun intactos, con la jerarquía de valores (¿valores?) claramente excluyentes que abrazamos porque cada quien en su parcela, hace que grupos minoritarios no sólo se sientan no representados, sino que en peligro. 

El bailongo rasca con que los políticos nos siguen embaucando, donde seguimos a costa de bingos solidarios y horas médicas por definir, me hace preguntarme por la veracidad del concepto de lo humano; entendiéndolo como la mejor especie, más avanzada e inteligente.

Pero de nuevo, mi hijo no será el más avanzado ni el más brillante de la generación del colegio que dejó de ser un apoyo y se vuelve amenaza ¿Dónde lo dejó, Mr. Friedman, cuando yo me vaya? ¿Qué me ofrece su modelo económico y social, alabado hacia dentro, pero repudiado hasta por la dama de hierro del país que fue imperio? Declaró una Sedis Vacantis en nuestra sociedad teísta de formas férreas y límites irónicamente amorales. La sociedad de amores breves, de esos amores cobardes que no llegan a ser historias, se quedan allí. No hay espacio que se ofrezca libre para las minorías, como mi hijo o las que sean: la sociedad del éxito material impide ver lo esencial bajo la piel, dentro de los ojos, en lo profundo que aquello que llamamos alma.

Creo que ya se durmió. Me deslizo suavemente, haciendo malabares con los pies para encontrar las pantuflas, y escurrirme, luego de arroparlo, para seguir con la rutina de Sísifo. Me ocupo de lo cotidiano porque, confieso, lo del futuro me quita el sueño. 

Tanto egoísmo impuesto se nos quedó incrustado en la piel. Estamos a punto de votar un documento que perpetua la lejanía de algunos con la sociedad a la que pertenecen, porque no aprendimos nada de lo pasado, porque no nos enseñaron nada que nos permita mirarnos a los ojos y decirnos “bienvenidos”. Pero el autista es mi hijo, y sus carencias son habilidades sociales, ¿cierto? 

Nada podrá ayudarnos a construir una sociedad ontológicamente fundada en los (anti)valores ya naturalizados. Y sí, tal vez hablo desde el dolor, la pena, o el resentimiento. Ese puede ser tu juicio. Para mí, sigo resignificando el resentimiento como me lo dijo una educadora de párvulos de un jardín de la población La Victoria, de la populosa Pedro Aguirre Cerda. El resentimiento es sentir dos veces: mis manos no me bastan para asegurar a mis hijos que ya parten esta carrera cuatros pasos atrás de los demás, y temo porque la bondad de mi hijo menor termine haciendo malabares en los semáforos a cambio de monedas, porque no lo vieron, no lo invitaron a la fiesta de disfraces de los normales. Sé que hay muchos como yo, ofreciendo harapos que quedan del corazón. Ojalá el observador que somos tenga la mirada suficiente para entender que el yo necesita al otro, al menos para reconocerse. Así, solo así, mirarnos como una oportunidad de ser con otros, de completarnos. Del nosotros al unísono, que nuble el cielo de niños con sus alas enteras y alas rotas, como dijo Lemebel, donde puedan, a su forma, volar y volar, hasta donde quieran llegar. 

Fotografía: @vic_rt_

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

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Karen

Cuánta transparencia en las líneas, fuerte abrazo y seguimos juntos en el camino con Santiago.

José Gac

El texto nos lleva a detenerse, reflexionar y buscar – sin tener claridad total – qué camino seguir y acciones realizar… ¿Qué aporte hacer? ¿cómo hacerlo ? Se viene a la mente tantas inquietudes y en el alma tantas tribulaciones que encarcelan el corazón. Muchas gracia por el momento de replantear pensamientos!

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