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Chile o la educación que no fue… pero que será

Y de repente pasaron 15 meses. En un lento y tortuoso camino de encierro, fallas, errores y horrores, nos quedamos sin la noción de educación que habíamos tenido desde hace cientos de años.

Nuestros hijos, hijas e hijes han tenido, como imposición desde un ente que no tiene forma ni menos sentimientos, adoptar otros modos de ser, vivir, jugar, y, en la mayoría de los casos, sentir.

Y no, no es justo. La experiencia con otro en la escuela era la cal con que cada proceso formativo iba cementándose en las mentes de niños, niñas y niñes. Ahora, desde una pantalla (en la mejor de las opciones), eso no está. No se siente la presencia del otro, no se huele, no se irradia, no se hace significativo.

Y, en el apuro de la exigencia del MINEDUC por repletar las aulas sin entender que las comunidades educativas son eso; comunidades dentro de un espacio que supera las cuatro paredes de cada sala de clases, y que por ello bien podrían darse situaciones de riesgo para “el futuro de Chile” (oiga ministro, los niños, niñas y niñes son el HOY), la escuela pasa a ser vista como una amenaza más que una oportunidad. 

Y lo entiendo: cuando la mamá debe seguir con la rutina de la casa, así es que deja en la cama o en el sillón a su hijo para que este mire la clase, y quede a criterio del púber cuánto atiende o no.

Peor aún; no es fácil aprender desde casa. Cuando no hay cobertura rural, o en la capital existen zonas rojas, donde ninguna compañía se atreve a ofrecer sus servicios de Internet por el peligro de sus habitantes para sus instalaciones (¡Qué terrible humanidad que no se contenta con lo ya entregado!), o cuando se deben compartir el mismo aparato electrónico entre tres personas en una misma casa (¿Alguien se acuerda del Chile donde los hijos se turnaban para usar los zapatos? Dictadura se llamaba).

O nuevamente se siente que los niños o niñas con necesidades educativas especiales son un problema, pues no logran muchos resultados en este contexto, los profesores se impacientan por los apuros de UTP y bajan los promedios del colegio en evaluaciones que dicen querer conocer lo que pasa en las escuelas durante pandemia, pero son utilizadas con otros fines, digamos punitivos. 

Y para colmo, ya que las estadísticas no orientan su interpretación desde la ética, usamos una evaluación para causar indignación, y exigir que los colegios pasen contenidos que “entren” en los cerebros para que puedan ser medidos y los gráficos sean azules.

Pavlov, Skinner y otros célebres conductistas mirarían asombrados este intento pueril de condicionar al alumnado en un ambiente diferente para lograr los resultados anteriores.

Los maestros Vygotsky y Ausubel se escandalizarían al ver cómo se fuerza el sistema educacional sin el otro, no sólo durante la pandemia, sino desde antes: cuando se impuso la competencia, el ranking de notas y, en definitiva, cuando se le quita el contexto nutritivo para la exploración del fenómeno humano y de su vida.

Llevamos 15 meses de pandemia donde los profesores y profesoras han hecho lo que han podido. Aprendimos a valorar la escuela como esa posibilidad de laboratorio donde se podía crear conocimiento, porque se estaba con otro, para crear un nuevo ente en desarrollo: el nosotros.

Atomizar la experiencia educativa a los contenidos que memorizan o no los y las estudiantes es no reconocer la experiencia educativa en sí misma y a estas alturas no me queda claro si es ¿pecado de omisión o ignorancia? 

La educación que no fue es no haber aprovechado, en gran medida por el chantaje de un paradigma que “muestre indicadores de logro” que jibariza el proceso y maximiza un dudoso resultado.

En pandemia algunes niñes han aprendido a cocinar. Han dedicado tiempo con sus abuelos a aprender el arte de plantar, cuidar, regar el verde que es un proceso de generación de vida que es mutuo. El viejo experimento de la lenteja y el algodón mojado no para de sorprender a las nuevas generaciones ¿Acaso no es válida esa forma de aprender sobre la constancia y dedicación?

Han surgido la necesidad del arte, como el motor que nos mantiene cuerdos cuando lo único verdaderamente sensato ha sido volverse un poco loco. Las canciones, las obras de teatro online, la pintura en casa, aunque sea con témperas de colegio; los mandalas y las majestuosas obras cumbres con material reciclado, nos han enseñado a buscar lo único que nos mantiene en nuestros cabales: la belleza de la creación humana.

Debemos aprovechar en minimizar el mínimo común múltiple (sin querer ser discriminador), y maximizar la experiencia desde todos nuestros sentidos ¿Por qué no hacer una investigación de cómo huelen los colores, o cómo saben los aromas? La imaginación debería ser obligatoria en nuestro sistema escolar.

Los niños nacen con un cerebro que tiene el método científico como una segunda piel. Es la escuela la que corta las alas de esa imaginación pulcra de Ícaro desafiante. 

Entonces, no es en sí mismo el problema, volver al aula en un momento donde no hay garantías mínimas para niños, niñas y adolescentes, es el para qué volver. 

El padre que trabaja en la construcción debe utilizar mascarilla durante su trayecto en micro, en la obra, para luego dejarla para tomar la vianda. Luego vuelve la mascarilla, a la obra, a la micro atestada y a la casa que habita en zonas de sacrificio ¿Queremos lo mismo para nuestres hijes?

Discutamos el cómo volver, pero sin chantajes, sin pensar en lo “que se están perdiendo”. La información del mundo la tenemos disponible en nuestros celulares. La educación debería prepararnos para saber qué hacer con dicha información. Eso no estaba pasando antes de la pandemia. 

La educación que no fue es la idea de empezar a mirar a los, las y les estudiantes como sujetos que construyen su aprendizaje. Es encontrar la capacidad de asombro en la lentitud de procesos creativos en la era de la inmediatez.

La educación que no fue es la oportunidad de dejar de tarea utilizar los sentidos para conectarse al mundo y reconocerlo e interpretarlo (¿Sabía Ud. que no tenemos solo cinco sentidos, y que ellos son los que nos permiten interpretar el mundo en que vivimos?) 

¿Cómo hacemos para encontrar al otro, cuando no lo sentimos, cuando ni siquiera vemos sus pupilas ni las nuestras reflejadas en sus ojos?

La educación que no fue pasa por la idea de la relación individual con un texto, no con el fenómeno que ocurre cuando presentamos un libro a una nueva generación y esta interactúa con el libro, el autor, sus ancestros y nuestros contemporáneos.

Pero la verdadera educación que será es la que va a ocurrir bien, lo quieran o no. Resignificar la vida, la cotidianeidad, el poner la mesa, mirar los insectos, crear con las manos y cocinar.

La educación que será deberá incluir lo humano y lo divino, entendiendo lo divino como espiritualidad: el amar a un ser humano, en palabras de Humberto Maturana, un verdadero educador que nos dejó.

La educación que será velará por los procesos en todos sus estadios, pero también lo entenderá como colectivo: sobretodo en estos tiempos de separación forzosa nos hemos visto necesitados de la experiencia del otro. No extrañamos la escuela, sino a quienes estaban en ella.

Por ello, para “hacer que el otro aparezca”, hablando en términos de Maturana, volvamos al aula cuando nos podamos abrazar, acompañar y cuidar. Dejemos que cale profundamente que somos con el otro, no a pesar del otro, ni menos en contra del otro. No somos las otredades, somos un nosotros. Y de repente el sentir será aún más profundo, que ni quince meses podrán separarnos. 

Foto de Gelgas Airlangga 

Ig: @gelgasairlangga 

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

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Natalia Henríquez

Impresionante columna

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