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Lo políticamente incorrecto

«Las sociedades tienen los criminales que se merecen». Alexandre Lacassagne, 1885.

30% de aumento en acoso (bullying) escolar. Esa es la escalofriante cifra de aumento en promedio que se estima ha aumentado este fenómeno en el presente año escolar. Por lo menos en denuncias. Sin embargo, cada vez más, nos golpea la violenta realidad que se vive en las escuelas. Pero la alarma en boca de muchos me parece a mí un tanto forzada, escandalizada por ver algo que ha sido permanente con ojos de novedad; como que recientemente han descubierto que en la escuela se observan comportamientos muy parecidos al mundo real. Las relaciones y relatos que se instalan en la sociedad son de poder… ¿Por qué entonces los y las estudiantes no repetirían lo que viven día a día en sus contextos?

Y no, no lo estoy justificando ni menos alabando. Con el amargo sabor en la boca, de quien sin querer se muerde sus propios labios y paladea el cobrizo sabor de su propia sangre, estoy constatando un hecho que, como papá y profe, duele. Lo que me sorprende, es la novedad de algunos, que descubren recién la violencia naturalizada con la que muchos niños, niñas y niñes viven su día a día escolar. Los epítetos lanzados a los que no son buenos para la pelota, para la niña con sobrepeso, los raritos que hablan de manera particular y de aquellos que les han hecho pensar que su manera de amar se tiene que ocultar, o peor, que es pecado ante un implacable dios que no le dirá que venga a él. Esa violencia siempre ha estado.

Y claro que es fácil, desde la mirada de mamá o padre preocupado, poner motes absurdos a los estudiantes que presenten dificultades en la convivencia con sus pares. “para mí, un alumno que violenta a uno más pequeño es un delincuente dice una mamá en un chat de curso de los que todos participamos, pero muchos odiamos. “Pongamos una cuota e instalemos cámaras, es lo mejor. Yo tengo un dato”– agrega el padre con ojo emprendedor. Y reconozco la preocupación legítima porque mi hijo esté seguro en el lugar que debería ofrecer esas mínimas garantías, pero que tarde nos dimos cuenta que, al naturalizar la sorna, tarde o temprano nos tocaría a nosotros bailar con la fea soberbia que ataca lo que no conoce.

Déjeme usar mi profesión para mostrar algo: la violencia siempre ha estado presente y no es sino hasta que nos dimos cuenta tarde, 400 ojos menos más tarde, que la vimos ser parte de nuestra cotidianeidad.

El país se parece al sistema educativo o viceversa. Hay un discurso de querer mejorar las cosas, pero, a la hora de los quiubos, como dice mi mamá, no hay real interés en hacerlo de verdad. No hay un compromiso, una urgencia, una prioridad que nos impulse a la mejora de los procesos, teniendo en cuenta que hay vidas en juego. Así de dramático.

Y claro que la violencia llena nuestras pantallas de miedos masivos, y claro que miramos con susto, pero también con un desdén añoso, desde un peyorativo pedestal a los chiquillos de 11 años que andan en encerronas y a balazo limpio, jugando a ser estrella de la música de mierda que actúa a su vez como símbolo de las virtudes del sistema económico imperante: sea feliz con cosas caras, de marcas, no importa cómo las consiga. Tener antes que ser. En clases de muchas escuelas, mientras el profesor explica el adverbio, varias mentes infantiles conjugan verbos en el coa que les promete riquezas y poder a bajo precio: sólo sus vidas.

En mis clases reitero como mantra a mis futuros colegas: no hay niño malo, no hay niño agresivo, lo que hay es conducta negativa (antisocial si quiere), y actitudes agresivas. Sin embargo, toda conducta tiene una causa y es a esa causa a la que debemos ser sensibles y dar una respuesta respetuosa. Vuelvo a la pregunta de fondo: ¿dónde empieza la violencia? ¿Hay un gen de maldad que nace inherentemente en la población? Porque, al fin y al cabo, esa es la violencia que se condena. No en vano las cárceles están llenas de pobres, como lo espetó la Hermana Nelly al Papa cuando estuvo en Chile.

Hace unos años un reportaje situaba en que la diferencia entre niños y niñas comenzaba a partir de los 18 meses de vida. Hasta ahí la carrera era pareja, luego, las condiciones sociales de la familia condicionan lo que la creatura comerá, vestirá, aprenderá y, terriblemente, soñará.

La libertad prometida por el sector más defensor de aquel efímero concepto no garantiza la posibilidad de soñar de niños y niñas que nacen en la pobreza. Para que le cuento si es de algún pueblo originario, o minoría sexual. Lemebel siempre decía que ser maricón y pobre era lo peor.

Entonces, hagamos un cambio de verdad: entendamos que la sociedad chilena justifica ciertas violencias porque aseguran mi pedacito de la copa feliz del Edén de marca oficial-alternativa de un sweatshop de algún país asiático.

Y la desidia de los dirigentes, o peor aún, en la ignorancia de las teorías a las que les falta calle, o la brutal indiferencia institucionalizada, seguimos dejando a niños y niñas sin la posibilidad de soñar. Yo también estaría enojado.

Y no, no se trata de justificar la violencia, se trata de identificarla, entenderla, deconstruirla (¡qué bella palabra!) para emanciparnos de ella. Los niños, niñas, adolescentes, jóvenes que salen a romper un semáforo, a protestar, o a hacer una encerrona viven en alguna casa, tienen familia, pero no contención. La célula primaria del tejido social falló, y, en vez de reconocernos autopoieticos, y crear(nos) nuevos tejidos, enviamos a nuestros glóbulos blancos (y verdes, y azules, y grises), a destruir aquello mismo que somos y rechazamos ser. Somos Narcisos sacudiendo las aguas con la rabia de no gustarle su propio reflejo. Si tan solo fuéramos un poquito más…. No sé, europeos, la cosa cambia, mi niña. 

La violencia institucionalizada no se refleja en Chile como en otros países. En la Babilonia actual sectores no permiten la revisión del discurso impuesto, y, como si fuera una peste, se desechan los programas de CRT (Critical Race Theory, Teoría Crítica de la Raza) porque no pueden entender que algunas cosas que han hecho no las han formado incluyendo a todos por igual, sino una representación estereotipada de ciertas personas, amparadas por una normalización del prejuicio ignorante que se señorea desde su soberana soberbia.

Acá es más sutil, más a la chilena; de decirlo entre dientes, durante el pucho fuera de la oficina. Off the record. Sin pretender hacer una defensa corporativa de los profesores, pero tampoco haciéndome cargo de cada uno de mis colegas, me atrevo a decir que el y la docente es víctima de un sistema perverso en esta angosta faja de tierra: una sobrecarga de trabajo, con un sueldo indigno, que no le permite el tiempo para planificar y reflexionar sobre lo que hace en la sala de clases. La madre de las profesiones tiene una jubilación de AFP para poder vivir, y no alcanza a cubrir necesidades en la hambruna de pan, reconocimiento, dignidad.

Sin embargo, con la mano en el contrito corazón, debo decir también que muchos docentes se acomodan en la idea de ser la víctima. Y tienen razón, pero todo tiene dos caras: estas víctimas mantienen el status quo, con la culpa inconsciente de invisibilizar a sus estudiantes, olvidando sus necesidades. El ser víctima es horrible, pero también, desde una mirada ontológica, es cómodo y muy centrado en uno mismo. Y es ahí donde me olvido de los niños y niñas a mi cargo, y me vuelvo a mis necesidades no resueltas. Y mientras se resuelven (la verdad no sé cuándo), el paso implacable del tiempo deja heridas en nuestras generaciones técnicas de nivel superior en pateadores de piedras.

Entonces hablemos en serio: garabato más o menos, la conducta de niños, niñas y jóvenes es nuestra culpa como familia y padres. Hemos sido negligentes en la crianza. No sabemos manejar nuestras emociones y menos como modelarlas para los más pequeños. 

No tenemos de otra que ponernos de acuerdo si queremos rescatar a nuestros hijos e hijas. ¿realmente puede dormir tranquilo pensando en el futuro, ese cuando UD. ya no esté? Dejemos de mirar la sociedad que construimos como el problema del otro. Exijamos dirigentes que abandonen sus luchas de poder con recetas exitosas de afuera que dejan sociedades más divididas, aunque con algunos botines de guerra repartidos entre amigos. Dejemos de lavar las culpas morales en un show mediático anual que reemplaza el paradigma de derechos.

Ya probamos con más control. Foucault se burla de este país que sigue el mismo camino que describió. Es tiempo de ponerse de acuerdo, desde la legitimación del otro como un ser legítimo con las mismas oportunidades de vivir que los míos, de otro modo, vamos al despeñadero que causó las peores tragedias de la humanidad en la Europa de los años 30. 

Este último tiempo aprendí dos cosas: los profesores no somos jueces de nuestros estudiantes. Nuestro rol es garantizar su acceso a la educación que les corresponde por derecho. ¡Y que honor sentirlo así!

Lo segundo: entender que necesitamos desarrollar más nuestra tolerancia a la frustración. Única forma de adecuarnos, desde la flexibilidad, a no sufrir por las propias expectativas y a maravillarse de lo que el otro me invita a vivir y sentir, desde un vínculo sano y respetuoso de los tiempos de las otredades que conforman nuestro ser.

Lo políticamente incorrecto es decir que muchos docentes no hemos sido capaces de transformar el mundo, o al menos la vida de nuestro país. Nos gusta sentir que somos parte de un cambio, pero nos muerde la realidad que nos come a bases de tres cuotas precio contado. Y la realidad nos pasa y nos consume en el devenir de las cuentas por pagar y el baile de máscaras en que se transforma el sistema educativo nacional.

Lo políticamente incorrecto es decir que la familia tampoco ha hecho mucho por aplacar la violencia. Pero estamos a tiempo. Seamos más humildes y menos exitistas. En el Chile winner del más vivo, nos estamos adentrando al abismo oscuro, desde donde una mirada inquisidora de ojos conocidos nos interpela pidiendo saldar cuentas con las niñeces perdidas que no fuimos capaces de acunar. Y el futuro se nubla, como en el humo del mono que se encendió antes de salir a malantear.

Fotografía: Bruna Saito

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

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