Un antecedente que da cuenta del paso de lo que algunxs han llamado Matriarcado o lo que yo prefiero simplemente entender como lo anterior al Patriarcado, precisamente a este último, es el que se expresa en la representación de dioses. Se pasa de diosas a dioses con nombres establecidos. Es decir, un nombre que preconfigura, previo a cualquier cosa. Un nombre construido por el Poder de la Palabra que atrapó a todo, dejando fuera lo que le resultaba ajeno a su comprensión.
Un entendimiento desde lo arbitrario, en cuanto se nombra antes de que exista. Pues el que tiene el Poder de la Palabra determina que eso nombrado ha de existir, desarrollarse, etc. Porque Dios creó al hombre, y de su costilla a la mujer. Sus roles fueron establecidos desde que fueron hombre y mujer.
Si se nombra, existe; de lo contrario, desaparece de mi campo de comprensión. O sea, negar lo otro, pues El Creador no permite que emerja ante sus sentidos. En ese terreno que entiendo de incertidumbre y oscuridad, el otro es convertido en un monstruo, uno con x, porque se desconoce exactamente qué es, se le teme.
De allí, lo emancipador de que aquello sin nombre, surja con uno propio; pues de tal modo, no resulta atrapado por el nombre que su Creador ha determinado para él; no es parte de su barro, no es parte de su arcilla, no está en sus moldes, no está en su campo imaginario. Le desafía.
Por eso, es que La Revolución, tal y como nos la enseñaron, no solo en el colegio, sino en algunas militancias de las izquierdas, ha fracasado. Porque se llamó primero Revolución antes de serlo. Se le preconfiguró, se establecieron, mediante el poder de la palabra, avezados oradores y escritores que plasmaron en sus voces y textos, lo que era aquello que habían nombrado; la definieron previamente, antes de que efectivamente ocurriera; porque la Revolución, su Revolución era ordenada, metódica, había pasos estrictos a cumplir. De lo contrario, el plan fracasaba, porque la estrategia y la táctica, porque todo había de ser profusamente estudiado.
Entonces, en un momento habría fuego, habría barricadas, habría una dirección; habría Un Revolucionario. La Revolucionaria, por su parte, sería la versión en femenino del Revolucionario, porque al ser nombrada, solo podía hablar con la lengua ya previamente nombrada; esa misma la del Desorden Patriarcal, en donde al nombrarnos no lo hacemos, porque nunca ha sido nuestro código, y cuando lo adoptamos, nos volvemos su costilla.
Entonces se trae la fórmula, se espera que funcione, porque la estrategia y la táctica no pueden fallar, porque se ha planificado; porque la Revolución Obrera… y llegó octubre del 2019 y ocurrió que no hubo aquello. Sí, al principio, barricadas, unas que fueron permitidas por los abuelos, abuelas y abueles. La autoridad ancestral de la aldea, determinó que aquello era posible, porque era necesario gritar, explotar frente a tanta violenta injusticia; pero luego de la explosión, se construye; y aquello no ocurría, entonces, incertidumbre para quienes, todo lo conocido se les venía abajo.
Las barricadas dejaron de ser una expresión que representara a las llamadas masas, porque ya habían gritado, y ahora querían construir. Porque el piso que sostenía la sociedad en la cual habían nacido, se desgajaba bajo sus pies.
Las barricadas volvieron a tener sentido, en el contexto de los retiros, porque había hambre, porque nuevamente la incertidumbre del viejo mundo que moría se presentaba en violenta injusticia. Pero entonces, las vanguardias y los eternos anti, para quienes todxs quienes no seamos del todo antis, somos enemigos, resultamos excluidxs; porque no cumplimos con el guión pre-establecido del nombre dado. Escapamos de su poder de palabra.
La Revolución, como nos la enseñaron, ha fracasado. Porque se nombró antes de que aconteciera, porque lo vivido en octubre no fue una revolución obrera, la tomó el pueblo en su conjunto, con un importante porcentaje del llamado lumpenaje que, en la planificación de La Revolución previamente nombrada a través del patriarcal Poder de la Palabra, no cabían; es más, estaban conminadxs a irse, a dejar el camino a los obreros.
La Revolución, como nos la enseñaron, ha fracasado. Porque las vanguardias, volvieron sus llamados métodos de lucha un fetiche, apoderándose de las barricadas; porque no comprendieron que frente al mundo que se cae, es perentorio contribuir a la construcción de lo otro; que no tiene por qué ser: Estado Obrero, o Sociedad Comunista. Sino que eso ha de ser construido en un largo plazo a través de amplios consensos.
La Revolución, como nos la enseñaron, ha fracasado. Porque no se supo que había mucho más pasando. Lo que la misma izquierda ha denominado: revolución cultural. Porque la clase de género en el colegio perdido de un cerro en Valparaíso o de un sector periférico de Villa Alemana, siempre fue tan poderosa como el fuego de su iluminadora barricada. Un fuego mesiánico que, en vez de entregar libertad, terminaba por consumir al Revolucionario en él. Porque los revolucionarios aquellos son vanguardia, y éstas han sido incapaces de conducir proceso alguno; porque no comprendieron que el nombre fue dado por la Modernidad, y es ese orden civilizatorio que gradualmente se cae.
Y lo hace con “tallercitos de género”. Porque lo que está en disputa, es el llamado sentido común, el cual en un Mundo del Uno, solo estaba supeditado al Nombre, y lo no nombrado, el monstruo de la laguna, constituía un horror que no podía permitirse habitar.
Porque era necesario que hubiera un líder de la revuelta popular; alguien a quién nombrar, para negociar, como lo instauraron los grandes patriarcas en un primer período de dominación patriarcal. Porque, qué temor una revolución sin líderes. Y claro, no se comprendía que las vanguardias marcaban el paso de lo determinado por lo que ellos despectivamente habían denominado las masas. Porque no se nombró, emergió con mucha rabia y fuego, ése aún no fetichizado que sí era liberador, un ritual incluso, de sanación. Al cual concurrimos todxs lxs invisibilizadxs y excluidxs de la historia de patriarcas a la que incluso adscribieron las vanguardias; porque una vanguardia es patriarcado, en cuanto mesiánico líder.
Lo que ha venido ocurriendo, a mi modo de entender, desde hace mucho tiempo, es un movimiento subterráneo rizomático, cuyas principales expresiones más a ras de superficie son las asambleas, las ollas comunes, a las cuales confluyeron y levantaron seres que desde hace mucho tiempo han venido construyendo desde abajo, sin un manual, sin un nombre, sembrando la tierra, tratados despectivamente de hippies, de individualistas, de pachamámicos. Aliándose paulatinamente con otrxs; realizando talleres de todo tipo, siendo comunidad, siendo una transmisión por Instagram.
Y es que la Revolución viene ocurriendo hace mucho tiempo y nunca fue cómo nos la enseñaron: los obreros no se tomaron el poder, porque las barricadas no consentidas por lxs abuelxs (no así las de un principio) en vez de liberar, obstruyeron el tránsito en los sectores populares en donde mujeres y personas no hombres debimos terminar caminando hasta nuestras casas. Porque nuestras vidas, no estaban en el plan ya nombrado de la revolución ya nombrada.
Lo que viene ocurriendo, es que aprender a abrazar, ha sido una revolución, en cuanto altera nuestro proceso de colonización que nunca abrazó a lx otrx, lo negó desde un comienzo. Porque a pesar de las diferencias, hay diálogo profundo lo cual expresa que entiendo al otro como un legítimo otro.
Lo que ha venido ocurriendo es el remezón de un Orden civilizatorio que agoniza, y con él ha de irse esa Revolución que nos enseñaron, porque ésa nació en él. Sin esta Modernidad, esa revolución, selló su sentencia de muerte.
La fotografía que grafica esta columna es de Zack Jarosz Ig: @zackjarosz
Lilit Herrera Contreras