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Y sí: yo me autofuno, sabí’… o algo así

En un contexto  de la visibilización de las violencias en contra de mujeres y mariconadas varias, muy en línea con lo que podría señalarse como auge de los feminismos (muchxs no se reconocen como tal, pero igualmente condenan la violencia machista por ejemplo) con el impacto en la subjetividad de lxs seres;  las cuales se han materializado en campañas internacionales como el “Mee too” por ejemplo, hemos escuchado con mucha fuerza el término funa, el cual proviene del mapudungun y significa “podrido”.

Desde hace algunos años, se ha empleado para exponer violencias sexuales principalmente, las que hay que recordar son violencias políticas.  Su origen, sin embargo, se puede rastrear en 1999, cuando el 01 de octubre de ese año, nació la Comisión Funa, por Acción, Verdad y Justicia; con el fin de exponer y condenar socialmente a violadores de derechos humanos durante la reciente Dictadura Cívico-Militar de Augusto Pinochet. El lema: “Si no hay justicia, hay funa”, explica el porqué.

Lxs legalistas arguyen que la funa choca contra diversos derechos fundamentales, que están garantizados en la Constitución, los cuales son:

  • Artículo 19 Nº4 sobre “el respeto y protección a la vida privada y la honra de la persona y su familia”.
  • Artículo 19 Nº12, relacionado con la “libertad de emitir opinión y la de informar sin censura previa, en cualquier forma y por cualquier medio, sin perjuicio de responder de los delitos y abusos que se cometan en el ejercicio de estas libertades, en conformidad a la ley”.
  • Artículo 4º del Código Procesal Penal que indica que “ninguna persona será considerada culpable ni tratada como tal en tanto no fuese condenado por sentencia firme”.

Y si bien, puede comprenderse el problema que la funa representa; para quienes aún creen en las leyes, saben y todxs sabemos que están hechas a la medida de algunos pocos privilegiados; además de que constituyen una expresión más del Heteropatriarcado, porque entre otras cosas, chorrean punitivismo.

Personalmente, ante el pacto de silencio que se nos ha impuesto, ante la imposibilidad de encontrar refugio en una comisaría de pacos, este grito para expresar el horror de la violencia sexual, me parece comprensible y necesario ¿Hay que avanzar hacia procesos reflexivos y de reparación? Sin duda, pero de ahí a señalar que la funa no sirve, me parece un gran error; a algunas nos permitió salvar nuestras vidas y las de otrxs. Que muchas veces se banalice es una arista a considerar, por supuesto.

En este sentido, sí creo que es tiempo de preguntarse ¿Qué haremos con lxs funadxs? ¿Qué haremos si hasta nosotrxs mismxs resultamos funadxs? La condena al ostracismo es sintomática de esa sociedad del vigilar y castigar de la que tanto nos advirtió el cancelado Foucault. Y por mi parte, me niego a que ése constituya el camino.

A la vez que no dejo de pensar en tales preguntas y en otras, también me cuestiono si luego de poder realizar aquella funa, pude abrir en mí un proceso reflexivo de autoconocimiento, si me autofuno, ¿conseguiré un efecto similar? ¿Les servirá a otrxs? ¿O solo quedará esto como en un absurdo y superficial acto de inmolación? ¿Probemos?

Miren, me autofunaré por homo y transodiante. Pudiera ser por misógina también, pero igual me baja todo lo que es el pudor… Además, a causa de mi habitar acuariano, no me gusta andar repitiendo, porque obvia que full única siempre, sino pa qué po. Entonces…

Entonces, me expongo ante tal público tribunal inquisitorio, repito, por  homo y transodiante. Y es que ay, mi niña: yo no nací deconstruida con las uñas pintá’s. Ay que no, ay que no, mi ciela… Si bien, este relato ya lo he contado, lo volveré a escribir porque puedo.

Cuando yo era chicO, tenía unx vecinx a quien todxs en el barrio le llamaban El Maricón Miguel. En el barrio se especulaba que se había vuelto “así”, porque su mamá lo obligaba a lavarle los calzones. Su mamá, la Lucía, la que tenía que salir de la casa a vender de esos típicos productos por catálogo. Me acuerdo cuando la vecina pasaba a la casa y nos dejaba esas revistas que tenían una figura de perfume que muy contenía el aroma ofrecido. Ay ñaña, yo lo olía y muy me movía creyéndome la Thalía, pero El Maricón Miguel, no po’… una no podía ser como El Maricón Miguel, pero yo muy tal vez sí quería.

Obviamente, que la gran responsable de su ser amariconado era su madre. La cual recibía juicios por parte de sus vecinxs, dado que debía salir a trabajar, porque nunca se hizo realmente cargo de sus hijxs. Yo siempre me pregunté si ella quería ser mamá. Cuando se lo conté al sacerdote de mi escuela, me envió a rezar avemarías. A su padre, sus ausencias… no, ahí sí que no había que meterse. Pobre Moncho…

Yo tan necesitadO de continuar cumpliendo con la sagrada investidura del Mandato de Masculinidad Hegemónica, pasaba de celebrar -de mentiritas- que mis primos cortaran colas de lagartijas a incomodarme y reírme a espaldas del Maricón Miguel de los comentarios en su contra. Incluso, siendo capaz de obviar como lo hizo toda mi familia, los rumores que vinculaban a esta loca con un primo que muy le jugaba a varoncito: si pasó por el servicio militar, llegando casi que a convertirse en marino. Pero muy que no logró mucho… cuentan que lo rechazaron por pobre, pero quién es una pa’ asegurarlo. En todo caso, qué importa.

Mis propias risitas me dolían tanto, porque por supuesto que rasgaba mis ropas con tal de convertirme en Ellx. Recuerdo muy bien esos shows que ella muy animaba para lxs vecinxs del barrio, transformada en Paola Bracho, nombre de la villana de una telenovela mexicana titulada ‘La Usurpadora’. Su clásico “¿en dónde está el webeo? ¿Aquí o allá?” Permanece como recuerdo intacto en el retrato de un pasado que se vuelve carne presente en estos días que he regresado al barrio de infancia. Jamás pude asistir a estas jornadas, pero le emulaba en privado. En público, sin embargo, me sometía a la mayoría, y por tanto, a las burlas en su contra.

Si tan flacO que era, tan delicadO que era, ¿quién se lo habrá violado?

Y luego yo, hipócrita como todxs o la gran mayoría. Hace 9 años salí a prender velitas a una jornada por el crimen de Daniel Zamudio. Me acuerdo haber pensado si ser cómplice de las burlas en contra del Maricón Miguel fue violento, así como evitar su saludo en la calle también po’. Violencia homo y trans odiante. Me dolió aceptarlo, pero supongo que no más que a ellx.

¿Sabí’? Yo nunca he hablado con esx ser más allá del saludo (de más grande ya le saludaba). A veces, cuando su recuerdo se me agolpa en el pecho, me da por correr a donde se encuentre para ofrecerle mis disculpas y preguntarle si me permitiría abrazarle. Ojalá su respuesta fuera un “no, ándate”… Que me palabree es lo mínimo, yo creo.

Otro caso en donde también fui de las homo y transodiantes, ocurrió en el liceo, cuando cursaba los primeros medios. Yo muy que venía de un colegio católico y el cambio a uno laico fue desconcertante para mí. Aquí no se rezaba, las chicas hablaban de menstruación y de que follaban con sus pololos. Una admitió que se masturbaba y los estudiantes afeminados brotaban de los cementos, niña. Uno de ellos se llamaba Ignacio, apodado Nacho, y cursaba segundo medio.

Era tan afeminado. Me incomodaba en demasía, porque según yo, por supuesto que buscaba algo muy sexual, de seguro deseaba que lo penetrara, porque “se comportaba como una mujer”. Por eso me alegré cuando supe que había dejado de asistir al liceo, no lo vería más.

Sin embargo, me lo encontré en la micro un día. Hice lo que pude para no ser reconocido por él, pero no lo conseguí. Su maldito tono mariposón me llevó a ruborizarme. Tenía los ojos pintados con sombras y prácticamente se había borrado sus cejas. Era una mujer pensé y sentí tanto asco. Durante mucho tiempo le recordaba mientras comía, sintiendo profusos deseos de vomitar.

Y mira, te dejo un bonus: a mis 15, cuando en el contexto de una clase de historia, fuimos al paseo 21 de Mayo en Valparaíso, con unxs compañerxs entramos al ascensor: allí había una pareja de colas, bien guapitos. Y yo muy que les miré y comenté a mis compañerxs que ellos se tenían la mano tomada ¿Qué implicó? La evidente incomodidad de uno de los dos, que ya hasta mostraba signos de angustia, la misma que yo sentí y sentiría por mucho tiempo…

Paradójicamente, mientras a mí me pegaban en los baños por ser raro, yo me burlaba y odiaba a quienes eran como yo, lo que me negaba a aceptar, tratando de encontrar en el suicido, el escape a mi propio odio.

Pudiera justificarme señalando que es lo que me enseñaron y, efectivamente así fue. Pero, ¿cuál es la diferencia, a este respecto, entre un hetero cis y yo, una cola reprimida que violentaba a otras colas? ¿A mí se me tratará de macho? Luego de este relato, ¿seré un macho? ¿Qué denominación habrá para mí cuando aparte de mi autofuna haya una funa? ¿Facha me llamarán?

Obviamente, no quiero invisibilizar que ser hombre cis heterosexual trae aparejados una serie de privilegios, entre ellos, el de caminar por la calle sin la inseguridad de que alguien te abusará por ser hombre. Pero a la vez, no es lo mismo ser un hetero cis migrante en Chile. O Ser pobre… raza y clase, como mínimo. Lo que sí, nunca será igual un maricón racializado que un heterocis racializado, en fin…

Me autofuno. E invito, más que a la autofuna, niña, a que podamos ir realizando estos procesos introspectivos. Ojalá de manera colectiva, a ver cómo vamos comprendiendo aquello de los punitivismos. Poder contar la violencia, romper así con el patriarcal pacto de silencio es muy necesario; pero a diferencia de lo que versa aquella canción: no es que deba caer El Femicida solamente, sino toda esta estructura que resulta un criadero de violentadores. Pues como dijo una compañera una vez, para que existan violadores, esta sociedad tuvo que permitirlo, y yo diría, esta sociedad tuvo que crearles. Y en general, no se trata de una violencia individual, sino que de una inculcada en años de buena crianza que le dicen.

Invito al ejercicio reflexivo de mirarnos, de recordarnos en otros momentos. Invito a abandonar el Tribunal de la Santa Inquisición; a dejar de pensar que existen los lugares seguros, siempre que no haya heterocis. Si ahí tení a la violentadora de mujeres llamada Julieta Paredes; que hasta ahora, no ha reconocido nada. Y yo muy tengo acuerdo que se le diga que no puede andar por ahí llenándose la boca de feminismo, si no es capaz de admitir la violencia que ejerció. Para mí, un mínimo es que se reconozca la violencia ejercida, si así ocurrió. No tenemos por qué concordar; pero pienso que es una manera de ir abordando este asunto.

Y es que amigas, ¿qué harán cuando se les aparezcan sus propios Maricón Miguel, Nacho o colas del ascensor?

Ya ven que yo me autofuné, pero…

Lilit Herrera Contreras
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