Ocurrió recientemente y me hizo recordar las cosas que importan. Porque después de todo ¿A quién puede importarle la vida de un pichón de zorzal en estos días? Como dijo el gran Jorge González: “Haz una encuesta a tus vecinos y cuéntame cómo te fue”.
Un compañero de la música, Derek, publicó en una de sus redes sociales que había salvado a un pichón de zorzal y pedía orientaciones para cuidarlo, también buscaba a algún profesional del mundo veterinario para saber qué hacer, pues había rescatado al ave de las garras de un felino que al parecer le había roto un ala y parte del cuerpecito. Eso pensaba mi amigo.
Vi el aviso tarde, pero apenas lo hice me contacté con mis redes más “pajarólogas”, una persona llevó a otra y así pude encontrar orientación veterinaria que transmití de manera remota. Por su parte, el humano rescatista (Derek), compró alimento y mezcló con agua para darle al pequeño zorzalito, que poco a poco se empezó a recuperar dentro de una caja de cartón arropada. Animado, describía cómo su ala no parecía rota, al igual que su diminuta caja torácica. La jornada concluyó con un ánimo esperanzador.
Al día siguiente, pregunté por el paciente pequeño y ahí me enteré que había fallecido por la noche. Su breve existencia se atoró en las rendijas de un calentador en desuso. Nadie se explica cómo llegó hasta ese lugar, tal vez buscaba una salida, quizás fue su instinto por seguir a sus padres que quedaron revoloteando en el mundo exterior, con un pichoncito menos.
Derek hizo lo que pudo por salvar a ese pequeño zorzal, sin embargo, el hallazgo de su cuerpecito sin vida de alguna manera le partió el corazón, como dijo; pero ese día tenía que tocar y fue el escenario perfecto para transmutar la tristeza, porque la música sana, claro que sí. Por mi parte, también quedé con una sensación de vacío, de un tamaño infinitamente mayor que el de esta avecita que nos movilizó cuál comunidad que avanza con una misión urgente.
De pronto, esta historia me hizo reflejo de lo que pasa con “grandes temas” en el mundo, pues, aunque a pocas personas les importe salvar a un pichón de zorzal, su existencia tiene que ver con todas las especies y como dice mi amiga Patricia Estivill: “cuando cae un ave, caemos todos, todas y todes”. El hecho es más concreto y práctico de lo que se pueda creer, si lo vemos desde una perspectiva ecosistémica, donde un pequeño zorzal, al igual que las abejas, cumple un rol fundamental.
Los pueblos preexistentes lo comprendieron mejor y más profundamente, cada ser vivo está aquí por algo. No es una mera casualidad. Existe una conexión entre todas las formas de vida y las sociedades del mundo actual, hemos perdido esa noción. Por eso triunfó el mercado.
En este punto del relato, me resulta casi increíble que en el ámbito científico se acuñase el término “servicios ecosistémicos”, que se podría clasificar como otro componente de la visión antropocéntrica que impera. Porque la existencia de todo lo viviente, parece tener peso, solamente si entrega algún beneficio a la especie humana, en tanto favorezca la proliferación de alimentos nutritivos, la polinización, la disposición de agua que usaremos a nuestro antojo y seguramente hasta su extinción. Eso sin nombrar, los beneficios culturales y espirituales.
Me gustaría pensar en una realidad absolutamente paralela, donde aprobamos con distinción la asignatura de valorar a todas las especies vivientes. Entonces, imagino mi ciudad con un sonido distinto, apenas aclara el día, en cuya tocata se incluye la voz de un zorzal que quisimos salvar y no pudimos.
Fotografía: Gregor Stipicic Escauriaza
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl