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¡Buen día, Tristeza!

Hace muchos, muchos años, cuando todavía era una niña vi un cortometraje de ficción bastante triste. En él, un padre y su hijo salían de excursión a la montaña y de pronto se perdían el uno al otro. Más allá de los detalles de esa historia, lo que recuerdo con mayor nitidez es la angustia de buscar a una persona sin encontrarla, en un escenario boscoso y húmedo.

Poetas de distintas generaciones, incluyendo la mía, decidieron que la tristeza era tan útil y azul que podía cultivarse como un diamante. Pero los hombres de maletines negros, siempre atentos a la mirada poética que todo lo ve, proyectaron los cimientos de ciudades que podrían sostener esa tristeza. Sin embargo, al no comprender la poesía de las cosas hicieron una traducción errónea de los hechos y la realidad comenzó a fragmentarse.

Para entonces toda emoción triste se convirtió en el objetivo del comercio que poco a poco se fue especializando en diseñar productos y servicios destinados a “revertirla”, aunque eso era diametralmente opuesto a lo que buscaban los oscuros, cuyo propósito era extender la supremacía del negocio. Ergo, la tristeza artificial se fue multiplicando y esparciendo como un virus.

Algunas personas un tanto atípicas, que fueron catalogadas de “locas” decían que la tristeza era parte de la vida y que incluso tenía sus beneficios, ya que solo mediante su experiencia era posible aprender y comprender lo más profundo de la humanidad. En cambio, otras eran enfáticas al afirmar que el camino a la elevación solamente era permitido mediante la manifestación de emociones neutras. “Que nada te altere, que nada te toque”, decían.

Paralelamente con todo eso, las personas que vivían en modo poesía, las, los y les poetas vivían la tristeza a concho, se embarraban con ella hasta la punta del pelo si era posible, para luego emerger en una suerte de vuelo que les hacía renacer, porque “cada día se nace y se muere”, explicaban.

Hubo un poeta de voz campesina que se autodenominó el coordinador de la tristeza del universo, una compositora invitó a aparcar la angustia en el estacionamiento para vivir, pero siempre con respeto. Un cineasta que solía recurrir al mismo poema en cada una de sus películas subrayó: “Es mejor herido que dormido, como hasta ahora”. En tanto que mujeres organizadas en círculos repartidos por diversas latitudes llamaron a peinar la tristeza en una trenza y abrazarla, como se hace con una hija. De cualquier modo, las personas expertas en la lírica sabían que llorar hasta retorcer el alma era tan necesario como reír hasta quedar sin aire en el juego de la vida.

Entonces, la tendencia mediática de polarizar todo, ubicó a un lado del tablero a la señora Tristeza, quien lucía como la dueña del mundo hasta el infinito y más allá. Frente a ella ubicaron a la señora Alegría. Esta última, prácticamente no podía tocar el suelo, ni quedarse quieta en un asiento. Las cadenas televisivas decidieron transmitir el encuentro y las grandes empresas pagaron millonarias cifras para auspiciar la actividad, que superó todas las estadísticas de audiencia. Un negocio redondo fue ese y a pocas humanidades les importó que ambas señoras fueran compinches desde la infancia y que no existiera en ellas algún afán de ser antagonistas.

A pocos minutos de iniciado el certamen televisivo, Alegría miró a Tristeza con un brillo especial en los ojos y seguidamente dejó caer el tablero. Los peones, las torres, los alfiles y toda la tropa de pequeñas figuras de ajedrez volaron por el espacio del estudio. El rey y la reina fueron los primeros en quebrarse y terminar convertidos en diminutos fragmentos amorfos. Los únicos que quedaron de pie fueron dos caballos, que presintiendo el caos decidieron escapar y buscar protección bajo la mesa. Uno a uno los reporteros de las señales conectadas a la transmisión iniciaron un nuevo evento de la posverdad, que hacía puente con imágenes de la infancia de las señoras y datos jugosos. Nadie supo de dónde o cómo fueron surgiendo fotografías de Tristeza cuando iba en primero básico y se sentaba al lado de Alegría. Ágilmente los canales fueron desclasificando testimonios del director de la escuela, la madre, el tío, la vecina de ambas y ya nadie recordaba para qué se habían juntado en el set.

Una multitud se agolpó afuera del estudio de televisión premunida de pancartas, megáfonos y consignas… el efecto iba creciendo. Las redes sociales se dispararon…, cada cual con mejores y más creativos posteos y hashtags. Ante ello, el presidente de la república llamó a su empleado del canal, dando indicaciones de transmitir lo que estaba pasando, mientras los dueños de grandes monopolios también llamaron para exigir mayor avisaje. El show mantuvo el rating a flote hasta medianoche.

Las únicas personas que permanecieron atentas a la tristeza y la alegría fueron unos poetas que miraban televisión casi por descuido, algunas que llegaron a las afueras del canal y otres que sostenían carteles. Solamente esta especie (la poética) fue capaz de observar el momento exacto en que las señoras se perdieron en la multitud y tomaron cartas en el asunto, porque después de todo ellas sabían lo que significaba sufrir por no tener un techo o reír por la alegría de vivir una vida con autodeterminación.

Yo también las vi mezclarse entre la gente. La alegría me abrazó cuando grité exigiendo mis derechos vulnerados, en un acto de plena liberación y la tristeza levantó a los caídos en la trifulca, más humana que cualquiera. De pronto pude mirarla con detención y comprendí que ella tenía algo de mí y algo de todos. Fue entonces que volví al final del cortometraje del bosque. La cámara mostraba al padre conversando con su hijo encontrado y en un brusco cambio de toma, se podía ver al personaje caminando y gesticulando solo entre los árboles, absolutamente ciego de la realidad.

La foto que grafica esta columna es de @enginakyurt (Instagram)

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Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl

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Yayo Riquelme Navarro

Excelente texto que reivindica nuestro auténtico derecho a la tristeza y a la alegría como dos pulsiones humanas vitales y esenciales. Y motoras de rumbos más empativis y solidarios.

Ana Marlen Guerra E.

¡Gracias por tus palabras, Yayo Riquelme! Me gusta el enfoque que le das…la tristeza y la alegría como derechos!!! Claro que si!!!

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