Hace algunos años, tuve la oportunidad de conocer y aprender la Guía para informar con enfoque de derecho COMUNICAR SIN DAÑAR, una publicación de la ONG Raíces con el apoyo de Terre des Hommes, Alemania y Save the children, Suecia. Sus contenidos fueron desarrollados por las periodistas Fabiola Oropesa Celedón, Rosmary Ramos Vega y Alicia Sánchez Rojas.
Lo interesante de esta iniciativa es que no se quedó en el papel, ya que sus gestores se encargaron de esparcir orientaciones por distintos puntos del territorio que llamamos Chile, procurando el encuentro entre instituciones que trabajan por los derechos de la infancia y la adolescencia con directores y equipos de prensa de los medios de comunicación tradicional.
Cito un fragmento de este libro: “La niñez posee una capacidad de conmovernos que sólo alcanzamos a dimensionar cuando el sufrimiento, la tristeza o la miseria aparecen ante nosotros a través del rostro de un niño. Nos inquieta ver a un pequeño llorando y nos estremecemos cuando conocemos historias de abandono o cifras exorbitantes que dan cuenta del maltrato que padres ejercen sobre sus hijos. Y es justamente por su efectividad que estas representaciones se emplean para sensibilizar a la población sobre determinados problemas. Pero lo que aquí proponemos es mirar a los protagonistas de esas imágenes, más allá de su condición de niños, en su calidad de personas”.
Hago una pausa en la guía y viajo hasta el 07 de enero de este año, cuando infinidad de medios y redes sociales estallaron en testimonios de la violencia ejercida por un efectivo de la PDI en contra de Guacolda, la hija de siete años de Camilo Catrillanca, quien no bastando con sobrevivir al asesinato de su padre, casi dos años después soportó la rodilla de un policía impidiéndole movilidad y el impacto de la separación de su madre y de su abuela, quienes fueron detenidas.
Imágenes fijas y en movimiento de este episodio se viralizaron rápidamente, en distintas plataformas mediáticas y redes sociales, también en millones de cuentas de personas que repudiaron los hechos. Algunas de ellas mostraban el rostro de frente y de perfil de Guacolda, otras editaron la imagen poniendo sobre él un filtro borroso, aún más terrorífico.
El encuentro cara a cara con la forma en que se trató esta información me produjo un estado parecido a las convulsiones y de algún modo estas palabras están siendo agrupadas para expresar que podemos comunicar una vulneración perpetrada en contra de la infancia sin tener que recurrir a su revictimización.
La Convención sobre los Derechos del Niño en su artículo N° 16 conmina al Estado a evitar la injerencia arbitraria en la vida privada de niños, niñas y adolescentes. En este sentido, el abogado Hernán Fernández señala: “Los medios de comunicación están llamados a promover los derechos del niño y la niña respetando esos derechos. Esto se traduce en no revictimizar a las víctimas y respetar su identidad. Preguntarse qué va a suceder con ese niño o niña al día siguiente, cuando ya deje de ser noticia”.
Comunicar es un verbo sublime y complejo a la vez, que implica una intención y efectos que pueden ser medibles. Recordemos nuestra responsabilidad sobre lo que decimos, cómo lo decimos y a quienes afectamos en este proceso.
A veces, la compulsión de apoyar y denunciar la violencia que afecta a otra persona, le significa una nueva vulneración y es ahí cuando necesitamos mayor asertividad y recurrir al enfoque de derecho. Antes de hacerlo podemos practicar la empatía y preguntarnos: ¿Cómo me sentiría con esto si yo estuviera en su lugar? ¿Es esta una perspectiva respetuosa y dignificante?
Autora de la imagen de esta nota: Cotona
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl