Algunas personas que hemos estado al filo de la muerte, coincidimos en un fenómeno bastante comentado, que consiste en ver las imágenes más importantes de nuestras vidas, como en una tira de película. Rostros y momentos que marcaron, para bien o para mal, son proyectadas en un resumen que acciona nuestro cerebro, seguramente con la finalidad de extraer aprendizajes. Eso me pasó ayer, cerca de la medianoche, al recibir la noticia del fin absoluto de Mina Invierno.
Mina Invierno en Isla Riesco, un capítulo largo para mí, que forjó la profundidad de mi compromiso con la defensa ambiental, la que hoy cruza transversalmente todas las cosas que hago y que haré. Mi amiga Paty sabe, pues se lo he dicho muchas veces, que la ambiental es mi batalla más importante, cueste lo que cueste. Aunque, francamente, sería necesario que empezara a costar menos. Sobre todo considerando el estado en que se encuentra nuestro planeta, único por lo demás, porque no tenemos un planeta sustituto.
Hoy he recordado en detalle cada cosa que hicimos con las, los y les compañeres del Frente de Defensa Ecológico Austral, recurriendo principalmente a la creatividad, que junto a la consecuencia, siempre han sido nuestras principales riquezas. Allá donde vayamos, sabemos que es imposible tumbarnos, porque en una realidad que pertenece a quienes creen poder comprarlo todo, nuestras convicciones no tienen precio.
La nieve del tiempo trae recuerdos de nuestra llegada intempestiva a un sesión de CORE, cargando lienzos y carteles escritos con la pluma de la conciencia, advirtiendo lo que vendría, absolutamente todo lo que dijimos pasó y sigue pasando. En Chile siguen existiendo zonas de sacrificio y este término tan macabro sigue sin conmover y escandalizar a multitudes. Hoy mismo, las niñeces de Quintero se ahogan al respirar y presentan signos de intoxicación.
En otra escena nos veo entrando a la otrora, Intendencia regional, con un ataúd cuya cubierta tenía la frase inscrita: “Aquí yacen los restos del Servicio de Evaluación Ambiental” o el día que nos acompañó “La muerte” en la sala del CORE, un desconocido vestido con capa y guadaña, que se sumó a la protesta y que luego pasó a conformar el grupo en diversas manifestaciones. Decir Mina Invierno es recordarnos ahí, en Colón con Bories, sosteniendo un lienzo que sobrevivió años y que envejeció junto a las esperanzas que teníamos, aunque nunca nos rendimos.
También repasé las canciones que nos acompañaron durante todos estos años y el sentido que encontramos en “En la era está pariendo un corazón”, cuando anhelábamos ser más de 100 marchando por el centro de Punta Arenas, junto a las batucadas y colores que poníamos en función de una causa. Ahí apareció “Lengarbol”, un árbol nativo gigante comandado por un puñado de jóvenes de la Sociedad Tolkien Magallanes que veía en el territorio un espacio al que proteger.
Fueron años de estudiar, aprender, vivir experiencias, rostros, encuentros, ejercicio ciudadano, también de persecución y muchas veces nos trataron de “ecoterroristas”. En algunos casos, nuestro compromiso con la ecología nos ha significado un alto costo, porque hasta hace poco las y los defensores ambientales y de derechos en Chile, ponían en riesgo sus vidas, quedando expuestos a amenazas y a la pérdida de sus trabajos. Eso, porque los largos brazos que portan maletines negros son capaces de todo, a punta de tráfico de influencias. Eso no me lo contaron, lo viví personalmente.
Hoy siento la misma alegría de David, el que venció a Goliat, pero también sueño con serpientes. Hemos vencido a la serpiente del carbón en Isla Riesco, pero temo por este territorio al que protegemos, pues aunque portemos tréboles en las sienes, una serpiente mayor se avecina y trae un disfraz a la medida de los discursos frágiles. Le llaman industria de Hidrógeno Verde, aunque no sabemos en qué parte del proceso está ese color.
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl