Entrar por vez primera a una cárcel y sentir que estás en el siglo XIX, que hasta parece que las guillotinas encontraran su lugar en este sitio. Sentir la humedad pegada a los ladrillos corroídos de tiempo y abandono. Pisar la escalera de madera, donde se adivinan los siglos lejos del bosque. Entrar en la celda de incomunicación por cinco días. Un espacio tan pequeño, frío y oscuro. Una ventana tapiada por una lata que tenía 49 hoyitos por donde entraba la luz y trozos de vida. Cinco días en los que creé muchos poemas en mi mente, los repetía una y otra vez para no olvidarlos. Las imágenes de las palabras me salvaban del temor y la angustia. Hice ejercicios, meditación, pero sobre todo, crear, crear que esta celda no me puede ganar.
¿Qué es una cárcel? ¿Qué define realmente lo que es estar preso, detenido, encerrado, privado de libertad? ¿Por dónde caminan las palabras justas que describan esos momentos, días, meses y años? ¿En qué sitio encontramos la metáfora exacta que explique tácitamente lo que es una cárcel? No la definición de la Real Academia, no la socialmente establecida y aceptada. Sino la otra, la de la piel y la sangre, la del mal olor y de la angustia, la del tarro para orinar y las rejas, la pobreza y la tristeza, la que entra en los huesos silenciosamente, la que te persigue en todos los rincones, la temerosa y la insolente, la que quita la vida, la que te agranda la muerte.
Esta pandemia y nuestras cuarentenas han hecho que vuelvan a mi mente las sensaciones de estar preso. En una celda más grande como mi casa, en un patio más amplio como mi ciudad y en una cárcel más extensa como mi país.
Qué bien tan preciado es la libertad, por él han muerto y han matado hombres y mujeres, por él, el ser humano se arriesga, se envalentona, es osado y rebelde. Por él se camina de noche, se navega de día, se vuela en los amaneceres y se descansa poco y breve. Por él, el mundo se aniquila a sí mismo, se llena de fronteras y alambradas, de muros y murallas, de rifles y metrallas, de pistolas y granadas.
Vamos entre los dos suspiros, al nacer y al morir, vamos entre la cuna, la cama y la urna, vamos entre dos sollozos caminando la existencia.
Por mi parte, tengo la llave de mi propio encierro, cada vez que salgo de mi celda dejo un papelito que dice: “Voy y Vuelvo”.
La imagen que grafica esta columna corresponde a un fotograma de la película La noche de 12 años, dirigida por Álvaro Brechner.
Mauricio Guichapany
Actor y dramaturgo chileno.