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Sentir el aplauso no es lo mismo que verlo

El escenario es el púlpito desde donde sangramos nuestras esperanzas. Buscamos el rincón exacto para liberar desde allí nuestra sagrada estampida, llena de movimientos, palabras y danzas. El sonido es el abrigo de las escenas y de los cuerpos, ampara nuestra prosa dando la atmósfera que cautive y alucine, el sonido es la piel intangible de lo que decimos, el verbo no dicho, la imagen no declarada. 

La iluminación trae colores a nuestra silenciosa oscuridad. Partimos desde el negro embriagador y resonante, hacia los turquesas que tiñen de miel los precipicios del escenario. La luz dibuja sobre los actores y las actrices la temperatura interior de la escena, avanza con los cuerpos, los protege y los destaca. Ella es quien maneja el lenguaje de los ojos y del asombro. Deja al espectador sumido en su crucial abandono. La iluminación es un personaje imprescindible de la magia del teatro, abre grietas entre los párrafos, desenfunda siluetas entre las bambalinas, desnuda la fragilidad de los rostros y llena de muecas la primera fila.

Aprendimos que desde el púlpito del escenario podemos comunicar lo que llevamos dentro, podemos soltar allí nuestras demandas, nuestros secretos.

En nuestro país  se habla mucho de inclusión, aparece cada cierto tiempo en los discursos oficiales, con promesas de un cambio y de aceptación a la diferencia. Pero en realidad, muy pocas veces se lleva a cabo. El que una persona ciega desde el escenario cuente los detalles más íntimos de su condición, cómo vive y sobrevive desde que la oscuridad lo llenó todo y que lo haga de una manera honesta y verdadera, es un fenómeno totalmente inclusivo, también por qué no decirlo, de sanación y liberación. Tenemos en nosotros la potencia maravillosa de superarlo todo. Podemos mutar mil veces si es preciso, pero jamás nos daremos por vencidos. Debemos contar de manera divertida y entretenida quienes somos, qué nos motiva, hacia dónde vamos. 

Nuestra vida es como muchas, llena de victorias y derrotas, de triunfos y fracasos, como todos también tenemos muchas carencias y necesitamos del otro para ser completos. La ceguera no es un impedimento para manifestar lo que llevamos dentro, es más, nos da fundamentos reales e imaginarios, para dejar en el escenario lo mejor de nosotros mismos.

El teatro es un arquitecto de las emociones.

Un mago que trasluce para nosotros su magia.

El teatro es un buen compañero.

Sentir el aplauso no es lo mismo que verlo. No podemos ver los rostros de quienes aplauden, pero el aplauso para nosotros nos llena de plumas el pecho, adivinamos las sonrisas y a veces las lágrimas, sabemos cuán apretados tienen los sentimientos y sabemos que por nuestra función se irán contentos. Y si alguien se acerca y nos toca para felicitarnos y nos cuenta de su experiencia con lo que nosotros contamos, se afiata aún más el fenómeno del teatro.

Dije una palabra en el escenario y te la llevaste a tu hogar y la hiciste tuya.

Lo que decimos no nos pertenece, somos vehículos, transporte de experiencias, somos un eslabón entre lo que se sueña y lo que se desea.

Hice un gesto en el escenario y te lo llevaste a tu hogar y lo hiciste tuyo.

Prestamos nuestro cuerpo para albergar las historias y las memorias de otros seres, somos aeroplanos que despliegan su vuelo para ti.

El teatro es un fenómeno mágico.

Mauricio Guichapany
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Actor y dramaturgo chileno.

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