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Palabras para un poeta enfurecido

En la bruma de la calle un hombre alto se curva frente al viento. Va pensando en lámparas, en mujeres húmedas y en una botella de vino. Se toma la barba de vez en cuando y con sus ojos dibuja en el aire unas palabras emputecidas.

Es Alberto Coyopae que vuelve a su casa después de un partido de truco, donde calentito como siempre, le arrojó una copa de vino tinto al rostro de su oponente y se acabó el partido. Siempre se tomó las cosas con pasión, como cuando dijo que en esta puta ciudad se siente como si estuviera meando afuera de la Intendencia regional.

Cadencioso y bohemio, amante de la palabra y de largas jornadas de tertulia poética, certero como siempre, dándole al blanco y al tinto. Dejó en Magallanes la huella de su poesía social, amorosa, descarnada y temblorosa. Dejó el sonido de su risa en los postes, colgó en las gaviotas el susurro de sus manos, abrió la puerta de la pasión y dejó que las poblaciones olieran a pan tostado con mantequilla.

Sus versos caían en la conciencia de los oyentes, a veces eran una bofetada, a veces una caricia. Le arrancó de cuajo la moral a esta sociedad cartucha. Les corrió mano a las monjas, le guiñó un ojo a la virgen, le levantó la sotana al cura. Se tomó hasta la molestia. Se enamoró hasta el hastío. Se acostó con la fea del pueblo. Se casó con la noche, se peleó con el día. Le dijo las palabras más tiernas a la vecina sorda. Salió con su perro vagabundo a caminar una chela, escribió contra el viento y contra el gobierno de turno.

Odió fervientemente a Pinochet, a sus secuaces y sicarios de la muerte. Dejó todo antes de dormirse esa noche. Un gran poeta eleva sus alas, un amante emprende la huida. Contigo, querido Alberto, se callaron los ombligos, se estacionaron los sueños, se apagaron los verbos. La palabra se quedó huacha en la esquina, el diccionario se libró de uno de sus grandes profanadores. Se salvaron los chincheles, los milicos y Piñera. Los puristas pueden respirar en paz. Pero, Alberto, no te has ido, te quedas entre nosotros, te quedas como una lámpara, te quedas lleno de calafate, te quedas frente al Estrecho tiritando de pasión. No, no te has ido.

¡José Alberto Coyopae Montiel no ha muerto!

¡Viva la Poesía!

Mauricio Guichapany
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Actor y dramaturgo chileno.

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