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Elegí esperanza

El idioma es un fenómeno que se da en diversas formas y contenidos. Nuestro lenguaje es una convención social. El ser humano tiene tantas lenguas, como tantas culturas existan. Siempre hemos creído que al nombrar las cosas las hacemos un poco nuestras. Toda palabra tiene significante y significado, el significante es la letra muerta, el signo en sí, el significado es lo que se forma en nuestro cerebro cuando la leemos o pronunciamos. 

Al decir árbol, sólo es eso, árbol, pero en nuestra cabeza está la asociación al árbol como objeto, ya conocido y por lo tanto validado por todos como árbol. No digo árbol y en mi cabeza aparece un barco. Estamos sujetos a convenciones sociales desde nuestro nacimiento. Hasta el vestuario es una convención, qué usar y dónde usarlo. Si estoy en pijama en casa no hay problema, pero si voy en pijama al trabajo probablemente tenga más de un imprevisto. Si adoro a un santo dentro de una Iglesia está bien, pero si me paro en la calle frente a un trozo de yeso y lo adoro quizás me lleven al manicomio. Todo es convención y aceptación social.

Ahora aparece el denominado lenguaje inclusivo, que para mí no tiene nada de inclusivo, sino todo lo contrario. Creo que por transformar las palabras con una “E” no dice nada sobre mí ni el hecho lingüístico. Es más, se pierde el sentido de totalidad y de generalidad que la palabra en sí porta. 

La inclusión va por otro lado, la inclusión no se da en la forma sino en el fondo. Me imagino que las personas que hablan con “E” sabrán lenguaje de señas, braille, pictogramas, sabrán y harán lo posible por modificar los accesos a lugares públicos a personas con discapacidad de movilidad. Intentarán que todas las películas y obras de teatro tengan un audio descripción somera y certera. No sólo lucharan por escaños reservados para personas de pueblos originarios y con discapacidad, sino que en su diario vivir compartirán los privilegios que su vida “normal” les da para hablar de inclusión.

El lenguaje siempre ha sido un puente, no una cerca, siempre hemos tratado de relacionarnos no sólo en lenguajes escritos y orales, sino que en lenguajes corporales y espaciales. La palabra está hecha para dar vida, aunque también a veces mata. La palabra es un hogar donde a veces nos encontramos solos y abandonados. Así como se tala un árbol que lleva en sí siglos de vida y de memoria, así al talar o mutilar una palabra, le quitamos la esencia profunda de la cual fue dotada en el principio de esta convención. 

Cuidemos nuestro lenguaje, cada palabra nos acerca como seres humanos. Ya nos hemos dividido tanto, no sigamos haciéndolo. Por eso escribo para ti estas palabras con “E”. Elegí Esperanza.

Mauricio Guichapany
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Actor y dramaturgo chileno.

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