Qué cosa tan puntiaguda es la existencia. Pensar que por donde caminamos ahora, existieron -mucho antes-, seres que pensaron en quienes caminarían estas huellas. Si en un soplido pasaran mil años, quizás sólo encontrarían, de lo que somos ahora, un botón o una moneda que llevemos en el bolsillo.
Pensar que hubo tantas guerras, tantas pestes, donde los seres humanos murieron anónimamente.
¿Cuál sería el nombre de la mujer que fue la primera víctima de la peste negra?
¿Qué estarían haciendo los niños cuando cayó la bomba en Hiroshima o Nagasaki?
¿Qué habrá dicho el indígena antes de ser atravesado por la espada en nombre de Dios y de la biblia?
Jamás podremos recobrar tanta esperanza que habitaba en numerosas vidas. Algunos tienen el privilegio de ser recordados en un museo. Otros se hicieron eternos al ser nombrados en las páginas de un libro. Muchos siguieron existiendo en la memoria de quienes los quisieron.
Pero los anónimos, los solitarios, los que pasan por las calles sin que nadie los mire, los que mueren abandonados en el hospital, los que caen a una fosa común al final de sus días ¿Dónde están? ¿Quién los recuerda? ¿Cómo era su mirada? ¿Cómo soltaban sus palabras? ¿Cómo amaban?
Vamos de paso por nuestra pequeña existencia. Respiramos dentro de este cuerpo que nos tocó habitar. Lo único cierto es que moriremos, que esto tendrá un final.
Así es que por mi parte le pondré un poco más de empeño al respirar. Me esforzaré en no discutir de cosas que realmente no tienen importancia. Le daré el valor que tienen a las cosas simples que nos regala la vida. Ver un hermoso paisaje. Conversar con mis hijos. Caminar bajo la lluvia. Ser más solidario, más humano.
No sabemos cuándo nos atrapará el eterno silencio. No tengamos apuro en vivir, vamos un poco más lento. Seamos conscientes de lo que hacemos. Lo único que tenemos seguro en la vida, es este momento. Vamos a vivirlo, entonces.
Mauricio Guichapany
Actor y dramaturgo chileno.