Tienes tres huevos para cocinar un almuerzo de tres personas y se te rompe uno. La mitad de la yema cae al suelo y tu perro aprovecha de darse un pequeño festín de una lengüetada. Esa es la gota que revienta el vaso y te pones a llorar como una Magdalena, porque ese acontecimiento es lo último que vas a soportar tras días de miseria, en un país indolente ante la pobreza.
Chile es ciego, sordo, mudo e insensible. Lo sabes y lo supiste cada vez que una funcionaria del hospital te dijo que hagas la fila interminable. Ahí mismo donde viste morir a personas sin un rostro, algo parecido a un número nada más, un número en la lista de espera donde también se esfumaron algunos de tus sueños y las esperanzas de sanar una enfermedad, porque la salud es un derecho consagrado, dicen.
El largo y angosto territorio, tan estrecho como tus oportunidades para pensar en un lugar donde caerte viva, porque muerta ni pensar. Después de todo morir sería un descanso de esta realidad maldita e insufrible donde lo único imaginable es vivir encadenada a un trabajo que no alcanza para acceder a cualquiera de los derechos básicos como techo, comida o abrigo.
Eres jefa de hogar y en todos los programas utilizan esta, tu etiqueta, para redactar la mayoría de los discursos políticos. Pero solamente es una frase comodín, porque lo que reina en nuestra sociedad es la falta de empatía y a muy pocos les mueve, aunque sea un ápice, que las jefas de hogar no tengan dientes, ni cupo en la salud mental, mejor será que se las arreglen como en la jungla, donde sobrevive el más apto (que suele ser masculino), aunque en este caso no sea el más inteligente, ni el mejor dotado.
Sientes pavor constatando la facilidad con que muchas almas se vuelven invisibles en este sistema o ¿quién se acuerda de los 1313 niños y niñas que murieron en el SENAME? ¿A quién le incomoda saber que hay personas sucumbiendo al cáncer en las zonas de sacrificio? Llegar a la ancianidad en Chile es terrible y hay personalidades públicas que se atreven a decir que lo mejor es que los viejos y las viejas sigan trabajando, así prolongan la vida ¿por qué no se dejan de eufemismos y reconocen que esa es otra manera de prolongar la esclavitud?
¿Derechos humanos? Debemos cruzar un desierto y quizás varios pueblos para llegar e eso, que cuando la gente y tú se rebelan en el país más rico de Latinoamérica, las bestias salen a matar o tienen licencia para sacarnos los ojos, como si ya no nos hubieran cegado con tanta opresión y capitalismo. Como si no hubiesen perseguido, torturado y asesinado a nuestras familias en la dictadura cívico militar, como si no nos hubiesen condenado a esta herencia de sangre y ausencias.
Esta realidad da frío, mujer… y es tanto que nos duele. Es como un forado profundo en la conciencia. Nos duele la persecución y violencia contra los pueblos originarios, nos duele el etnocidio y parece que olvidamos la voz en un hilo de los huelguistas pacíficos que optaron por el ayuno ¿qué fue de ellas y de ellos? ¿Qué pasó con sus cuerpos después de tan tremendo sacrificio? ¿Valió la pena? Nos duele el extractivismo que nos llevará al ocaso de la humanidad, la matanza de otras especies, la codicia y la falta de visión. Nos sangra cada herida y cada muerto, cada persona que perdió su libertad solo por exigir una vida más digna.
Los dueños de todo sacaron sus arcas al extranjero en la madrugada y el bandolero mayor ocupa el trono con dificultad en las últimas horas. Dicen que el sillón está montado sobre una ruma de cadáveres malolientes, tan nauseabundos como su avaricia. Sin embargo, la televisión aumenta el rating transmitiendo debates presidenciales tan alejados de la calle y de tu vida, que resulta absurdo.
Por eso no te extraña el nuevo muro de un no, que nieguen el cuarto retiro, que se termine el IFE o que nos violen y asesinen. Hemos normalizado todo lo que nos mata como sociedad. Duerme tranquila, niña indefensa, sin preocuparte del bandolero, no habrá sueño dulce, ni sonrisa mañana, mientras nos sigan controlando a punta de gases, balas y toques de queda. Congela tus ansias de un mundo mejor, que tal cosa no existirá mientras nos gobierne el mercado.
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl