(Al actor Rodrigo Fernando Álvarez Álvarez)
¡Conciudadanos!
¡Volved un momento vuestra atención hacia este rincón de la República!
Dicen que aquí yacen los huesos de un mago y alquimista.
Un saboteador de actos públicos.
Un peregrino de comedias y farsas.
Un habitante de la bestial tragedia,
ser amante del infinito arte de la templanza.
Dicen que aquí vinieron a enterrar las osamentadas plateadas de este prestidigitador Asombroso.
Abandonaron aquí sus dedos llenos de colores y caricias.
Dejaron sus yemas heridas de amor del bueno.
Sus cartílagos amarrados al crujir del viento.
Osan afirmar que en este sitio depositaron sus inmóviles corneas
y los animales fantásticos que habitaban sus párpados.
Sus metatarsos embriagados de calles oscuras
y sus omóplatos llenos de abrazos eléctricos.
Tienen el descaro de presumir que bajo estos árboles piadosos
enterraron al hombre y sus máscaras eternas.
Reniego de tanta blasfemia impúdica.
Aquí no se encuentra Rodrigo Fernando Álvarez Álvarez.
Sigue maquillando la esperanza con colores vivos.
Sale de vez en cuando a vender los diarios.
Se sube una y otra vez al Teatro Itinerante Chileno.
Recita y canta.
Baila y ama.
Sigue fumando en el viejo hospital, en las mazmorras de Palacio,
como le gustaba llamarlas.
Permanece en la Zarzuela y en las Operetas.
Y sobre todo,
continua en la vieja cama del hospital dado vuelta contra la pared,
gritando fuerte y claro todo el día
¡Déjenme, déjenme!
El Teatro recorrió cada rincón de su cuerpo,
cada hilacha de su alma,
cada hebra de sus sueños,
cada lágrima de sus desvelos.
¡Habitantes de esta austral y porfiada República!
Seamos agradecidos de que por un momento,
un maravilloso instante compartimos su existencia.
Maestro,
colega y amigo,
estarás siempre presente,
querido Rodrigo.
Mauricio Guichapany
Actor y dramaturgo chileno.