Éramos en los sentimientos,
en las emociones
y pese a todo éramos una nación
de peces sin consuelo.
Vagábamos entre la abundancia de los otros pueblos
y la pobreza de los que no profesaban una religión.
No teníamos nombres,
tampoco direcciones.
Habíamos perdido a nuestras familias,
nuestra historia y los cuentos
que se repetían los otros de generación en generación.
La experiencia del exilio así como todas las experiencias de violación a los derechos humanos tiene una extensión insospechable. Cuando una persona parte al exilio no vuelve nunca más o la que vuelve es otra. Por otro lado, el lugar, su terruño querido, tampoco es el mismo que dejó.
Amamos las ciudades por las personas que viven en ese lugar, eso me decía mi mamá, tratando de explicarme su propio exilio. Lo que ella, mi padre o mis abuelos no alcanzaban a entender es que ese profundo deseo de volver a Chile se traduciría en dos nuevos exilios. Por un lado, el de ellos mismos, tras una vida hecha en Argentina y por el otro, el exilio de los hijos.
Somos tres hermanos nacidos en distintas ciudades, yo nací en Valparaíso el año 1972, me siguió Rodrigo que nació en Punta Arenas el año 1974 y el menor de nosotros es Raúl, quien nació en Río Gallegos Argentina, el año 1980.
Crecimos escuchando a nuestros padres y abuelos. Ellos nos hablaban del Chile de Salvador Allende y la Unidad Popular, de las luchas sindicales, de las reivindicaciones de las y los trabajadores, del poder de la unión organizada del pueblo. Nunca dejaron de recordar el país que dejaron, el mismo que anhelaban recuperar. De esa manera fui construyendo un imaginario del territorio donde yo había nacido, pero del cual no sabía casi nada y así fue como creo haberlo idealizado. Fue tanto, que al volver con mis 16 años la experiencia fue un fracaso.
Me rebelé contra mis padres por haberme contado un cuento tan bonito acerca de Chile, sobre todo porque la realidad era muy distinta. Lo que vine a conocer fue un país -a mi gusto- extremadamente clasista, competitivo y discriminador, un país que en términos generales se había creado a imagen y semejanza del dios Capitalismo. Un país que daba vergüenza cargar en el lomo, porque su nación sentía vergüenza de puras nimiedades, sin apenas reconocer la vergüenza mayor de cargar con el estigma de la dictadura cívico militar y sus profundas consecuencias. Claro, “cómo ser juez y parte”, dirían algunos.
El exilio es una experiencia real. Yo lo viví cuando volví a Chile y lo voy a explicar con una serie de ejemplos demasiado sencillos. Exilio es no recordar la cantidad de veces que te cambiaste de casa, es tener a todos tus amigos de infancia en otra ciudad y no saber qué pasó con ellos, junto con tu primera maestra de básica. También es irte cuando te quieres quedar y llorar hacia adentro en una sala de clases extraña, porque no conoces a ningún compañero o compañera ¿Qué te hablan? ¿Por qué se visten con uniformes si tú nunca supiste lo que es sentir vergüenza de vestirte con tu propia identidad?
El exilio te hace hablar de otra manera y quizás nunca sepas organizar los términos adecuados para hablar como lo hace todo el resto. Puede que al principio te divierta que se rían con eso, pero cuando es reiterativo se convierte en bullying. Exilio, para un niño, niña o adolescente es que te pongan adjetivos calificativos por haber nacido en otro lugar, o porque volviste a tu país, pero te criaste en otro.
Exilio es no poder contra la desintegración de la familia y terminar repartidos en varias ciudades, después veremos cómo nos juntaremos, pero hay que seguir viviendo y recordando, con esperanza y entusiasmo de vivir. Eso se dicen los exiliados a sí mismos, pues es lo que necesitan escuchar.
He escuchado a muchas personas decir livianamente que los exiliados la sacaron barata y encima disfrutaron de las bondades de otros países. Yo no sé. Hay tanta insensibilidad en esas personas. Es como dice León Gieco: “La gente, si no lo vive, no lo siente”. No es tan fácil batírselas solo o sola en una ciudad ajena, sin familia, sin lugares de la infancia a los cuales volver. Para qué te digo de la muerte en estos casos. Un exiliado que no puede ir al funeral de su madre o viceversa. El exilio es una tortura sofisticada que desintegra a las familias. Eso hizo con la mía.
Como sea, con el paso de las estaciones he aprendido a valorar lo que me contaban mis padres y abuelos en el exilio. Me emociona pensar que ellos se jugaron todo por la recuperación de una democracia ideal que lamentablemente aún no llega. En cada acción de rescate y refugio que emprendió mi familia, en el cruce fronterizo clandestino de un camarada que volvía a su país, en cada tráfico de propaganda escondida en el cuerpo, en las organizaciones solidarias de apoyo a Chile, en misiones imposibles que se hicieron posibles, siempre pusieron su consecuencia por delante y no dudaron un instante, porque ellos pertenecen a una estirpe en peligro de extinción.
En la realidad política de hoy sigo buscando a líderes con esos valores. Cada día que pasa los necesito con más urgencia. El silencio, de momento no me parece el camino. Entonces deduzco que la dictadura cívico militar cumplió su cometido ¿Te parezco un tanto pesimista? Puede ser, es que espero mucho de las personas y de este mundo.
A Chile le hace falta demasiado por avanzar en materia de derechos humanos y el gobierno actual no ha hecho sino contribuir a una larga lista de vulneraciones a las personas, de maneras insospechadas. No solamente hablamos aquí de la violencia sistemática en educación, salud, pensiones, derechos laborales y ecocidio, o la que somete y aplasta a pueblos originarios, minorías sexuales, mujeres e infancia, pues no bastando con ello se impone la violencia descarnada de las instituciones de ‘orden público’, comandadas por una ‘lógica’ enferma y despiadada, quienes a vista y paciencia del mundo matan, roban y violan en la más imperdonable impunidad, partiendo por el presidente de la república y su prontuario.
En este escenario se erige un Estado que en lugar de amparar, nos agrede. Necesitamos recuperarlo de las tinieblas, de lo contrario seguiremos viviendo en el exilio, la relegación, exonerados de nuestros proyectos de vida, presas de la injusticia social, torturades por el poder del mercado, exterminados en la trampa mortal de un sistema que aún puja por hacernos desaparecer, como en tiempos de dictadura.
Para sostener mi corazón, imagino que esta nación perdida encuentra su camino. Entonces creo para crear y sueño el tiempo en que se abren las grandes alamedas, para que dancen todos los pueblos unidos en su maravillosa diversidad.
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl