Existe una vivienda en los alrededores del Regimiento Pudeto, en la ciudad de Punta Arenas, la cual carga con una historia siniestra. Poca gente sabe que aquel palafito fue traído desde la isla mágica de Chiloé, arrastrando conjuros impuestos por oscuras machis, conocedoras de los negros secretos de la magia.
Según paso a relatar, la casa estaba maldita.
Buscando arriendo llegué a ella junto a mi mujer y mi hija. Al tiempo, viendo las posibilidades de agrandarla y construir una pequeña cabañita en la parte de atrás, me coloqué junto a una tía manos a la obra. Esto nos aportaría, a través del arriendo de ella, ingresos extras.
El criterio que utilicé para elegir a los moradores fue bien simple y carente de escrúpulos: quien pudiera pagarla. Fue así que la fui arrendando (sub arrendando técnicamente) por días, semanas y meses a personajes tan variopintos como siniestros: emprendedores en el rubro de las fiestas canábicas, donde se consume de diferentes formas la prohibida flor; vendedores de cocaína que la utilizaban como su centro de operaciones, delincuentes habituales de los bajos fondos de la ciudad quienes la utilizaban para armas sus ‘pequeñas fiestas’, prostitutas que deseaban, al menos, descansar; turistas extranjeros con ganas de pasarlo bien, amigos personales que buscaban pasar unos días fuera de la monotonía de sus hogares, amantes ocasionales, personajes solitarios, etc. La voz ya se había corrido.
Por mientras, mi pequeña familia pasaba el correr de los días entre los cuidados de nuestra hija de tres años y nuestros respectivos trabajos, por mi parte cocinero en un céntrico restaurant de la calle O’Higgins, mi mujer como recepcionista de un hotel militar. Lo único que queríamos al finalizar la jornada laboral, por las tardes, era llegar a la casa, regalonear con nuestra hijita y descansar, con un poco de suerte una copa de vino y un fasito.
Un día el arrendador y dueño del palafito se dio cuenta del negocio que estaba llevando a sus espaldas, como un bandido, por lo que me plantea, en una jugada que no esperaba, que la arriende sólo por mes y que le entregue tan sólo una parte de la ganancia. Eso sí, tenía que hacerme cargo de la elección del futuro sub arrendatario. Fue así como en el casting final me encontré entre elegir a una madre con su pequeña hija o una pareja de un hombre y una mujer. Estos últimos fueron quienes obtuvieron la cabaña ya que pagaron lo pactado al contado, lo clásico, mes adelantado y mes de garantía, “con platita baila la mona” me convencí.
La pareja en cuestión confirmó la mala espina que me habían dado al principio. Buenos para el carrete y la bohemia, clientes habituales de los bares de más baja ralea, los prostíbulos y locales de la populosa calle Errázuriz, contexto de violencia intrafamiliar, malas compañías, tendencias de alcoholismo acentuados en la mujer. Una joyita.
Al cumplirse una semana de su llegada, en una tarde que auguraba una noche de viento y lluvia, adorno perfecto del último y más reciente desborde del Río Las Minas, se desencadena lo que no haría más que confirmar la mala estrella de la cual venía precedida la casa.
Debido al fuerte viento reinante y las constantes entradas y salidas de la pareja sub arrendataria, la puerta del portón de madera se soltó, por lo que el hombre me pidió algo para poder arreglarlo. Le proporcioné un martillo y un cuchillo de campo. Posteriormente me voy a dormir ya que estaba cansado por la extenuante jornada de trabajo, la cual consistió en sacar el barro y el agua que había invadido el restaurant, una más de las víctimas de la furia del río.
Pasadas las horas y mientras disfrutaba de un sueño placentero, soy despertado por mi mujer, la cual asustada me dice que están golpeando la puerta y tratando de entrar. Como yo no pensaba levantarme de mi cama le espeté que mañana hablaría con ellos al respecto, suponiendo que era alguno de los arrendatarios quienes con tanta insistencia golpeaban mi puerta, ya que sólo escuchamos ruidos, no vimos nada. Posteriormente el latido del corazón a full, rachas de viento de más de 100 km/hr, lluvia a destajo, cansancio, portazos, golpes, miedo, rachas de agua nieve, en estado de sopor me duermo.
Al otro día al levantarme para dirigirme a mi lugar de trabajo para seguir limpiando, soy presa de una sensación extraña, como si alguien estuviera ahí observándome, acechándome sigilosamente. Hice de tripas corazón y partí.
Durante el transcurso de la tarde recibí el llamado de uno de mis hermanos, quien a través de su teléfono celular me da aviso que en mi casa se encuentran el Servicio Médico Legal, la Policía de Investigaciones (PDI) y como 100 curiosos tratando de ver el cuerpo que iban sacando en una camilla cubierto por un plástico azul. Inmediatamente me traslado hacia mi querido hogar para enterarme en vivo de lo sucedido.
La mujer falleció en el transcurso de la madrugada bajo extrañas circunstancias. Presentaba una fractura nasal de importancia la cual produjo que finalmente se ahogara con su sangre o la gran cantidad de alcohol que había consumido, o ambos. La investigación se cerró sin culpables. “Una víctima más de la mala vida”, pensaron. “Parece que se trabó en una pelea dentro de un bar de mala muerte donde le azotaron la cabeza contra el piso, que seguramente no estaba cubierto de finas alfombras persas”; la autopsia sentenció: “La víctima no presentó lesiones atribuibles a terceros”.
Al otro día me dirijo hacia la “escena del crimen”, que ni siquiera estaba acordonada, y al golpear la puerta dos mujeres me abren, una dijo ser amiga de la difunta y la otra vaya Dios a saber. Acongojada la mujer me grita que esto no puede estar pasando, pero cómo fue a suceder y esta carta qué significa, ¿la quieres leer? Las paredes y el piso cubiertos de sangre. “Además encontré esta botella”, prosiguió, “mírala”, cosa que no pude evitar, grabándose en mi retina aquella imagen sombría. Un recipiente lleno de tierra negra, palos, ramas, un líquido viscoso y una fotografía. Brujería.
El caso tuvo prácticamente nada de cobertura por la prensa. Hubo una investigación deficiente. Estaba la población afectada por el desborde del Río Las Minas, había incluso un joven con peligro de muerte al ser arrastrado por la torrentosa corriente. Se había extraviado una pareja que andaba haciendo turismo arriba de una avioneta, nunca más se supo de ellos.
La pareja de la mujer fue interrogada por la PDI y puesto en libertad durante la misma mañana. Hasta el día de hoy se divisa su figura chata y gris, con su pelo largo y sus ojos claros, en los bares más populares de la ciudad. Al día siguiente de la tragedia había llegado con un grupo de amigos hacia la condenada casa, exigiéndome plata o algo que compense el mes de arriendo y la garantía. No se le veía afectado, aunque también es cierto que cada persona vive el duelo a su manera. Las cosas no le fueron devueltas y menos la plata entregada. Producto de esta situación, tuve que abandonar el lugar, mi bebé no paraba de llorar, ya no quería estar ahí, algo la perturbaba. La tarde que me fui, mi hermano aficionado a la fotografía, retrató aquel mal momento. La instantánea fue tomada en las afueras de la cabaña con toda la angustia de estar pasando por esto y con la conciencia de cierta manera intranquila. En ella se me aprecia sosteniendo el diario El Pingüino, el único que se tomó la molestia de sacar la noticia, y de fondo la escena del crimen. En la ventana del lugar se aprecia la silueta y el rostro de una mujer, entre acongojada y sorprendida. Tenía 36 años.
Al finiquitar el negocio del arriendo y sub arriendo del lugar, el dueño del palafito me comentó cosas que había omitido, con justa razón. El lugar fue habitado por un homicida que ya había purgado su culpa, o al menos parte de ella, en la cárcel, pero que una vez fuera seguía siendo un tipo de la más mala calaña, atrayendo hacia si a rateros y putas. Un camionero fue engañado por su mujer y estafado por el amante lo cual lo hizo terminar sus días colgando de una soga. Un pescador, por una pena de amor, se fue hundiendo en el alcohol hasta que lo perdió todo, terminó en la indigencia y posteriormente desapareció, se perdió su rastro. “El lugar atrae la desgracia, está cargado” me soltó, un poco tarde.
Otras personas que han habitado el lugar, entre ellas una veinteañera que se juntó con un joven nazi, al cual conoció a través de Facebook y que ocuparon el lugar como su nidito de amor, también asegura haber visto cosas raras en el baño y ruidos extraños, como portazos y martillazos.
Por su parte quien cuenta esta historia, finalmente terminó perdiendo a su mujer, que no era tan suya, quien se fue con un marino hacia otro puerto, llevándose con ellos a mi pequeña hija, a quien nunca más volví a ver.
Ilustración: Mauricio Bonacic Barría
Alexander Santander Olate
Profesor de Historia y Ciencias Sociales.