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¡Qué falta de respeto!

En solo unos días han hecho eco en los medios de comunicación una seguidilla de lamentables y preocupantes declaraciones por parte de diferentes personajes pertenecientes al gobierno –  y el sector político que representa- con respecto al regreso a clases presenciales y la transversal resistencia que ha existido por parte del mundo docente.

Uno de ellos fue el senador UDI, Iván Moreira, quien en el matinal de un canal de televisión abierta disparó con total soltura que “es bueno que los profesores vuelvan a clases, porque muchos de ellos han estado de vacaciones durante todo el año”.

En la misma línea, el ministro de educación, Raúl Figueroa (quien, recordemos, estableció como fecha impostergable de regreso a clases presenciales el 27 de abril del año pasado), en su tono acostumbrado insistió, una vez más, en que se debe regresar a toda costa, haciendo oídos sordos a las muchas voces que desde la organización docente insisten en que no es seguro ni sensato retomar el trabajo presencial. Ante esto, el ministro ha cuestionado las intenciones del magisterio solicitando que los profesores “prioricen en su labor el bienestar de nuestros estudiantes”. ¿No es eso, señor Ministro, lo que hemos estado haciendo desde el año pasado?

Pero, finalmente, la gota de derramó el vaso y realmente transgredió todo límite de prudencia en cuanto a las declaraciones, fue la grosera acusación de nada más ni nada menos que el ministro de economía, Lucas Palacios, quien dijo al aire durante una entrevista que “en el caso de los profesores, llama la atención que busquen por todas formas no trabajar”.

Estas declaraciones resultan de una gravedad tremenda y son absolutamente repudiables, no solo por el ninguneo histórico y sistemático al que ha sido sometido el profesorado, sino que, además, son declaraciones irresponsables, desinformadas y poco constructivas.

Quizás resultaría conveniente recordarle a estos servidores públicos que mientras el gobierno se pasó todo el 2020 fantaseando con fechas de retorno que nunca llegaron a concretarse, fue el profesorado y las trabajadoras y trabajadores de la educación quienes sostuvieron el sistema educativo a punta de esfuerzos personales que en la mayoría de los casos iban mucho más allá de sus responsabilidades profesionales; mientras el Ministerio de Educación se resistió a invertir en potenciar el sistema de educación remota o mejorar el acceso y conectividad para quienes no contaban con los recursos necesarios. Fueron profesoras y profesores quienes convirtieron sus hogares en centros educativos y gastaron horas, días, semanas; construyendo, adaptando y editando material didáctico. Quienes tuvieron que capacitarse en tecnologías, herramientas o recursos pedagógicos que en muchos casos les resultaban ajenos. Todo esto sin contar las interminables videoconferencias, las llamadas telefónicas a apoderados y estudiantes, las dolencias físicas por no contar con el mobiliario adecuado, la presión psicológica, la hiperconectividad, la pérdida de la privacidad, etc. 

Parece increíble que a estas alturas y luego de todos los esfuerzos y dificultades que como sociedad hemos tenido que atravesar, aparezcan estos personajes desde una burbuja de privilegios y comodidad, dejando en evidencia su total desconexión con la realidad educativa (y social) del país que pretenden dirigir, en el mismo tono altanero de las declaraciones que hace no tanto tiempo derivaron en una movilización ciudadana masiva que nos puso como país en el proceso de transformación en que nos encontramos hoy. Escucho el “no sean flojos” y me resuena el “levántense más temprano”, el “hacer vida social en los consultorios” y al mismísimo ministro Palacios declarando: “Si una persona vive sola y gana $320 mil, le puede alcanzar sin problemas”. ¿Acaso no han aprendido nada?

No es que no queramos volver, señor Ministro, no es que no nos preocupemos del bienestar de las y los estudiantes. No son vacaciones, señor Moreira. Quienes trabajamos en educación más que nadie quisiéramos poder desempeñar nuestra labor en condiciones óptimas y sabemos muy bien que las clases presenciales siempre serán pedagógicamente más ricas que cualquier intento de educación remota. Pero seamos sensatos, ¿acaso es sanitariamente seguro volver, cuando quienes trabajamos en educación ni siquiera hemos recibido la vacuna como con bombos y platillos se anunció hace unas semanas? Cualquier persona que haya pisado un establecimiento educacional promedio, sabrá que son lugares con un altísimo flujo humano, en las aulas, en los pasillos, los recreos, en la entrada y salida. No nos engañemos, una escuela no funciona como cualquier establecimiento. La riqueza del espacio escolar se sustenta justamente en las interacciones, lo que me hace preguntar otra vez, si se logra volver cumpliendo una serie de protocolos de higiene, distanciamiento, división de las clases, tiempos parcelados; y además de manera voluntaria y gradual ¿será este espacio presencial pedagógicamente mejor que el escenario virtual? ¿Será un ambiente más amigable para generar aprendizajes? 

Si alguno de ustedes, señores Ministros,  fuera profesor, probablemente lo sabría.

Ahora, si la intención es sacar a niños, niñas y adolescentes de sus casas, y lo que importa no es realmente el aprendizaje, sinceremos el discurso y nos evitaremos varias discusiones. Pero si queremos hablar de educación, hagámoslo en serio.

Como profesor sé muy bien que nuestra labor está siempre sometida a un constante escrutinio y puedo entender que muchas veces haya cuestionamientos (unos más válidos que otros) hacia nuestro desempeño, pero lo que no puedo ni quiero entender es que una vez más sean las mismas autoridades que conducen los designios de nuestro país quienes rebajan la discusión desde la ignorancia y el prejuicio, cuando somos miles quienes día a día nos esforzamos por aportar al desarrollo de nuestro país con responsabilidad y compromiso. 

Pablo Cifuentes Vladilo
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  • Profesor de castellano y comunicación.
  • Mg. En Educación.
  • Red Autónoma de Profesoras y Profesores de Magallanes.

 

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Claudia Olivares Villalobos

El verdadero discurso debería ser: necesitamos abrir las escuelas para que la economía funcione, necesitamos que los profes se hagan cargo de hijos de otros, que los cuiden y los alimenten. No necesitamos que los eduquen.

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