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¿Qué esperamos de la educación?

Probablemente ninguna persona que tenga espacio en la opinión pública se atrevería a decir, bajo ninguna circunstancia, que la educación no es importante. Declarar la importancia de la educación en sus más diversas formas es prácticamente un axioma en la política actual y gobierno tras gobierno en los últimos treinta años han venido repitiendo una y otra vez que la educación es fundamental para el país, que es muy necesaria, que es un punto imperativo donde poner la atención. 

No obstante, si bien esa es una afirmación sobre la cual parece haber un acuerdo transversal, los hechos en la práctica están lejos de coincidir con esta declaración de intenciones. Ante esto, quizás la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿importante para qué? ¿Es importante para entregar herramientas a las y los ciudadanos que tendrán en sus manos el desarrollo futuro del país? ¿es importante para desarrollar y fortalecer el pensamiento crítico de las y los jóvenes? ¿para estimular y promover el desarrollo científico? ¿para replicar la cultura, el conocimiento heredado y mantener el status quo? ¿para que la crianza no entorpezca la productividad de los adultos?

En palabras de Paulo Freire “todo acto educativo es un acto político”, y eso es porque cuando hablamos de educación no nos referimos únicamente a lo que ocurre al interior de las salas de clases, sino que hablamos de un entramado complejo de estructuras y dinámicas relacionales que definen cosas tan gravitantes como el tipo de personas que se están formando, cuáles son sus valores compartidos, sus vínculos, metas y hasta héroes. Teniendo un valor tan profundo y complejo, claramente la educación debe estar siempre en un lugar privilegiado al momento de planificar un modelo de sociedad y esto es algo que históricamente las naciones han tenido muy presente.

Las dos constituciones anteriores a la de 1980 definían con claridad que, es responsabilidad del estado asegurar y satisfacer el derecho de las personas a recibir educación. Deber del estado y derecho de las personas. Por el contrario, la actual constitución establece que la educación es responsabilidad y derecho preferente de las familias, es decir, sin responsabilidad del estado y sin derecho de las personas. Sumado a lo anterior, nuestra carta magna tampoco establece lineamientos sólidos sobre el tipo de educación que se entregará, sino más bien se desliga amparándose bajo el principio de libertad de enseñanza, que permite la creación y aplicación de cualquier proyecto educativo cuyo éxito o fracaso será medido en términos de mercado, oferta y demanda. 

Resulta francamente preocupante que una sociedad que aspira a adquirir un nivel de desarrollo acorde a los tiempos que vivimos no tenga entre sus reglas fundamentales una definición clara de lo que espera de la educación, pues las opciones que nos quedan son dos: o no espera nada de la educación o lo que espera deja mucho que desear.

Quizás sea esta una de nuestras más grandes urgencias: entender el sistema educativo como una inversión real en desarrollo humano, que responda a su vez a un proyecto colectivo del tipo de país que queremos ser, respetando a su vez las diferencias territoriales y particularidades. En definitiva una educación para un contexto real, consciente e intencionada, con metas y propósitos claros. Solo entonces, podremos pasar desde esta declaración slogan a una conversación real sobre la importancia del sistema educativo. 

Pablo Cifuentes Vladilo
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  • Profesor de castellano y comunicación.
  • Mg. En Educación.
  • Red Autónoma de Profesoras y Profesores de Magallanes.

 

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