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Vivir es un arte

Vivir es un arte y todos somos producto de nuestra historia; y qué es nuestra historia… pues no es más que un pestañazo en el mundo.  En un pestañazo arribamos y en otro, estamos despidiéndonos, para siempre, de la existencia terrenal.  Es tan breve el tramo de tiempo, concedido a cada uno, tan sucinto, que sería bueno vivirlo en un estado distinto al que generalmente acostumbramos. 

En primer lugar, creo que, para tener una existencia de calidad, es primordial, ante todo, aceptar la vida.  Pensar que, por algún motivo, desconocido para nosotros, algo superior a la unión de nuestros padres y completamente misterioso, decidió nuestra existencia.  Debemos aprender a vivir, conscientemente, en el misterio, porque la vida en sí es un misterio, en todos sus aspectos. El discurso que habita en nuestras cabezas y que, a veces, puede tornarse enloquecedor, no es nuestro verdadero yo. Oír este eterno monólogo, dentro nuestro, es inevitable, pero es entonces cuando debemos entender que: el ser que está escuchando, dentro de nosotros mismos, ese ser auditor y observante, ese es el más importante; ese es, quizás, el verdadero, el primario; no el que habla en nuestra cabeza. Y digo quizás, porque el misterio es tan insondable, que ni siquiera sabemos cómo es el verdadero ser interno que nos habita y gestiona nuestro camino. La prueba es, que la eterna palabrería de nuestra cabeza, no tiene todas las respuestas y además desconoce muchas cosas, tales como: cuánto tiempo viviremos o cuáles son las certezas en nuestros destinos; sólo por citar un par de preguntas sin respuesta.

El tiempo, el espacio y el ser, es todo lo que tenemos. Ocupamos un tramo de tiempo para existir, un espacio en que habita nuestro cuerpo, que no es otra cosa que el vehículo de nuestro ser.  Muchos son los seres, que viven hipnotizados por sus pensamientos; si éstos son positivos y edificantes, resulta grato observarlos, pero si son lo contrario, nuestro ser inerme, debido al estado absorto en ellos, sufre, se asusta y la mayoría de las veces inútilmente.

Todo lo que viene desde el exterior, influye en nuestro sentir. Somos permeables a los hechos y a los no hechos también; si nuestra ilusión se desvanece, el dolor se instala en nosotros y como nuestro cuerpo físico es un filtro de emociones, con gran frecuencia somatizamos nuestras frustraciones y penas en diferentes enfermedades y estados poco gratos y que empeoran aún más la situación.  Un resultado que se espera, con el que se sueña, una reacción del otro, una decisión del otro, un anhelo que depende de alguien más, que nosotros mismos; ese es el problema: esperar que venga desde fuera una circunstancia que supuestamente nos dará la anhelada paz y felicidad.  Pero ¿queremos ser felices, nos gusta la paz? Es una pregunta que debemos hacernos. En el autocuidado, deberíamos incluir la frecuente reflexión acerca de nuestros sentimientos más profundos; saber cuál es nuestra verdad, porque si analizamos las preferencias humanas, podrían ser citadas algunas como: los anuncios periodísticos sobre tragedias, muertes, atentados etc. que, de hecho, venden mucho más. Si uno de estos días cambia el tono de los titulares y leemos en primera plana: “hoy nació un hermoso bebé, sano con una mirada pícara, los padres están felices” o “Se vio una pareja de enamorados sentados en el parque; permanecieron durante 20 minutos, aproximadamente, contemplando el amanecer y luego se trasladaron a una cafetería cercana para desayunar” el público dirá: “¡pero esto no es una noticia! Y ¿por qué no? No alegra el alma saber que hay unos padres felices; o que unos enamorados disfrutaron de los colores del amanecer y luego de un rico desayuno, que pueden costearlo, que hay una cafetería que ofrece un buen servicio. Algo dentro nuestro está programado para devorar, ansiosamente, las malas noticias y con mucha menos avidez las buenas. Pero esto es una programación social, algo que se gesta dentro nuestro, mientras estamos creciendo. Por otro lado, está la compra de la felicidad y con esto me refiero a la publicidad en la cual se ven seres felices, disfrutando de usar ciertas prendas o consumir determinados artículos o alimentos y, entonces, se produce en nosotros el deseo de contar con lo que se promociona y de ser tan felices como quienes aparecen en el comercial que, en realidad, están siendo parte de un montaje destinado a tentarnos para salir a comprar lo ofrecido. 

Dentro de este bosquejo, estamos nosotros; por un lado, persiguiendo nuestra felicidad y por otro, relativizando la ajena, de acuerdo al marco en que nos la están presentando.  Si es una red social, que nos vende imágenes idílicas, soñamos con estar ahí, pero si se trata de informarnos a través del noticiero, el criterio es diferente.  

Sería muy sanador y equilibrante unificar nuestras preferencias.  Que lo pensado, lo sentido, lo deseado y lo dicho apunten hacia un mismo objetivo, y entonces, de ese modo, podamos, por fin, construir la anhelada felicidad y seamos, lo que siempre hemos debido ser: personas que la entienden como algo muy parecido a la paz y vivirla, en el eterno ahora, más allá de las adquisiciones y críticas que siempre, en este mundo, sólo vienen y van. 

María Alejandra Vidal Bracho
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Pintora naif y escritora chilena nacida en la ciudad de Punta Arenas, Magallanes. Su trabajo literario se desarrolla a través de poemas, cuentos y reflexiones, relacionados con los sentimientos e ilusiones propios del ser humano.

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