En el mundo cinematográfico existe un recurso denominado: “Fuera de campo”. Este alude a todo lo que sucede más allá del encuadre de la cámara, aunque si eres una persona atenta a la trama podrás deducirlo, gracias al sonido. Solo basta ese sonido de lo que no puedes ver, para creer ciegamente en el relato. Su presencia es fundamental.
De inmediato, la memoria desclasifica una cápsula documental de mi amiga Ximena, que se posiciona como un lugar al que siempre quiero volver. La escena parte en negro y se escucha una voz al teléfono contando algo crudamente cotidiano, hasta que la imagen se ilumina con la silueta de una mujer a contraluz, de espalda a la cámara y mirando por una ventana cuyo fondo es difuso. La voz sigue sonando.
Hace días y noches que pienso en esto. La realidad ocurre cada vez más “fuera de campo”. Lo más importante, aquello que deja cicatriz en el espacio invisible de lo que nos define, nuestras luces y sombras están fuera del alcance de ese marco. El todo que es nace, crece, florece y muere fuera de campo. No hay cámara que pueda capturarlo. Al igual que las cosas incorpóreas, cuya presencia es innegable.
Imagina que todos los crímenes de lesa humanidad ocurridos dentro y fuera de Chile hubiesen tenido lugar dentro del encuadre. Sería tan distinto y quizás no estaríamos llorando por la ausencia de justicia, ni cargaríamos con el peso de tantos cuerpos desaparecidos, mutilados o doloridos. Pero si incluso pudiéramos retroceder en el tiempo, como en una película de ciencia ficción y a riesgo de desencadenar una paradoja ¿Qué pasaría si lográsemos capturar a los autores de tanto etnocidio? Si pudiésemos atraparlos en una cámara de celular, por más elemental que esta sea ¿Crees que algo cambiaría?
Inversamente, cuando recuerdo los momentos más felices hay algo que se repite hasta formar una especie de bucle. Desde el fondo de la habitación se abre paso una voz cantando la línea perfecta, en el momento justo. No hay micrófonos ni altoparlantes, pero su sonido es tan familiar. No hay espectadores, tampoco un encuadre, porque su sola idea pone límites a lo genuino.
Eso que llaman realidad y lo que pasa con ella en el vaivén incesante de lo mediático siempre está dentro del encuadre, tal vez por eso se disparan las alarmas de las dudas y con mayor frecuencia voy desechando la costumbre de intentar asirla o controlarla, porque el intento resulta inútil.
Lo que se queda conmigo, lo que llamo respirar, aquello que me mueve y conmueve, la cercanía, el aroma de un día perfecto, los abrazos que viven en la memoria, el ritmo acompasado de un tambor, amanecer sintiendo el planeta, la magia de las estrellas cayendo al costado del camino, la constelación El Cazador apuntando a mi destino, el canto libre de las ballenas en el infinito del sur, la asunción del amor y del miedo en cada extremo de la vida, el fuego del universo viviendo en mí, la compasión y la ternura desatadas, las mañanas que no compartimos ordenadas por colores y tipos de nubes, los sueños de un mundo más humano, la fiesta de lo natural, un bosque con distintos tonos de verdes, la luna gigante y amarilla anunciando el porvenir, el tiempo de la cosecha y el encuentro, la luz final. Tú, yo, definitivamente nosotros, siempre caminamos fuera de campo.
Ana Marlen Guerra Encina
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl