Mi madre fue una mujer que amó por sobre todas las cosas. Creo que el máximo aprendizaje que puedo extraer de ella, es ese. Un amor que, deduzco, comprendió a cabalidad en el último tramo de su vida, para vivirlo incondicionalmente hasta el último aliento.
Ni todas las canciones que escuchaba hasta altas horas de la madrugada, buscando quehaceres otoñales o las películas vistas una y otra vez, durante años, lograron equiparar ese sentimiento que la movía a hacer del mundo un lugar más amable para quienes formaban parte de su vida y, cuando digo esto, no me refiero solamente a quienes formábamos parte de su familia, pues donde ella estuviese el wifi amoroso se expandía varios kilómetros a la redonda.
La referencia a mi madre le da el marco necesario a lo que quiero decir, desde hace bastante tiempo sobre el amor. Es que, francamente, hay una serie de artículos y frases pegadas por doquier que no solamente me hacen ruido, sino que han formado una orquesta en mi cabeza que provoca ruidos estruendosos de palabras queriendo salir.
Las redes sociales y los libros de autoayuda emergen a borbotones con la misma idea: si quieres amar a otras personas, primero debes amarte tú. No lo comparto plenamente y lo que es peor, no estoy de acuerdo con la interpretación que se le ha dado a esa idea. Con esto no quiero decir que estoy en contra del amor personal, obviamente, pero lo que está pasando es una nueva forma de consagrar el sistema que nos ha sumido en la crisis actual.
Me explico. En la colección de frases de “superación” se divisa algo grotescamente comercial, un tanto pop que termina dando vuelta la piel y dejando ver el sesgo económico de una propuesta más del capitalismo. Así, caemos en tendencias (no da para decir que se trata de corrientes de pensamiento) que avalan cualquier cosa con tal de desarrollar este amor propio, al punto que parece mejor ser una bestia ante la posibilidad de ser vencida. Ese tenor competitivo, de medir fuerzas en una supuesta contienda con el otro, es lo que no me interpreta.
Yo no sé nada o muy poco de la vida y del amor, pero me parece que cada cual anda por ahí con todo su bagaje de experiencias, traumas, carencias, historias y heridas tratando de aprender, intentando estar bien, avanzando y retrocediendo en aquellos espacios de libertad que encuentra dentro de la maquinaria aplastante de la realidad. Entonces no entiendo que el diario vivir deba ser una carrera.
¿Qué pasaría si cambiáramos las prioridades y empezáramos por amar a las otras personas para entender la fórmula? Amar también puede ser pensar en lo que legaremos de planeta a las futuras generaciones y dejar de explotar y extraer productos a destajo de la naturaleza. Asimismo, sentir que las otras especies no están ubicadas en un escalón más bajo que el de la humanidad, sino que todas conformamos un equilibrio.
Claudia, una amiga, encarna muy bien el sentido amatorio que hoy quiero abordar. Ella es capaz de elevarlo al máximo de la preocupación por el otro. Todo el tiempo tiene la delicadeza de ponerse en tu lugar y ¿sabes? Ella te facilita la existencia, la hace más suave y humana. Amar es facilitar la vida de quien amas, no ponerle atajos y obstáculos.
También pienso en Viviana, otra amiga, quien vive ocupándose de los detalles, porque sabe exactamente lo que cada ser que le rodea está necesitando. Ella dedica una atención especial a observar, escuchar y valorar a su gente. Lo hace de manera espontánea, así sin más, de la nada te despliega un camino de hojas para que no toques el suelo. Amar es ver a la persona en quien depositas ese amor.
Tengo una amiga cuya solidaridad me conmueve y me hace creer más en la calidez de la vida. Mindy se ocupa de ayudar a quien lo necesite y le nace de manera espontánea. Creo que cada vez es más poderosa en el arte de amar apoyando. Amar es dar la mano, ofrecer ese apañe que te permite hacer una pausa y respirar, para seguir andando.
A medida que voy escribiendo estas líneas, noto la cantidad de amor que vivo, lo afortunada que soy de estar rodeada de personas que me brindan este cariño que no escatima en tiempos, espacios y medidas. Como cuando mi amigo Otto me cuenta chistes porque intuye que tengo un poco de tristeza, o cuando José y Ericson fueron capaces de cruzar el infierno junto a mí, porque mi mundo se desmoronaba. Entonces recuerdo que el amor está tejido con una materia demasiado resistente, que es imposible romper.
Amamos en la compasión, en los gestos de silencio. Tuve un amor grande como el sol que no escatimaba en aquello y podía permanecer a mi lado toda una noche en vela, si tenía fiebre. He amado tanto que me he vaciado de todo lo que tenía adentro, porque no había otro modo.
Mi amiga Paty es amorosa, como nadie y a pesar de no sentirse cómoda en un abrazo, con los años ha aprendido a meterse dentro del mío y entregarme su calidez escondida. El amor hace caer las barreras que nos mantienen distantes. También pienso en Sarah y su rostro de felicidad, cuando vio la mía en un concierto de Pedro Aznar y Manuel García. Fue un regalo poderoso e inolvidable. El amor sorprende y acompaña, nos mueve de un punto a otro, nos hace viajar, como cuando caminamos en la arena con Pita y sentimos que cada palabra dicha es una verdad del universo. Casi al terminar de escribir estas palabras me llama Orietta, para que le acompañe a hacer una compra. Ahí vamos y ese paso que se acomoda al ritmo de otro paso, también es amor.
El amor brillaba en los ojos de mi padre, cantando El último café, porque es mi tango preferido y le hizo olvidar su dolor de columna para ir a recibirme en el portón, cada vez que llegaba a su casa colgando en un cerro de Valparaíso. El amor me hizo olvidar ciertas cosas amargas y quedarme con las dulces, por una opción de vida. También me mantiene haciendo puentes para soportar la lejanía de mi familia germinal, pues estamos todos repartidos. El amor nos une al final y espero siempre volver a encontrarme con mi abuelo y mis hermanos, que me han dado la posibilidad de ser tía de Olivia y Miguel, que son la niña y el niño más lindos de toda la galaxia.
“El amor es la prórroga perpetua, / siempre el paso siguiente, el otro, el otro”, dice Jaime Sabines y francamente siento esperanza cada vez que leo esos versos. Lo mismo me pasa con los de Hamlet Lima Quintana cuando dice: “Hay gente que con solo abrir la boca / llega hasta todos los límites del alma, / alimenta una flor, inventa sueños, / hace cantar el vino en las tinajas / y se queda después, como si nada. / Y uno se va de novio con la vida / desterrando una muerte solitaria, / pues sabe, que a la vuelta de la esquina, / hay gente que es así, tan necesaria“.
En cada gesto de amor que he recibido o entregado, he visto superponer el interés de la otra persona por el personal, o el bienestar del otro por sobre el de quien lo ofrece. Ahí no hay competencia, no hay una priorización de mi por sobre ti. Es cierto que esta columna se ha convertido en algo demasiado personal y es a propósito. El amor es personal, en el sentido de conminarnos a entregar lo mejor de nuestro ser real en pos de otra persona, de otra especie y del universo si se quiere. Arlette, una amiga amada, me dijo hace años que el amor es el mantra más poderoso y yo le creo. Invocarlo tiene un poder único, pero vivirlo mucho más. Por eso la recomendación para siempre es la misma que circula en cierta frase bastante popular en redes: “Amen, sin tilde”.
La fotografía que grafica esta columna es de Ig @anastasbekker
Relacionadora pública, escritora, defensora ambiental y directora de Tualdea.cl