Sin pretender ser una voz autorizada del todo pues nadie puede arrojarse ese título, sin creer que la verdad es de un solo prisma pues esta es la resultante de varias verdades parciales. Sin la arrogancia de aquellas pretensiones tan humanas como mías, pero basado en la experiencia de vida que me tocó experimentar, es por ello que recorro esta realidad que golpea, cuando pretendemos preocuparnos por una temática que en la práctica importa muy poco.
El recorrido comienza por aquellos ambientes que me tocó visitar y la necesidad de aprender para producir y lograr que esta producción fuera rentable.
Un minuto en el que por razones inexplicables o por una bendición real de lo alto me detuve, dejé mis movimientos involuntarios y me preocupé al observar todos los cercos y trincheras que construíamos defendiéndonos de nosotros mismos y solo entonces respiré, miré a mi alrededor y el trago fue amargo.
Describir lo que se siente cuando te enfrentas a ti mismo es imposible, solo diré que en medio del bosque mi saliva fue agria, porque aún no me daba cuenta que ese suelo respiraba, tenía vida y el canto de algunos loros me comunicaban algún mensaje que trataba de descifrar, no estoy en desacuerdo con manejos productivos pero acababa de ver un desastre en medio de un paraje que nunca fue diseñado para morir de esa manera.
Los amargos a partir de ese día se transformaron en dulces mensajes que me enseñaron a disfrutar de este medio ambiente, según nuestra definición, según nuestros estándares o conceptos que acuñamos para describir alguna realidad u objeto, para mi desde aquel día dejó de ser el medio ambiente y fue simplemente el milagro más grande de todos, la vida.
Ahora trato de interpretar el mensaje de las aves, el murmullo de los árboles y el susurro lento de esta bendita tierra, mientras me quede vida y pueda respirar fuera de mis paredes y las paredes de mis compañeros y compañeras de esta extraña y única oportunidad de vivir.
Humberto Gómez
Ingeniero agropecuario.
Investigador.
Agrupación Ecológica Patagónica.