El elefante encadenado es un cuento corto de Jorge Bucay, donde nos muestra, a grandes rasgos, como un paquidermo de una fuerza descomunal del circo se somete a una varita clavada en el suelo; porque cuando pequeño aprendió que esa estaca podía contener su poder. Y así lo siguió creyendo durante toda su vida.
No había para que usar la fuerza para someterlo. Ya había entendido y aceptado de que era incapaz de soltarse de la cruel varilla en el suelo que lo sometió cuando su cerebro estaba en formación y, adiestrado por sus dueños, no vio otra posible oportunidad. Su adiestramiento estaba completo: lo cegó a mirar otras oportunidades.
Me viene rondando este cuento hace rato. Como profesor, me cuestiono mi actuar siempre, tratando de evitar adiestrar en lugar de educar. El adiestramiento, o condicionamiento ha sido la medida de éxito de la mayoría de las examinaciones nacionales: SIMCE, PSU, PTU o como se le llamen. Estas suelen terminar en un adiestramiento para pasar esa valla academicista, solo eso, sin una directa correlación con el posible éxito académico; se entrena para la prueba, no para la universidad, la comprensión de la sociedad, los efectos de nuestras decisiones en los futuros compartidos o el peligroso pensamiento crítico que nos diferencia de otras especies menos ¿evolucionadas?
Es imposible, sin embargo, ser hipoalergénico en educación. Somos personas tratando con personas: nos mueven emociones, sentimientos e ideales. Las instituciones educacionales tampoco son neutrales en la entrega del conocimiento (me gustaría decir saberes); por el contrario, son, así como el currículo educacional, una propuesta de la sociedad que se busca instaurar. A veces es colectiva, compartida por la comunidad. Muchas veces, salvo un par de ideas que nos parecen obvias (como ser de cierta religión, o creer que la paz es un valor en sí misma), las virtudes cardinales de cada institución difieren en forma y fondo, lo que ha llevado a tener una plétora de opciones de colegios, bajo el paraguas de la libertad de enseñanza y del presupuesto familiar, que comparten lo que quieren compartir para, en su mayoría, mantener el status quo, o cambiar todo para que nada cambie, como dice la canción. Nada es inocente en educación. Toda acción tiene consecuencias.
Y lentamente, desde la decisión consciente, estratégica e ideológica de abandonar a su suerte la educación pública y permitir ver la educación como un área de mercado más, la idea de país se fue desestructurando en pequeñas islas, unas más grandes que otras, unas más ricas en recursos y otras más áridas para quienes tuvieron la ¿suerte? De habitar esos espacios educativos.
Por lo tanto, la mera idea de cambiar una constitución política que nos ha regido desde 1980, que nos regula como mercado, no como comunidad, es tan difícil de digerir para muchos.
¿Cómo vamos a ponernos de acuerdo, cada uno en su isla, islote o en su circo, con su estaca esclavizante al suelo que me impide volar? ¿Cómo confiar en los señores Corales que me amarraron aquella feroz primera vez? Porque quienes lucharon por la vuelta a la democracia, terminaron por perfeccionar, legitimizar y acomodarse en el sistema que les permitió florecer a pocos, muy pocos. Claro que ahora ellos eran parte de esa pequeña parte de las bellas flores de la copia feliz del Edén. Ellos estaban haciendo caja en la carpa del circo, decidiendo cuanta cuerda dar a cada elefantito, según su docilidad, y cada elefantito creyó que era lo único que había, pues su estaca en la tierra le impedía mirar un mayor horizonte donde posar la esperanza dormida.
No hay buenos ni malos. Como decía Nicanor: la izquierda y la derecha unida jamás serán vencidas. No es culpa de los votantes no saber diferenciar quien es quien; quien ayuda y quien se aprovecha, como en el banquete final de La Granja de los Animales de Orwell.
Y entonces, la propuesta impuesta de estar en vías del desarrollo, repetida por televisión en colores a partir de 1980, con estrellas mundiales en nuestro coliseo de Viña del Mar, nos infundía el orgullo por el orden y el progreso económico. La idea fantasiosa de estos logros ha sido más importante que el costo en vidas humanas perdidas y las que se perderán por la falta de espacios para ellos en este Chile post 11/9 nuestro. Pero no hablamos de eso.
Pedagógica, pero por sobre todo éticamente hablando, no puede ser que, a casi 50 años de la crisis política más profunda de nuestro país, sea un tabú hablar el tema, incluso peligroso para nuestra estabilidad laboral. Esto aún nos separa, nos divide con la misma fuerza porque decidimos cubrir, olvidar, meter bajo la alfombra la mugre, seguir sin intentar siquiera sanar heridas. Es casi una metáfora: en un país sísmico, construir un rascacielos en un suelo pantanoso. Cada vez que podemos alcanzar algo más alto, el peso de nuestro intento por tapar el pantano nos hunde un poco más. Pero algo sigue oliendo mal en las aguas estancadas donde el jaguar de Latinoamérica bebe. Y nos enferma.
Sin embargo, lo más peligroso es que el sistema impuesto a sangre y fuego se quedó cobijado en los corazones de la gran mayoría de los chilenos. No me interesa entrar en política ficción y pensar lo que hubiese ocurrido si la historia fuera otra; los What if son lo peor, nos torturan con lo que pudo ser y que nunca existió. Hablo de cambios culturales, hablo del alma de nuestra sociedad y su evolución en un contexto tan controversial como lo ha sido el sistema político, cultural y social desde 1973 hasta la fecha.
Nos acostumbramos a la sospecha. Dejamos de vernos como oportunidades, sino como competencia. Eso sistematizado del orgullo de poner a los hijos en un colegio donde pagamos una mensualidad que nos sube de estatus en la población (perdón, condominio). También nos dejamos embaucar en los cantos de sirenas del estatus que viene en marcas, modelos y última moda. Pocas veces hemos cuestionado el poder del marketing para cambiar nuestras conductas (por favor vea el documental “El Dilema de las Redes Sociales” en Nextflix), y en ocasiones, son los grupos excluidos los que han llamado la atención, como los grupos feministas cuando cierta campaña de calcetines sexualizó, como siempre, a menores de edad, con el fin de posicionar la marca entre preadolescentes. No recuerdo ninguna institución que haya hecho mera referencia, ni religiosa ni política, como que la miopía selectiva funciona a veces de manera misteriosa.
Hay tantos detalles ya naturalizados que abruma pensar en cada uno de ellos: el saltarse la fila, el conductor prepotente, el mercado coludido, el váyanse de mi playa, o vuélvete a tu población de mierda. Pero lo peor es que muchos no se indignan por la violencia que eso conlleva, sino por no ser capaz de hacer lo mismo, de ponerse en la situación del que, como dicen por ahí, el que puede, puede.
Más allá de defender la propuesta de constitución fallida, que para mí era un mejor lugar donde avanzar para el futuro, uno donde nos incluyera a todos, todas y todes, incluidos mis hijos autistas, me parece importante hacer notar algo: nos revelamos como lo que elegimos ser: cada quien votó por sus propios intereses, no por uno colectivo. Y claro, la mayoría, con mucha o muy poca información, decidió dejar el status quo. Algunos con la idea de que los que nunca quisieron cambiar nada van a hacer algo por fin con los cabros de la esquina que no los dejan dormir, o con el alcantarillado que se tapa cada mes o la luz que se corta apenas caen chubascos. Y volvimos a darles el poder para que los de siempre decidan. Nos quedamos tranquilitos amarrados a la varilla que nos ha sostenido siempre. Vienen los expertos en apuntalar varillas en el piso, y aceptamos alegremente esa bendición.
No vengo a defender lo que ya se perdió; ya tuve mi cuota de pena y rabia como padre. Tampoco creo que deba ir a patear la varilla y molestar al elefante para que se mueva, ya que al final está cómodo.
Tal vez quiero decir que, entendiendo lo mucho que les gusta el circo, las luces de este también se apagan. El circo sigue, los elefantes se acomodan a lo de siempre, a la zona de confort que permite la tranquilidad del inocente, si somos, a lo más víctimas. Es fácil ser la víctima. No somos responsables por lo que nos pase, siempre es algo, alguien más. Es un lugar cómodo para no hacernos cargo de lo que somos y así no asumir responsabilidades de lo que decidimos o no hacer.
El elefante se miró al espejo por primera vez. Tal vez en su reflejo esperaba ver un león, un oso, no lo sé. Pero vio un elefante y no le gustó. Es el único animal que no puede saltar, menos siquiera pensar en volar, a pesar de la propaganda. Tal vez en nuestra alma nacional, de los que alaban patriotismo a viva voz, menos cuando en lo económico se trata, los valores son distintos. Tal vez la desconfianza, el egoísmo, el orgullo y la desidia son los valores patrios. Parece que el pan y circo es una quimera que muchos a puede aliviar.
Entonces, ¿Qué nos queda para las siempre olvidadas minorías de nuestra sociedad? Tal vez la educación sea una oportunidad no de echar abajo la carpa del circo, eliminar al Señor Corales y desamarrar cada elefante triste del lugar, tal vez, sólo tal vez, estemos ahí para decirles a los elefantitos que no están solos, que miren más allá de lo evidente (como decía otro fanático de estos animalitos), que está bien ser diferentes y preguntarles, así como para que se lo cuestionen, que si sueñan en algún día poder volar.
Fotografía por IG @nadexriotic
Juan José Lecaros C.
- Profesor de Inglés UMCE
- Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
- Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
- Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger
Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.
Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.