Es una palabra que supera su concepto y cuando eso pasa se convierte en una palabra que supera su definición y acepciones, generando un problema con su definición, nace ahí un torbellino, un balbuceo, la adjetivación.
El amor es nuestro primer y último vínculo a la vida humana, por medio de las emociones nos encontramos en el espacio y el tiempo con otros humanos, animales, otros seres vivos incluso con objetos inanimados que decimos amar.
Para los griegos el amor más importante es la Philautía, el amor propio es considerado como el más importante, aunque nosotros a veces nos perdemos en la idea de lo primordial que es para vivir el amor, nos perdemos porque el primer amor es hacia nosotros mismos, un amor propio sano es el camino a todas las formas de amor. Cuando nacemos estamos conectados por un cordón umbilical a la vida, es la etapa previa a nuestro primer acto de voluntad propia, vivir por nuestros propios medios, nuestro cordón se corta para ascender a la propia vida, se corta ese importante registro de quienes somos y dónde vamos, nuestro cordón umbilical se corta, pero no se corta el vínculo con nuestra madre biológica y en la mayoría de los casos nuestra madre materna. Amor propio es el que grita y solloza en ese instante en que dejamos el líquido amniótico que nos mantenía flotando en nuestra primera zona tibia y protegida, así parten las primeras experiencias de amor para cada nuevo humano de la tierra y también para su madre, ese vínculo cerebral que se mantendrá vigente mientras la madre viva.
Venimos a experimentar, recibir, expresar, dar ese amor y conocer sus diferentes formas. Venimos a vivir nuestras relaciones humanas, nuestras relaciones con los animales y todo cuanto tenga vida en este planeta llamado Tierra.
La relación afectiva vinculante será más o menos intensa dependiendo del tipo de vínculo: Pareja, familia, amigos, animales, etc. Nos podrán educar bajo la formas aprendidas por nuestros padres, del significativo lazo de nuestra madre y padre, de nuestros dos padres o de nuestras dos madres, o desde la filiación que nos tocó en la vida, lo verdaderamente importante es saber que nadie va experimentar el amor en la vida como cada uno de nosotros mismos, si nadie puede ponerse en los zapatos de otros como reza la frase, nadie puede percibir el amor como lo percibes tú, por lo que en el camino aprendemos desde nuestros hogares primeros a amar, a amarnos a nosotros mismos, y si las conductas están erradas podemos desaprender formas de amar aceptadas pero no propias para ser una mejor persona, amar aprehensivamente por ejemplo es una limitante para el sentimiento que venimos a experimentar y por el cual se nos fue regalada la vida, nuestra propia vida, por amor propio respiraste y lloraste en ese tu primer día de vida, ninguno de nosotros lo recuerda porque en ese día está el misterio de todos los días de nuestra vida, la voluntad de vivir en este mundo, en esta época difícil donde lo material supera la disposición de tiempo para vivir, una cortina de niebla de nuestros tiempos convulsos donde la nueva era esta recién naciendo con nosotros.
Podemos aprender una manera de amar y también caminar los pasos del retorno y desamar, lo mejor es que mientras pasan estos procesos podemos desaprender aquellas emociones que nos hacen mal y simplificar los conceptos que nos han amarrado culturalmente al amor y no tienen sentido, por ejemplo: lo tapo de cosas materiales porque lo amo, eso es sobreponer lo material a la humanidad que habita para ser amada en cada cuerpo. El amor habita en el contacto, en cómo nos relacionamos y la intimidad sin prisa.
El amor como vínculo es paulatino, primero nos conocemos, nos reconocemos, bajamos las defensas para mostrar nuestro ser, con cualidades y defectos, después de conocernos y reconocernos, nos aceptamos, tal vez esta es la etapa que más me gusta de vivir una experiencia de amor en particular porque en la aceptación se activan todos los sentidos, somos un par de oídos que escucha largas horas, hasta que las velas no ardan, vemos diferente todo porque los sentidos están activados por piloto automático, la piel es un contacto humano que habita todo el cuerpo, la piel de un abrazo puede ser tan importante como ese primer día donde por voluntad propia y consciente lloraste a todo pulmón y respiraste al calmarte, el sabor es otro en una habitación donde dos se están aceptando, consintiendo hasta perderse en uno mismo, uno no se pierde en el otro, uno hace un viaje interior y si tu pareja tiene boletos es siempre mucho mejor que cada uno se pierda en su viaje interior, la información del universo transita en esos momentos, tocar con confianza puede hacer todo erótico y sin mencionar la imaginación que explota en todos los juegos amatorios como en una foto en blanco y negro donde no faltan colores. En todo este pasaje he querido dar una idea de cómo se llega a querer tanto y vincularse, cuando el vínculo supera en la práctica al espacio y el tiempo, dos han encontrado el amor en la vida.
Una de las emociones más difíciles de controlar es el miedo, el miedo es ese gigante desconocido o un pequeño desfigurado en sombras grandes, un ocultador de luz, en nuestra cultura occidental el miedo ha estado muy arraigado y asociado al “Miedo a la muerte”, el miedo que te detiene, que te paraliza. Si el miedo paraliza nadie moriría como todos lo vamos a hacer en nuestro último hálito, el miedo a vencer tiene dos perspectivas, el miedo a vencer en la experiencia humana es el miedo a vivir, ese es el camino, es la ruta, intentar vencer el miedo a vivir; ¿cómo lo podemos hacer? ¿cuál es la fuerza que lo vence?
Esa fuerza es el amor que nace de adentro, el amor a vivir, el amor despierto, el amor que es capaz de sanar, de sanarse a sí mismo, el amor que nunca pierde la maravilla de experimentar, relacionarnos, vincularnos, confiar, seducirnos, sorprendernos, la luz que baja para iluminar la conciencia es el amor, las campanas que sienten vibrar en un nivel superior son las que acuden al ser que ama, la luz que no acaba cuando las velas no ardan ese es el amor.
Sin buscarle adjetivos al amor me remito a la lengua Yagán que tiene la palabra más precisa para el amor “Mamihlapinatapai” que describe la mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience la acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar.
Nota: la fotografía que grafica esta columna corresponde a un fotograma de la película El imperio del sol (1987), de Steven Spielberg.
Marioly Leiva
Escritora, autodidacta desde los 14 años, Máster en Escritura Creativa 2021, versión online. Universidad de Salamanca España.