A la Anita le faltó publicar su libro. Páginas y páginas de recuerdos en tonos ocres no alcanzaron a ser entregados antes de su partida, y se acomodaron ahí, como otro elemento más de la obstinada memoria de la Anita.
La Anita no era muy formal. En la alegría desbordante de su casa familiar abundaba el garabato bien dicho, a buen tiempo y a un debido remitente. Y era feliz con su doliente sonrisa.
La Anita no era la abuela dulce que no se hace notar. A pesar de tanto, sacó las garras frente a otras que le arrebataron lo que nunca debió apartarse de su lado. Sus lágrimas las transformó en una fortaleza, aunque quería llorar a mares. Pero eso también se lo arrebataron. Sin embargo, ella no fue una víctima que se somete a un omnipotente poder que abarca todo. Ella fue una superviviente que mostró con hechos, que el amor puede más que odio, y que el amor transforma la ausencia en presencia latente que acompaña el caminar.
La lección de Anita González de Recabarren (1925 -2018) es una de las que más me ha marcado como profesor y como persona; la Anita vivió en carne propia (carne rasgada, herida, magullada, sufriente) lo que pasa cuando el sistema olvida al ser humano. Y es tan trascendental esa mirada cuando hablamos de educación.
Actualmente, en un escenario incierto y profundamente inestable, existen elementos que debemos consolidar por el bien último de la inclusión de cada humano en la sociedad que vamos a construir. Por ello hablar de educación en clave de derechos humanos debe ser, ciertamente, la premisa que dirija la construcción de ese Chile que nace desde la más profunda de las heridas auto-infringidas hace unas décadas atrás y que aun supura por la falta de una antiséptica justicia (de la humana, no divina).
La educación en clave de derechos humanos parece eminentemente obvia. Sin embargo, en el sistema educacional chileno actual, y a pesar de honestos pero insuficientes intentos, el tema de los DDHH parece ser visto con narices sufrientes de quienes quieren un hipoalergénico entrenamiento más que una educación que, como nos decía Paulo Freire, nos libere.
En los tiempos actuales, donde las nuevas generaciones han puesto al tapete la diversidad (ese concepto tan humano, pero tan mal tomado por nosotros los viejos) la única mirada educativa que dará el ancho a la necesidad de reconocernos como diversos será una educación con enfoque de derechos. Esta entiende el ejercicio de la educación como inherente al hombre y a la mujer, así como un medio para formarnos que es a la vez incluyente e inclusivo. Una fiesta digna de un 18 de septiembre en la casa de la Anita: bien comido, bien bailado y bien regado. Con todos y todas.
Hemos vivido en carne propia (nuevamente la metáfora tan visible como nuestro cuerpo como territorio de luchas), la tragedia griega de habernos acostumbrados a vivir en una sociedad injusta que transforma a una tribu en una sociedad donde la exclusión se volvió la norma. Aun en las calles de las principales ciudades se leen en sus paredes los recuerdos de jornadas donde lo que existió fue la demostración de un dolor disfrazado de rabia que arrasó con todo a su paso.
Es entonces que nuevamente nos golpea a la cara la necesidad de construir un sistema educacional más justo, incluyente y adaptativo que permita, como si fuera una llave que abre cerrojos completamente sellados, otros derechos que garantice que cada persona se transforme en la mejor versión de sí misma. El sistema educacional chileno debe entregarnos las herramientas para que cada persona que habite este lugar pueda crecer con la seguridad de una vida libre, protegida de todo mal, y, por supuesto, feliz, como la Anita.
Mis estudiantes miran la vida desde un paradigma distinto a un profesor mayor en sus cuarentaitantos. Para ellos no es motivo de burla donde viven sus compañeros y compañeras. No les importa si alguien se viste de una forma u otra o de quienes eligen los demás para amar, siempre y cuando no sean maltratados.
Pero eso tan obvio, tan importante, pero a la vez tan invisible para los demás, es el pie, el inicio de algo que debe ser más grande. Educarnos en clave de DDHH es reconocernos como legítimos en nuestro propio ser, y parte a su vez de algo mayor: una tribu que se mira a los ojos y se enternece al vernos como oportunidades, en lugar de amenazas.
El 30 de agosto conmemoramos el día internacional del y la Detenido (a) Desparecido (a). Luego vendrá un aniversario más del golpe cívico-militar de 1973. Y esas fechas nos siguen dividiendo entre quienes creemos en la humanidad y quienes justifican que hay seres que no merecen ciertos derechos, incluyendo el derecho a la vida. Las nuevas generaciones nos están enseñando a mirarnos como un todo. A veces siento que son ellos (y ellas, y elles, aunque les moleste a algunos), los que pondrán una lápida definitiva al desencuentro. Por esto me afligen estas fechas; porque a pesar de tanto dolor que sabemos y hemos comprobado, aún hay quienes no reconocen que los seres humanos estamos hechos para el encuentro y no para las balas. Cualquiera se siente valiente con el fusil. Sin embargo, la valentía puede ser mirada desde otro prisma: uno más inclusivo y creador: el amor.
Una bella amiga me enseñó que el amor es sólo para valientes. Yo creo que es verdad. Y tiene que ver con la garra de la Anita que llenó la ausencia de la esperanza de un nuevo reencuentro, por lo que había que preparar el encuentro definitivo.
La Anita se fue con su lento caminar a encontrarse con su marido perdido. Llegó a abrazar a sus hijos en ese abrazo suspendido por tantos años. Pudo ver la cara de su nieto o nieta arrebatado en el vientre con su madre. Las lágrimas brotaron solas. Un mar de lágrimas se derramó por los surcos de su cara endurecida por la pena, el dolor y más de algún golpe de verde, azul y gris.
Y sin embargo ganó. A pesar de la pena y la ausencia impuesta, no le arrebataron su derecho a ser feliz. Seguramente ya organizó la fiesta patria con su familia y sus amigos: la Gladys, la Sola, el Pedro, la otra Anita junto a su Michel, don Clotario. Seguramente (aunque algo tarde), llegó el Mariano y su acordeón. La ausencia finalmente terminó. Y la celebración fue hecha arriba como le gustaba a la Anita: como Dios manda y echando la casa por la ventana, celebrando la vida y la bendición de ser profundamente felices, profundamente imperfectos y profundamente bellos. Al fin y al cabo, profundamente humanos.
Juan José Lecaros C.
- Profesor de Inglés UMCE
- Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
- Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
- Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger
Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.
Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.
Bello Juanca, y yo no la puedo olvidar actuando, y nada menos que una tragedia griega el la villa Grimaldi.
Se subio al escenario como una profesional, y nunca se quejo de los largos meses de esayo, ni de lo tarde que salian despues de la función, fue tan feliz actuando y bailando con actores y actrices de renombre, pero sobretodo porque siempre fue ella la estrella, que mas brillo en ese escenario