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Mezclando peras y manzanas

¿A usted también le pasa que se le aprieta el pecho cuando se pone a pensar en lo que podría pasar? Levantarse para sumergirse en el frío de la mañana que le recuerda que está vivo. Eso para algunos es una bendición. Comenzar un nuevo día y toparse con la noticia que lejos, muy lejos, una ciudad arde porque humanos creen que su dios quiere que todo caiga en su nombre. Las imágenes son crudas. No hace falta conocer el idioma para darse cuenta del miedo y desesperación que sienten los que allá viven.

¿Puede un dios desear eso? Me pongo a pensar en lo similar que tuvo que haber sido para los Selk’nam la cacería de la que fueron víctimas por orden del nuevo Estado Chileno ¿Quién habrá escuchado sus lamentos? ¿Quién los recuerda? No hay un concepto similar a “dios” en su idioma natal. 

En nuestros mundos, nuestras realidades, nos topamos día a día con personas que entienden esta vida como una decisión divina. Y miran el mundo desde la posición de privilegios al saber que tienen “la verdad”; así, en singular.

No dudo de la “buena fe” de quienes creen. Pero no dejo de pensar en el daño que se ha hecho al creer que existe una sola forma; un camino, una verdad y una vida en un mundo donde la diversidad es lo más común que existe. 

Lo humano y lo divino ¿Usted también dejó de pensar un poco en lo trascendente y se enfocó en lo urgente? La pandemia nos separó. Nos hizo relacionarnos, trabajar, estudiar y hasta emocionarnos a través de una pantalla. Un filtro, una ventana que no permite la experiencia con otro, otra, otre. Y a eso le llamamos virtualidad. La realidad cambió de golpe. Y nos dolió. Y nadie se escapó de ese martirio de saberse finito en un mundo de infinitudes.

En la realidad pre-pandémica, la oficina, la escuela, la calle era espacio compartido. A malas ganas a veces, con mejores tintes en otras. Ahora, todo parece un laberinto donde debemos recordar el hilo para no perdernos en la infinidad de surcos que nos llevan a adentrarnos a lo desconocido. 

Ahora, cada acto cotidiano es un desafío y cada lugar público, un calvario. Las familias con hijos e hijas dentro del Espectro Autista estamos preocupados. No es fácil tratar de balancear una vuelta a clases presenciales cuando nos relacionamos con el colegio desde la desconfianza.

El Santi es bello. Tiene una dulzura que encanta a cada adulto que lo conoce. Pero cada vez que tiene que salir, lucha por darse a entender con cada persona que ve. La gente no le mira. Él lo intenta en español e inglés. Su autismo le permitió adquirir ambos idiomas, aunque el español está muy atrasado y esto hace que poco entiendan lo que quiere. Un habitante de su torre de Babel propia.

Personas que pasan a su lado y miran la pantalla de su teléfono. Personas que no responden a un “hola” o un “hi” que grita para establecer algo de contacto ¿Cómo le explico que él no es el problema? ¿Qué lenguas se deben hablar para responder con ternura? Su camino se parece al que predica en el desierto. Irónico que el autista quiera comunicarse mientras que el neurotípico no mira, no habla, no siente a los demás.

Se acostumbró a la mascarilla. Pero luego de un rato se la quita, como cualquier niño. Eso sí, se acerca demasiado a los demás. Una conducta que debe manejarse porque hay adultos peligrosos. 

No respetar espacios físicos es sinónimo de peligro. Más aún cuando hay un virus suelto. Y así la escuela se transforma en un espacio donde no se asegura el cuidado. Hay que respetar los protocolos. Hay que mantener distancia y dejar de compartir la colación. Sus habilidades sociales y su lenguaje disminuido necesitan al otro para desarrollarse. Pero si el otro es distante, peligroso y ausente, ¿qué hay para aportar en la vida de mi hijo?

El respetar al otro incluye reconocer su mirada como legítima. Sin embargo, lo que decimos en voz alta, lo que invocamos, o lo que deseamos va, de la mano de hacer del otro un terreno a conquistar, para que actúe de acuerdo a nuestra propia mirada. Imponiéndola si es necesario. A mi hijo le cuestan sus clases de religión. No entiende eso de que alguien muera por los demás. Le da miedo en su mente concreta y sin metáforas. Por lo menos hay canciones. No le hablan mucho de amar o de ayudar a los otros, sino de cómo hay que obedecer, rezar y alegrarse de que tuvimos más suertes que otros pueblos, pues fuimos los elegidos ¿Cómo le explico que muchos interpretan la injusticia diaria como un mandato divino? ¿Lo de Kabul es mandato igual? ¿Y el martirio de no ser parte de la sociedad también?

Muchas personas dentro del espectro autista son parte también de la diversidad sexual. Existe un doble peligro en ello: una doble victimización desde el absolutismo que impera en varios estamentos de la sociedad y limita lo sagrado a un montón de reglas añejas que no miran el fenómeno humano como lo que es: un ser finito de posibilidades infinitas. Recordando a Frankl, podemos construir las cámaras de gases para matar a otros sin piedad, y podemos entrar en ellas con la frente en alto, rescatando la dignidad como el último acto de libertad.

Entonces es cada vez más urgente entender la diversidad como fuente de vida. La verdadera yihad es buscar la contemplación de lo humano como lo que somos: frágiles, imperfectos, pero con una inmensa capacidad de amar. Es entonces que los dioses van a dejar de pedirnos que nos matemos los unos a los otros y dejaremos de escuchar a la zarza ardiente y empezaremos a escuchar a un niño autista que sólo pregunta si conoces a su personaje favorito. Porque el emirato, la sinagoga o la catedral puede reconstruirse en tres días. Pero la vida de un hijo o hija no puede terminar en una cruz o apedreada de un misticismo que no le deja ser o sentir de la única forma que “debe” ser, aunque se nos vaya el alma en ello, en busca de un cielo de ángeles de pies sucios y alitas rotas.

Fotografía de Tara Winstead – Ig: @tarawinstead 

Juan José Lecaros C.
Fundador y Presidente de Fundación Ítaca para la Inclusión y la Familia | + posts
  • Profesor de Inglés UMCE
  • Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
  • Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
  • Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger

Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.

Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.

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