Vivimos en un mundo simbólico. La vida y la muerte son parte de nuestro entorno y no solamente, por el mero hecho de que ocurren; también porque están presentes en nuestro día a día y les naturalizamos a medida que avanzamos en este andar llamado existencia.
Mi amigo Sergio murió esta semana. Un soñador de cincuenta y tantos. Un padre, abuelo y emprendedor como varios que planean por el aire en este país a pesar del contexto. La partida de alguien cercano agudiza los sentimientos de pérdida por las conversaciones que quedarán pendientes. Nunca supimos que la última conexión sería literalmente la última.
Y la emoción embarga. Me duelen las manos de no haberlas estrechado. Emociones que están ahí para enseñarnos algo. El dolor nos invita a reconocer la pérdida. Aprender a soltar. Dejar ir aquello que ya no está para nosotros. Y la porfiada vida sigue.
Es simbólico también el despedirse a la distancia. También reconocernos en lo virtual. Sergio fue un amigo que conocí en pandemia. Y nunca lo estreché en un abrazo, pero lo sentí muy cerca. Él era presencia en mi vida y en la de otros.
Entonces te pones a pensar en lo que significa el vínculo; ese lugar o espacio no palpable, pero muy importante para nuestro desarrollo y sentido de pertenencia a un lugar o grupo humano. Es el vínculo con el otro lo que hemos echado tanto de menos en este pandémico devenir de conteo de muertos diarios. Y la porfiada vida sigue.
Entonces enciendes la tele. Los rituales ya realizados. Ya todo ha sido consumado. Entonces vuelves al constante bullicio de la rutina. Esa que se hace pesada cuando te falta algo, alguien.
En la televisión se abre la sesión constituyente. Todo un símbolo aparece de repente: una mujer indígena aparece y toma posesión de liderar un proceso histórico. No deja de gustarme el hecho de ser colegas, ambos profes de inglés. Ambos conocemos la importancia del lenguaje y su poder creador. Y entonces ocurre: una mujer, indígena y ataviada en sus vestimentas de pertenencia. Para algunos “solo una profe”, pero que toma la batuta de este circo democrático que han empobrecido por tantos años para, cual Señor Corales del imaginario colectivo, inaugurar una nueva función, pero esta vez una gala especial: la refundación de la nación. O naciones, llama la atención que hable de naciones.
Para algunos con quienes compartimos nuestros oídos colonizados, puede resultar desconcertante el escuchar una inflexión distinta al canon impuesto y naturalizado del estándar culto y homogenizado del español de las tres comunas. Debe haber causado tirria en algunas personas por ahí.
Me imagino la hervidera de humores y el rechinar de dientes cuando las primeras palabras no fueron para nosotros. Cuando Elisa Loncon se dirigió en mapudungun, inaugurando esta etapa refundacional, hace un llamado que va más allá de lo que podemos comprender: llama a nuestros ancestros, a nuestros olvidados, a nuestros muertos. Allí el símbolo se hace patente: el llamado de Elisa Loncon es a construir “una manera de ser plural”. ¿Cómo se podría rechazar tan bella invitación, cuando no solo me incumbe a mí, sino a quienes estuvieron y a los que vendrán? Elisa le habló a los presentes y a tantos ausentes. A nuestros muertos, los de todos los tiempos. Me emociono al imaginar a Macarena Valdés aplaudiendo a Elisa como la oportunidad que es.
Me imagino también a Abel Acuña o Yoshua Osorio ahí presentes. Me imagino al cura obrero Mariano Puga con su acordeón bendiciendo la fiesta. Me imagino a mi amigo con ojos de incredulidad. Mientras yo vivo para ser testigo de esto. Y la porfiada vida sigue.
Se habla de recordar (pasar nuevamente por el corazón, como decía Galeano) a las víctimas de la violencia de género, a los y las adolescentes, niños y niñas victimas del SENAME. No hay mayor demostración de la sicopática forma de vivir que nos impusieron que la violencia ejercida por el Estado sobre quienes más debíamos proteger.
Elisa también llamó a las víctimas nativas canadienses de la decadencia moral de la institución que debiera ser baluarte del cuidado del otro. El llamado a ser plural, a cambiar el “yo” por el “nosotros” no reconoce fronteras ni tiempos. Es permanente.
El lenguaje construye y crea realidades. No creo error en la elección de Jaime Bassa al hablar de “nosotras”, cambiando el género a lo genérico ¿Alguien se habrá incomodado?
La constitución impuesta a sangre y fuego en los 80 comienza lentamente a morir. Con ello se repara, en parte, la muerte y el legado que marcaba la negación del otro a ser. Esa idea muere al establecer un “nosotros” como objetivo: vamos a pensar, sentir y actuar juntos (juntas, juntes). Y ahí reside en la belleza que nace a partir de lo que ya acabó. La simbólica muerte de aquello que nos hizo mirarnos como amenaza y no como oportunidad. Desearía haberlo compartido con muchos, incluyendo a mi amigo. Pero él ya no está. Es parte de un universo que de repente se abrió para él. Y la porfiada vida sigue.
Entonces miro los ojos de mis hijos que pululan por este domingo de preparativos para la semana laboral y escolar. Los del mayor están aburridos. No entiende porque es importante ver como tantas veces repiten tantos nombres desconocidos. Tiene razón, a los doce años hay cosas más importantes en las cuales pensar. Como los requisitos de la polola que algún día tendrá. Ese día que parece tan lejano por la pandemia y las vidas de pantallas.
Los ojos de Santiago están perdidos en su propio universo autista. Me hace gracia el pensar que mi amigo le está mostrando lo que él está viviendo en ese mismo universo. Por fin se conocieron. Coincidieron en un nosotros que no respeta tiempo ni espacio. Tampoco planos. Los universos puede que se toquen. No tenemos como medir eso por ahora.
Entonces a volver a la rutina de apuros. Mañana es de hacer y construir. Quiero dormirme pensando en esa nueva forma de ser plural. Hay algo que todes debemos aprender: el otro soy yo y tú eres en mí. La vida sigue para los demás. A corto o largo plazo, la porfiada vida sigue. Y debemos seguir por los que estuvieron y por los que vendrán. O sea, por todos… por ese “nosotros”. La porfiada vida sigue y la vamos a celebrar.
Juan José Lecaros C.
- Profesor de Inglés UMCE
- Magíster en Enseñanza del Inglés como Idioma Extranjero (TEFL)
- Magíster en Educación con Mención en Liderazgo Transformacional y Gestión Escolar
- Diplomado en Estrategias de Inclusión Psicoeducativas para niños con Síndrome Autista y Síndrome de Asperger
Es padre de Juan José (11) y Santiago (7). Profesor de inglés por más de 20 años en todo tipo de contextos. Actualmente profesor universitario y supervisor de prácticas pedagogía en inglés.
Desde su experiencia con el diagnóstico de su hijo menor hace 5 años, decide con su esposa crear un lugar para apoyar a las familias y sus procesos dentro del mundo del Espectro Autista. También ha realizado capacitaciones a profesores en materia de inclusión.
Excelente artículo.