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Espectáculo y esnobismo

Llevo aproximadamente seis años dentro del mundo del espectáculo, que no es exactamente una eternidad, pero no me refiero a la televisión, me refiero al mundo que llaman: “Cultural”. Particularmente soy barítono coral, participé de conciertos sinfónicos y de conmemoraciones de “El día de…”, y hay variedad de momentos que me hacen sentir que este mundo es espectacular.

Los ensayos, por ejemplo, que buscan pura calidad para el público o antes de iniciar un concierto, cuando alguien ve por el telón y avisa susurrando al resto: “¡Ya abrieron las puertas!” y todo el mundo se asoma a ver cómo se llenan las butacas y nacen los nervios o al final, cuando alguien se pone de pie mientras aplaude, pero detrás se levanta otra persona y otra, entonces sabes que no es un aplauso protocolar. Alguna vez me pasó que al salir del concierto se acercó una persona emocionada a preguntar el nombre de lo que se tocó o simplemente preguntar cuándo es el próximo concierto, sencillamente gratificante.

Pero por otro lado, también han ocurrido momentos muy similares, de gente hablando conmigo post presentación y aunque fueron conversaciones similares, resultaron ser radicalmente opuestas. Las mismas felicitaciones, sólo que una fue en privado y la otra fue a la vista de todes; en una noté cierta excitación en la voz, en la otra miraban mis prendas. En una me sentí admirado, en la otra fui digno.

Hablemos de solemnidad, que tanto se ve en este circuito. Sobre todo en conciertos realizados en lugares que no sean el Teatro José Bohr, que tiene más capacidad; lugares como la Casa Azul del Arte, la Sociedad de Instrucción Popular, la Universidad de Magallanes, sedes recurrentes de espectáculos culturales y todas son buenos ejemplos de la liturgia, del status quo y del veneno que poco a poco destruye al espectáculo.

Salvo casos muy particulares, todas las palmadas en la espalda y comentarios que recibí en estos lugares fueron estrictamente formalidades y cortesías. Desde el escenario vemos al público (sí, podemos verles) y en ocasiones se percibe su interés y desinterés y aunque el desinterés particular no es en sí lo negativo, porque no tiene nada de malo que no te imbuyas permanentemente en lo que ves o escuchas, todo lo contrario; pero sí es negativo cuando esas mismas personas desinteresadas detienen al grupo completo al finalizar y fingen estar cautivados, a vista del Jet Set, lanzando comentarios objetivos y genéricos que, personalmente, poco me importan.

Entonces quedaba con la sensación de que toda esa conversación estuvo vacía y carente de todo pensamiento, que el momento etéreo que acabábamos de presenciar, tanto el público como les artistas, no sirvió de nada y con una sola duda: ¿Estará toda la audiencia igual de indiferente? ¿Habrá venido toda esta gente para que le vean en el teatro? Sólo puedo pensar en el esnobismo que concurre en torno a la música docta y que es un despropósito, porque no puedo callar todos los conciertos impresionantes que vi (doy ejemplo de cualquier presentación del Coro Opera Estudio, son simplemente increíbles) y que por la difusión excluyente y status de la concurrencia, era casi imposible que alguien ajeno a los asistentes de aquella vez, asistiera.

Me encantaría que la cartelera de espectáculos culturales fuese popular, que tuviera una difusión más accesible y he hecho mis modestos intentos. No estaría mal que estos eventos se consideren “espectáculos”, como cualquier circo o musical sobre hielo y que no respondieran jamás a un enfoque arribista, ni a una exclusividad, ni a un alcance intelectual. Me gustaría que disminuya la solemnidad, porque es solo un concierto (y he visto desde Queen sinfónico hasta El Galeón Español, no siempre es Beethoven).

Me apenaría sobremanera que músicos se perdieran entre cortesías, caballerosidades y cumplidos de la boca para afuera, entre rutinas de fotografías para el periódico y apretones de manos insignificantes. Sería una lástima que estas instancias se terminen usando para ostentar una supremacía, para inflar el ego o para excusar encuentros políticos, porque envenenan el arte, nos envenenan a los artistas y también al público nuevo e interesado. Alejan a las familias de les músiques que van a verles, a las juventudes y lo hacen sin ninguna necesidad de arrastrar la “Cultura” a ese abismo.

Nuestros shows no se oyen necesariamente con ropas formales, ni con un libro en la mano, ni siquiera con total atención. Habrá partes que ames y partes que no, canciones fascinantes y otras que no, así es la música y así es el espectáculo.

Fotografía principal: Akin Barría.

 

Trashumancia
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