Detalle de imagen destacada: Mercenarios de Julio Popper disparando. En el suelo se observa el cadáver de un selk’nam.
Punta Arenas, ciudad capital de la Región de Magallanes, (Chile), suele vivir en verano una intensa actividad turística. Muchos extranjeros y compatriotas caminan por sus calles y compran souvenirs en su Plaza de Armas. Enfrente se alzan palacios de estilo neoclásico, cuyas fachadas de grandes ventanales y barroca albañilería despiertan el asombro de los visitantes, que no imaginaban ver en estas latitudes construcciones dignas de cualquier capital del Viejo Continente. En el Monumento a Hernando de Magallanes, que ocupa el lugar central de la plaza, una de las figuras de bronce que la adornan concita especial atención. Se trata del “Indio Ona”, conocido por la costumbre de besar o frotar el pie por parte de los visitantes, lo que aseguraría un futuro regreso a la zona según un viejo mito urbano.
Miremos de nuevo y con más atención. Veremos a turistas comprar estatuillas de figuras enmascaradas pintadas de gris, negro y rojo. O postales con fotografías en blanco y negro que muestran individuos con sus cuerpos pintados, casi fundidos con el bosque, atravesando el tiempo con su mirada inescrutable. Esos hombres, fantasmas residuales de una cultura reducida a souvenirs y a alguna toponimia en los mapas de la región, fueron reales y tenían un nombre.
Los Selk’ nam, cuyo nombre se ha traducido como “Clan de la Rama Separada”, fueron un pueblo que habitó las pampas y bosques de la isla Grande de Tierra del Fuego por lo menos unos 9.000 años. Eran cazadores recolectores que dividieron el territorio insular en una treintena de territorio de caza (“haruwen”), divididos en clanes completamente autónomos y sin jamás someterse a un solo liderazgo. Su arma era el Arco, el cual manejaban con maestría al ser entrenados para ellos desde la infancia. La sencillez de su vida material, anclada en la tecnología del Paleolítico, contrastaba con su compleja cosmogonía, una de la más rica de los Pueblos Originarios del continente y expresada en el complejo ritual del “Hain” (iniciación a la adultez de los varones), así como en su aún no completamente descifrado lenguaje de pinturas corporales.
La mayor parte de lo que conocemos de su vida cotidiana y espiritual lo sabemos gracias a la labor de personajes como el sacerdote austríaco Martín Gusinde, cuya monumental obra “Los Indios de Tierra del Fuego” sentó las bases de futuras investigaciones, como las de la antropóloga norteamericana Anne Champam y el periodista magallánico Carlos Vega Delgado, debiendo añadirse además las filmaciones del sacerdote Alberto María de Agostini, que ya los retrata en un avanzado estado de transculturización. Los Selk’ nam fueron un pueblo que alcanzó a estudiarse antes de su desaparición como individuos portadores de una cultura propia y original. Pero cuanto conocimiento, cuantos mitos y expresiones artísticas se perdieron para siempre, eso no lo sabremos jamás.
Volvamos a la Plaza de Armas de Punta Arenas. Cerca del Monumento a Hernando de Magallanes y mirando hacia lo que fue su mansión, se encuentra emplazado un busto dedicado a José Menéndez. Una calle cercana, de las más importantes de la ciudad, lleva su nombre desde la Dictadura, por gestión de su nieto y por aquel entonces director de la DIBAM Enrique Campos Menéndez. Pero, ¿quién fue este magnate de origen asturiano, que llegó a ser conocido como “El Rey de la Patagonia”?
José Menéndez emigró a los 14 años de su Asturias natal hacia América, huyendo de un destino seguro de pobreza y anonimato. Como muchos de sus compatriotas en el Nuevo Mundo, se dedicó al comercio. Pero su gran ambiciónno le permitió permanecer mucho tiempo ni en Cuba ni en Buenos Aires. Fue la lejana Patagonia, un territorio situado en las márgenes del llamado “Mundo Civilizado”, la tierra que explotó para acumular una de las fortunas más grandes que han existido.
En 1876 se introdujo en el negocio de la ovejería, trayendo ganado desde las islas Malvinas/Falklands y construyendo la estancia San Gregorio. En 1892 compró el vapor Amadeo, iniciando así su expansión naviera. En 1883 se integró como accionista a la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, con una participación cada vez mayor en este verdadero imperio que se extendió por toda la Patagonia Chilena y Argentina. En 1907 se asocia con su principal competidor y yerno, Mauricio Braun y funda la Sociedad Anónima Ganadera y Comercial Menéndez Behety. Muchos años después de su fallecimiento, en 1960, se liquidaron gran parte de los bienes de esta sociedad y se dio origen a la cadena de supermercados “La Anónima”, con presencia en toda la Patagonia Argentina hasta Buenos Aires. Cuando yo era un niño vi varias veces el retrato de José Menéndez en un lugar muy visible en la sucursal de Río Gallegos, como una suerte de ícono religioso. Hace años que ya no está. Recuerdo que al preguntarle a mi padre por esa ausencia, me contó que en esa ciudad argentina se decía que “Punta Arenas era la Cueva de los Ladrones”. Claro, Río Gallegos no tiene palacios y ya no homenajea a la casta de comerciantes que, con vínculos casi dinásticos, llegaron a ser dueños de tierras y vidas al sur del Río Negro, aplastando a sangre y fuego por medio del Ejército las Grandes Huelgas que sacudieron a la provincia de Santa Cruz en 1921.
Pero los obreros chilotes no fueron los primeros en caer. Los Selk’nam resultarían diezmados mucho antes por esta gran maquinaria, que instaló la Revolución Industrial tal como se había hecho en otros territorios fuera de Europa, con un desprecio absoluto por sus habitantes originales.
Al establecerse la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego y dividir con alambrados sus antiguos “haruwen”, los selk’nam se vieron repentinamente invadidos y privados de su principal sustento, el Guanaco. En su desesperación, comenzaron a cazar ovejas, animales a los que no veían como propiedad ajena al no existir ese concepto en su cultura. Fue allí en que se decidió, en alguna reunión sin actas ni nombres de los participantes, su exterminio. El brazo ejecutor de José Menéndez fue un escocés llamado Alexander McLennan, apodado “Chancho Colorado” por su aspecto sonrosado y cabello pelirrojo. Se le atribuye una muy explícita frase sobre la solución al problema que representaba la presencia de indígenas en los predios: “mejor es meterles una bala”. Hombre de temperamento violento, se le suministraban desde el continente verdaderos cargamentos de whisky para mantenerlo en un estado de verdadera psicopatía. Se le ha vinculado con masacres como la del Cabo Peñas, donde en una emboscada asesinaron a 17 indígenas entre hombres, mujeres y niños. O la de la playa de Santo Domingo, donde una tribu entera fue fusilada luego de ser engañada con un falso acuerdo de paz y emborrachada con vino. También se le atribuye la autoría intelectual del envenenamiento con estricnina de una ballena varada en Springhill, que habría producido la muerte de cientos de indígenas que comieron de su carne.
Fue él, bajo órdenes directas de José Menéndez, el que implementó el pago de una libra esterlina por cada oreja de indígena. Pero al comenzar a capturarse a hombres desorejados, pero vivos, comenzó a exigir cabezas o genitales como prueba. Con verdaderos escuadrones, persiguió con perros hambrientos a los selk’ nam que huían cargando a sus hijos, hacia los bosques del sur de Tierra del Fuego. Traten de imaginar por un momento la angustia y el terror de esos padres.
La Iglesia Católica y su representante local Monseñor José Fagnano inicialmente denunció estas prácticas, pero finalmente terminó haciéndose parte de la estrategia de despoblamiento de Karukinka, al albergar a los sobrevivientes selk’ nam en las misiones de San Rafael (Isla Dawson) y La Candelaria (Río Grande) que fueron deportados por los ganaderos. Al contagiarse los refugiados con enfermedades para las cuales no tenían defensas, producto del hacinamiento y la donación de ropas infectadas, morirán a un ritmo pavoroso. La Iglesia terminará por sumarse al silencio oficial sobre el genocidio de los Selk’ nam.
El juez Waldo Seguel siguió un sumario entre los años 1895 y 1904, que probó que las cacerías perpetradas en Tierra del Fuego no eran un mito popular y que las capturas de indígenas para ser esclavizados en Punta Arenas contaron con la complicidad de las autoridades locales. Pero finalmente solo se culpó a algunos empleados, los cuales quedaron prácticamente libres a los pocos meses. Los autores intelectuales de este exterminio, José Menéndez, Mauricio Braun, Rodolfo Stubenrauch (quién llegó a ser alcalde de Punta Arenas) y Peter H. Mac Clelland (Presidente de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego) nunca fueron procesados. Alexander McLennan se jubiló y en agradecimiento José Menéndez le regaló un valioso reloj de oro. Cayó en el alcoholismo y terminó como indigente en las calles de Punta Arenas, solo y gritando en su delirio “¡Ahí vienen los indios!” Por su parte, José Menéndez ve como su imperio comienza a ser disputado por sus hijos, quienes terminan apartándolo de todo cargo directivo. Muere en Buenos Aires en 1918 y sus restos descansan hoy en el Cementerio de Punta Arenas, en el mausoleo más imponente y fotografiado del camposanto.
Magallanes sigue viviendo a la sombra de José Menéndez y otros empresarios de la época. A la sombra de sus palacios, de sus panteones y de su imagen de emprendedores y “civilizadores”, construida por sus descendientes y por quienes adhieren a esa visión. Y también de la actividad económica que fue echada a andar en esos días. Pero las pruebas de que en Magallanes se cometió un etnocidio continúan acumulándose. Ya a principios del siglo XX el libro “La Patagonia Trágica” del periodista argentino José María Borrero había denunciado estos hechos, lo que significó que muchos ejemplares fueran comprados y quemados. Publicaciones más recientes como “La Cacería” (Pavel Oyarzún, 1989) y “Vejámenes inferidos a Indígenas de Tierra del Fuego” (Carlos Vega Delgado y Paola Grendi, 2002) han contribuido desde la poesía y de la historia a romper un silencio que ya se había prolongado por casi un siglo.
Hoy son los libros “José Menéndez: El Rey de la Patagonia” y “Selk’ nam: Genocidio y Resistencia”, del investigador español José Luis Alonso Marchante, los que ha puesto nuevamente en el debate el tema del Genocidio Selk’ nam y el homenaje a sus autores intelectuales que aún se rinde en nuestra región. Haciendo eco de la información aportada por la primera de estas publicaciones, el diputado Gabriel Boric ofició al alcalde de Punta Arenas Luis Emilio Bocazzi acerca de la necesidad de cambiar el nombre a la calle hoy llamada “José Menéndez” y de remover el busto instalado en la Plaza de Armas. No hubo respuesta y sí críticas de los comerciantes del sector. Y el tema no se volvió a tocar hasta el Estallido Social, cuando el busto fue arrancado de su pedestal y depositado a los pies del indígena del Monumento a Hernando de Magallanes. Hoy la pieza se encuentra guardada y hasta el momento no se ha anunciado ninguna reinstalación.
Asimismo, fue centro de la polémica el destino del monumento al juez Waldo Seguel, removido por obras en la Avenida Colón. Esta medida fue respaldada por organizaciones Indígenas y de Derechos Humanos, que señalan a Waldo Seguel como facilitador de la impunidad de estos crímenes. Otros sectores reaccionaron en contra, tanto interponiendo acciones legales como llamando a campañas para restituir dicho monumento en su emplazamiento original (o en su defecto en terrenos del Poder Judicial).
Lo más importante hoy es repensar nuestra idea del pueblo Selk’ nam como un pueblo “extinto”. Porque fue diezmado casi hasta la desaparición física, pero dejó una descendencia que se concentra en Río Grande (Tierra del Fuego Argentina), que ha dado forma a una comunidad llamada “Rafael Ishton”. En torno a ella han trabajado en el rescate de lo que se conserva de su cultura y obtenido el reconocimiento del Estado Argentino. En ese sentido, más allá de discusiones de corte antropológico sobre si la falta de continuidad cultural y lingüística lo impiden, ciertamente estamos ante la lucha de un grupo humano por reconocer sus raíces y relevarlas. Más complejo resulta el caso de la comunidad “Covadonga Ona”, un grupo de personas principalmente residentes en Santiago que alegan ser descendientes de Selk’ nam, cosa que prácticamente ningún antropólogo nacional reconoce. A pesar de ello, han llevado su reclamo de reconocimiento como “pueblo indígena” a instancias del Gobierno y del Parlamento.
Todo esto me lleva a pensar en lo que entendemos como Patrimonio, tanto en su importancia como en el mensaje implícito que este porta. Entendemos los monumentos y los nombres de calles como homenajes a quienes han contribuido no solo a la vida material de una región o un país, sino que también a quienes sirvan de ejemplo y de inspiración para nuestras propias vidas. Es evidente que los valores que regían la vida de principios del Siglo XX no son exactamente los mismos que los actuales, pero quienes dicen que “se debe entender el contexto” olvidan (o eligen olvidar) que los crímenes antes citados fueron condenados por políticos, periodistas, sacerdotes y policías de la época. Actualmente hay un cuestionamiento a nivel mundial al Capitalismo que se desarrolló justamente desde esos años, a la desigualdad resultante y a sus efectos sobre los sectores más vulnerables. Lo que sucedió en Magallanes también sucedió en otros lugares de América, África, Asia y Oceanía, donde pueblos completos fueron arrasados en nombre del Progreso. Una idea que ha perdido su sentido, en un mundo donde la alta tecnología convive con la miseria y la concentración económica no para de crecer.
En toda sociedad joven y fronteriza como la magallánica se cultiva una exaltación a la figura del “Pionero”. No precisamente la del inmigrante que muere tan pobre como llegó o que alcanza una modesta prosperidad en su nuevo hogar, sino la del “Emprendedor” que transformó “el desierto en un jardín”, el que llenó nuestras calles de hermosos edificios y trajo la “prosperidad” al Confín del Mundo. Esa es una visión romántica y simplificadora, que poco tiene que ver con todas las circunstancias que rodean la formación de una sociedad colonial, encabezada de manera opresiva y muchas veces violenta por una élite local.
Pero en algún momento esta sociedad deberá madurar y asumir todo lo bueno y lo malo que le dio forma. Y ese “asumir” incluye el bajar del pedestal lo que ya no nos inspira veneración ni debería constituir ejemplo para nuestra actual sensibilidad y escala de valores.
El Presidente Salvador Allende, desde un Palacio de la Moneda en llamas, dijo: “La Historia es nuestra y la hacen los Pueblos”. Esa rotunda y concisa frase encierra una propuesta y un desafío: el cómo emanciparnos de las visiones impuestas por fuerzas que silenciaron cualquier otra versión del pasado. El cambiar el nombre a una calle o desmontar un monumento no cambiará realmente la historia y sus hechos concretos. Lo que cambiará es algo más importante: nuestra valoración pública de ellos, que es lo que terminará dando forma a nuestro futuro. Hacer ese cambio y el esfuerzo que implica es el mínimo homenaje póstumo que podemos hacer a hombres, mujeres y niños, descendientes de una estirpe milenaria que fueron hechos desaparecer de la manera más cruel, negándose su obvia condición de Seres Humanos. Y sería un poderoso mensaje para las nuevas generaciones de magallánicos, a las que debemos educar en el respeto intercultural y en la defensa de los Derechos Humanos, para que estos primen siempre por sobre cualquier otro interés político y económico. Porque más importante que el patrimonio material es nuestra ética y nuestra memoria.
A modo de conclusión, termino con una estrofa de una canción que grabamos con el dúo LLUVIA ÁCIDA hace más de una década y que creo representa plenamente el sentir aquí expresado.
“Las sombras del ayer no nos dejan crecer
y la nostalgia es un ancla fija en la eternidad
Los palacios y tumbas adornan una ciudad
habitada por hombres y no por los recuerdos
Ecos de años dorados, espejismos del poder
bajo esa tristeza espera nuestro presente…”
Rafael Cheuquelaf Bradasic
Periodista, fotógrafo e integrante del dúo electrónico magallánico LLUVIA ÁCIDA. Encargado de Artes y Culturas de la Universidad de Magallanes.