Navegando por las redes sociales, me suelo encontrar con una serie de publicaciones de distintas compañeras y compañerxs, las que sigo atenta, porque una es de las que cree que hay que estar al tanto de lo que hace lx otrx. Para aprender, para dialogar, para debatir, en fin.
Y en este mar (o esta mar, como diría mi abuelita), una distingue verdaderas carreras realizadas con el título “feminista”. De pronto, todo es feminista, hasta “emprendimientos” lo son. Y pienso: ¿qué implica aquello? Ay…, pero en principio, un poquito de contexto…
El 2018 resultó un año inolvidable para muchxs, fue, por qué no decirlo, una especie de preludio de lo que ocurriría en octubre de 2019 y el lema: “Chile despertó”. El 2018, fue el año, en donde masivamente la sociedad supo que todxs nuestrxs compañerxs de las mariconadas, mujeres, incluidxs nosotrxs mismxs, habíamos sufrido algún tipo de violencia sexual, que no es otra cosa, que violencia política. Fue el año en donde se desarrolló el llamado «Mayo Feminista», el cual vino a remecer toda la estructura patriarcal que apoyada en la heterosexualidad como régimen, se vuelve toda una heteropatriarcal anquilosada en las prácticas más cotidianas de las personas; específicamente, allí en donde el poder de algunas sobre otras, las hizo abusarles hasta que el grito cortó el aire ahogado del pacto de silencio.
Fue así como desde liceos y universidades en paro y toma, las mujeres y mariconadas varias, gritaron no más acoso, no más abuso ni violaciones. Lo que fue emulado por mujeres del mundo de las artes y espectáculos: famosas fueron las denuncias en contra del director de teleseries, Herval Abreau o del cineasta, Nicolás López. Estos casos evidenciaron que heteropatriarcado, machismo, feminismo, entre otros, habían desbordado los círculos feministas, convirtiéndose en discusiones sociales. Un antecedente que sirve para comprender la masividad de la última huelga pre pandemia del 8 de marzo de 2020.
Ciertamente, la ya denominada «Cuarta Ola Feminista» (no me gusta el término, porque me parece muy de las Europas), no era una cuestión propia de Chile, sino que obedecía a un fenómeno de carácter mundial. Es así como aparecen los ejemplos de la campaña «Me too», o el «Ni Una Menos» que, el 2016 generó marchas masivas a nivel internacional. Nacida en Argentina, mismo país que, en el 2018, vio emerger con arrolladora fuerza, a la llamada «Marea Verde», por el aborto libre, legal, seguro y gratuito.
Tal escenario, ha obligado a las izquierdas y, en general, a todo el espectro político, a reaccionar. Desde oprobios, como el del Partido Nacional que en 2019, escribió en algunas estaciones del metro de Santiago, nombres de mujeres ligadas a la derecha y a la dictadura, como Cecilia Bolocco y Lucía Hiriart, en respuesta a la misma acción llevada a cabo por compañerxs de la Coordinadora 8 de marzo, pero con nombres de mujeres feministas y activistas feministas disidentes sexuales. O la delirante portada de La Segunda, de ese mismo año, con Jacqueline Van Rysselbergue, tomando las banderas del feminismo.
El llamado feminismo, se constituía así, en toda una revolución que no necesitó de otra cosa que evidenciar las violencias en contra de cuerpos feminizados por la masculinidad hegemónica heteropatriarcal, para provocar que esta sociedad, se resquebrajara. Porque lo que les gritamos con mucha fuerza, fue que su sociedad era violenta y que ya no estábamos dispuestxs a soportarle. Y ellos ya no podrían continuar defendiendo lo indefendible.
Hoy en donde asistimos a crisis político-institucionales en todo el mundo, y por qué no decirlo, a una crisis civilizatoria de una modernidad que zozobra en su propio origen patriarcal y colonial, y viceversa. El feminismo o más bien, las corrientes feministas, en general, siguen contribuyendo a pulverizar el impuesto contrato social que nos convierte en ciudadanos y con ello, nos hace fijar nuestra confianza en un Estado que nunca nos protegió. Dado que han puesto en tensión una serie de instituciones funcionales a este contrato que han invisibilizado y sometido a las mujeres, como el matrimonio o la maternidad. Así como en cruces con corporalidades no acogidas en principio por este gran ismo, han podido poner en tensión el relato colonial de la invisibilización de las mariconadas, llevando a exponer la ficcionalidad del binarismo colonial hombre/mujer.
Es decir, aquellxs seres: mujeres y mariconadas, hipersexualizadas, borroneadas, violentadas por la heteropatriarcal colonial modernidad nos hemos puesto al centro de su orden civilizatorio. Aquello, es revolucionario. Porque sí, una revolución y muchas a la vez ya están ocurriendo, solo que no desde el relato heteropatriarcal de la ética de la guerra.
No obstante, a la vez que esto ocurre mediante un cuestionamiento a nuestras maneras de relacionarnos, de organizarnos, de querernos, de destruirnos, etc. Son prácticas, a mi parecer, profundamente revolucionarias: éticas de cuidado que van desplazando una totalitaria ética de la guerra. De ahí que los liderazgos construidos desde la masculinidad hegemónica estén impugnados, a la vez que en este constructo circular, lo vertical vaya debilitándose cada vez más.
Pero, al mismo tiempo que estos cuestionamientos profundos remecen al Orden Heteropatriarcal que configura y controla nuestras vidas, también las cooptaciones hacen lo suyo, a través del infalible truco de la inclusión: diputada mujer feminista, policía travesti ¿Incluirnos en qué, mi niña? ¿Incluirnos en qué?
De ahí, aquella que hace carrera académica como feminista, más que por la especialidad, me parece tan naturalizado como problemático. Pues habla desde el feminismo con las herramientas de una academia que nació precisamente para evitar la disrupción. Ciertamente, tensionar e incomodar, como lo hacen muchxs compañerxs, es del todo necesario en los espacios. Pero al volverlo una carrera, transforma al feminismo en un diploma al cual se ha de llegar mediante una nota que te la pone aquella academia que arrasa con todo lo que no pueda absorber, porque así funciona eso que llaman Patriarcado.
Me resulta problemático sobre todo, porque va en la misma línea del activista de ong lgbti. Quien se ha de esmerar en robustecer lo identitario en función de obtener el fondo para su organización trans sin fines de lucro: pero recuerda amigue, debes comprobar que eres trans, obteniendo el certificado desde el Santo Tribunal Identitario. El feminismo se vuelve una identidad de género, fíjate ¿Tú ERES feminista?
Entonces, en algún momento, Lilit Herrera era activista transfeminista. Y de pronto Lilit comenzó a publicar columnas, textos varios, libros, bajo el sello de activista transfeminista ¿Y Lilit es travesti, es mujer? Lilit es activista y transfeminista. Un horror de proporciones a mi parecer, pero que ahí nos tiene: en lugares de Poder, finalmente. De pronto, LA VOZ AUTORIZADA, de pronto, EXPERTA EN GÉNERO. Y de ahí, la diputada feminista.
Comprendo la necesidad de enunciarse cuando implica una autodeterminación propia, colectiva, desde la incomodidad. Pero hacerlo para el título profesional, lo pone en mi opinión, en el mismo nivel banal de lo que algunas han llamado “Feminismo Pop”, y aunque el término me cargue tanto, niña; porque una como buena maricona movió la cuerpa con pop, lo empleo solo porque a través de éste se hace evidente esa figuración a lo Denisse Rosenthal, tan cómoda promocionando un celular. No la invalidaré, pero me parece muy sintomático de los tiempos actuales, en donde el retail ya tiene listas sus zapatillas para las buenas feministas; las malas… ésas escriben libros autobiográficos, obvia. Y feministas en femenino, porque todAs son mujeres nacidas mujeres, doble obvia.
Pero el problema no queda allí, sino que más bien nos desborda, se nos cuela y de pronto, le jugamos a “lx emprendedorx” (¿comprendemos realmente el rol que juegan lxs emprendedorxs en este Orden?). La autogestión, a mi parecer, transita o yo la entiendo en un lugar muy alejada de la chapa anterior. Pero ya sea en el emprendimiento o en el ejercicio autogestivo, me pregunto: ¿es siempre necesario plantear feminismo en cada frase que se diga? ¿Por qué es importante que una tienda de tatuajes se apellide feminista? ¿Es que acaso, lo convertimos desde el discurso en una especie de lugar seguro? ¿Es que asumimos que en una tienda feminista no seremos violentadxs? ¿Qué lo garantiza? ¿Hay una promoción al respecto, tipo: si te haces dos tatuajes no te llamaremos por tu nombre legal? ¿Algo así? Imagino que cualquier profesional egresado de ingeniería comercial se queda pasmado, ante la nueva carrera feminista.
Entonces, las preguntas anteriores, me llevan a otras crudas, pero anuncio de antemano que no me disculparé por plantearlas. Seriamente, ¿el “emprendimiento feminista” de calcetas, no espera vender más al enunciarse feminista? Yo sospecho que sí, pero, ¿se asumirá?
¿Se asumirá que el “feminista” puede atraer más público para una rutina de cualquier tipo? ¿Es necesario que cada rutina lleve este apellido? ¿Cuál es el feminismo que va en el show? ¿Basta hablar que mujeres, que lesbianas, que lxs no binarixs y ja ja ja? ¿No se vuelve esto una especie de marca comercial? A mi parecer, evidentemente sí. Carrera no deja de hacerse nunca, ¿verdad?
Que no se me mal entienda, no planteo que no haya que enunciarse feminista; pero en mi opinión, si no es desde la incomodidad, problematización, etc. No le veo otra posibilidad que la de obtener réditos que contribuyan a darnos un diploma. Uno, que es una marca comercial y a la vez, un slogan que hasta en el lienzo se desdibuja. Quien quiera aquello, pues que lo obtenga si así se desea, pero ojalá todxs sepamos que si continuamos en la vereda de jugarle a la marca, de pronto, el tener un conglomerado de empresas feministas, precarizando la vida de otrxs, no será una fantasía delirante de quien termina de escribir este texto con un compañero gato llamado Gufi al lado.
-Gufi, ¿tú qué entendí por feminismo?
-Meow
-Y sí, querido: a veces quisiera que fuera tan simple y complejamente un “meow”.
Lilit Herrera Contreras