El ser humano que cree, con total certeza, haber habitado su último segundo de tiempo terrenal y vive ese sentimiento con total entrega, generalmente, manifiesta, después de esta experiencia, que ha retornado a la vida y, por ende, asegura que estuvo muerto o por lo menos que iba en vías de estarlo y algo lo condujo de regreso a su estado de consciencia más usual y conocido; y despierta pasmado y, casi siempre, agradeciendo la nueva oportunidad. Una experiencia de este tipo, convierte a quien la vive en un supuesto puente informativo entre nuestro mundo perceptible y el que especulamos que existe después de desencarnar. Debido a que el misterio es atrayente, todos queremos saber, qué sintió, qué vio, cómo lo ha marcado esta supuesta vivencia. Quedamos fascinados con las posibilidades, pero, a pesar de lo seductor, que pueda resultar el tema, pocos de quienes aún estamos vivos, tenemos ansias de emprender el viaje final, aunque nos hablen de reencuentros o lugares ideales. En forma colectiva, estos casos son denominados “encuentros cercanos con la muerte”. Más allá de la anécdota, creo que cabe reflexionar acerca de lo contrario. Es decir, qué pasa con nuestros encuentros cercanos con la vida ¿Vivimos intensamente cada buen momento? ¿Tenemos consciencia del misterio que envuelve a la vida? ¿Logramos maravillarnos con los componentes del Universo? ¿Sentimos verdadero agradecimiento por las cosas positivas que tenemos? ¿Logramos identificarlas? O la rutina, con su manto tejido de puntos invariables, ha cubierto nuestros días de un hastío previsible y por ello ya nada logra encantarnos.
No todo lo agendado en el día a día es un deleite o mueve a fabulosas aventuras llenas de expectativas, eso es verdad. Negarlo sería iluso y falso, pero a pesar de lo tediosos que nos parecen algunos quehaceres, quizás, sería posible, intentar reencantarnos, al menos, con algunos aspectos de nuestras labores. Citaré aquí algunas posibilidades: la naturaleza que aún vemos en nuestro entorno; tal vez con el árbol, que nos acompaña desde el otro lado de la calle, maquillándose de diferentes tonos de acuerdo con la estación; con los pequeños placeres del día, por ejemplo, con la sensación tibia en nuestras manos al tomar el tazón que cobija al té que bebemos, con el aroma del pan, del café o nuestra loción favorita, con el agua a la que tenemos acceso, con solo abrir una llave, con los zapatos que podemos calzar durante nuestros traslados, con algo que nos llega a través de los sentidos y nos hace viajar a un dulce recuerdo.
Sé que parecen situaciones triviales, pero, sin ánimo de ser dramáticos, podemos decir que el análisis lleva a saber que, con seguridad, hay muchos que quisieran poder trasladarse, como lo hacemos nosotros, pero una enfermedad se los impide. Otros que añoran una bebida caliente y están en un escenario en que algo tan simple, como un tazón de té, se ha convertido en un lujo imposible. Abrir una llave, dentro de casa, y que brote agua, no es algo a lo que todos tengan acceso. Mientras algunos podemos hacerlo, hay seres de todas las edades, viviendo en condiciones más que precarias, que deben recolectarla en lugares inadecuados y salvando, en no pocas ocasiones, grandes obstáculos. Se pueden mencionar muchos casos. Las comodidades que percibimos, inconscientemente, como garantizadas pueden abandonarnos en cualquier momento; un desastre natural, una enfermedad o cualquier hecho catastrófico puede llevarnos, en cosa de segundos a una vida muy diferente a la que tenemos actualmente.
Todo lo que vivimos, cada acto, o casi todos, pueden tener dos o más lecturas. Como finalmente, la vida es, solo una película interna, tamizada por criterios forjados por nuestra historia, cultura, creencias, etc., podríamos, desde las limitaciones, que todos tenemos, decidir a qué le pondremos destacador dentro del guion aplicado a nuestra existencia. Si decidimos ir más atentos, más agradecidos, más conscientes de las diversas realidades alojadas en el planeta Tierra y también del cambio perpetuo que, finalmente, vuelve todo incierto, tendremos muchos más encuentros cercanos con la vida, teniendo siempre presente la convicción de que, ineludiblemente, llegaremos a un encuentro definitivo con la muerte.
Fotografía de Ron Lach
María Alejandra Vidal Bracho
Pintora naif y escritora chilena nacida en la ciudad de Punta Arenas, Magallanes. Su trabajo literario se desarrolla a través de poemas, cuentos y reflexiones, relacionados con los sentimientos e ilusiones propios del ser humano.