(Dedicado a Lautaro Raimundo)
Es bello despertar al compás del sonido de unas pisadas acolchonadas, que se acercan a uno, escoltadas por una colita que se mueve en loco vaivén para saludar con una naricita fría y húmeda, coronada por ojos llenos de simplicidad. Quien ha compartido, parte de su vida, con un buen perro, conoce lo que es el amor. Para los perritos, en el diario vivir, nuestra llegada, siempre es una fiesta, saltan y corren felices por el encuentro, somos su mayor alegría, su persona favorita, y acurrucados en nosotros su dicha es total; si estamos contentos, se alegran, si estamos enfermos, lo entienden, si los regañamos, nos perdonan y no nos guardan rencor alguno; si habitamos una casa fabulosa y luego, por algún infortunio, en una casa en ruinas quedamos, ellos nos siguen amando a pesar del rotundo y desfavorable, cambio de escenario.
La vida de los perros es corta y quizás está bien que sea así; con un poco de suerte, sus padres humanos pueden cuidarlos durante toda su existencia terrenal y a pesar del dolor de la separación al final de sus días, tendríamos que quedarnos con la paz de la tarea cumplida. No es fácil vivir el momento en que debemos despedir a una mascota, la separación es demasiado dolorosa y nuestro mundo cambia para siempre, porque ahora falta un actor en nuestras vidas y todo lo vivido junto a este amado pequeño ser se tiene que transformar sólo en un recuerdo; sus travesuras, su mirada, la contención dada en los momentos difíciles, su cariño entregado sin pedir nada a cambio.
El amor de los perritos es un amor que, en una relación, sí cumple con ser fiel en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza y nos aman todos los días de su vida hasta que la muerte nos separa de ellos. Todo lo que ven nuestros ojos y lo que experimentamos en este plano de la vida, viene desde el vacío inteligente y creador, a ese mismo vacío van, con seguridad, de regreso nuestros amados perritos fallecidos y ojalá el día en que seamos nosotros quienes debamos partir hacia ese vacío, los encontremos ahí, esperando, como antes, nuestra llegada y vivamos, otra vez, la dicha de verlos correr a nuestro encuentro, moviendo la cola y saltando de alegría, por el sólo hecho de vernos y así podamos nuevamente abrazarlos y en sus tiernas pupilas reflejarnos.
María Alejandra Vidal Bracho
Pintora naif y escritora chilena nacida en la ciudad de Punta Arenas, Magallanes. Su trabajo literario se desarrolla a través de poemas, cuentos y reflexiones, relacionados con los sentimientos e ilusiones propios del ser humano.