En el 2018, en Chile, asistimos al llamado Mayo Feminista, en un contexto de movimientos internacionales como el “Me Too” o el “Ni Una Menos” nacido en Argentina, heredando también arduas décadas de reflexiones y lucha en el propio país.
Ciertamente, el grito de “No es No”, constituyó un emblema que apuntaba a un no más frente a las violencias sexuales en contra de mujeres y disidencias sexuales, a la vez que implicó un punto de inflexión para poner al centro el horror del Patriarcado sobre los cuerpos feminizados.
En ese 2018 abundaron paros, marchas y tomas feministas, dentro de las cuales no solo había mujeres, también habitaban una serie de corporalidades no alineadas con la heteronorma: las llamadas disidencias sexuales.
Fue interesante constatar que Disidencia Sexual, había pasado de un constructo teórico-práctico que venía a poner en cuestión todo el Orden Establecido (no solo lo identitario) o al menos eso creía yo, a una identidad de género.
Fue para mí, fue esta la primera señal de un ruido que no dejaría de molestarme hasta que se me hizo evidente que ya no había ninguna posibilidad que disidencia sexual no fuera una performance pagada. La disidencia se transformó en una performance auspiciada por una marca. A veces Corona, a veces París.
Sin duda, brutal. Toda vez que, en estos territorios, ocurrió la primera manifestación registrada de prostitut@s, travestis, maricon@s, el 22 de abril de 1973. La cual, a diferencia del movimiento gay (no es lgbti, es gay), no buscaban la decencia higiéncia de la gaycidad, ni pedían casarse, sino que exigían poder trabajar y vivir tranquil@s, sin persecuciones ni torturas. Una manifestación sin permiso, protagonizada por las parias de una sociedad profundamente heterosexual y homo-lesbo-trans odiante.
Una población excluida que se apoderaba de las crónicas de Lemebel y de las mismas performances de Las Yeguas del Apocalipsis, de El Che de los gays o Hija de Perra, por mencionar algun@s. Sin duda, la Disidencia Sexual en estos territorios, no puede comprenderse sin señalar, al menos, estos referentes como un primer lugar de enunciación y existencia. Son cuerpos, experiencias y discursos como éstos, fuente primordial de la Disidencia Sexual en Chile. Existencias que pululaban por los márgens sin necesidad de ser aceptad@s, sino que desead@s; parafraseando a Néstor Perlongher.
Porque la Disidencia Sexual, a diferencia de la Diversidad Sexual, no operaba desde la lógica de la inclusión en la que sí lo hacía esta última. Buscaba romper con cuestiones que hoy reivindica, como la familia disfrazada de familia diversa. Porque bebía también de los feminismos entendidos como radicales, muy especialmente de los lesbofeminismos.
De ahí, su relación con el colectivo de lesbianas y feministas, Ayuquelén. Cuya existencia fue gran impulsora de una serie de colectivos lesbofeministas en Chile, que a su vez se constituyeron en un gran sustento teórico y de lucha para la disidencia sexual que como un concepto se viene a mencionar en los primeros años de la década del 2000.
Importante indicar que otra fuente de la cual se nutría lo comprendido como disidencia sexual, correspondía a la Teoría Queer. Esta permitió avanzar de la diferencia sexual propia de un feminismo de mujeres, a una multitud de existencias. No obstante, Teoria Queer no era, ni es, ni será eso denominado Queer, lo que además de un insulto en lengua anglosajona, englobaba una serie de no identidades, de existencias, de prácticas que no comulgaban con el sistema hegemónico: ni ciudadanía, ni decencia. Tristemente, se decidió mirar para otra parte.
Siempre, sobre todo para los activismos universitarios y luego ciudadanes y militantes político-partidistas, se trató de una performance con brillos y tacos. Esta superficialidad tan glamourosa era un contrasentido respecto de la propia protesta queer, porque el paria jamás comporta glamour.
La disidencia sexual, excedida en performances auspiciadas -a ratos en exceso de performance- en donde quién tiene el mejor maquillaje se transforma automáticamente en influencer y activista representante de los dolores ajenos, solo tenía por destino la cooptación.
Antes claro, me gustaría expresar que un gran potencial que aún tiene es lo que entiendo como una “política del cuerpo”. La cual, a diferencia de la política heterosexual, excede la palabra; porque es vivencia propia a propósito de siglos de no existencia producto del violento proceso de colonización. No obstante, es esta a su vez, una gran debilidad si su forma de expresión continúa siendo en clave neoliberal. Porque hablamos de quien es l@ más fashion, incluso l@ más bonit@, y todo auspiciado.
Por cierto, comprendo el alto grado de precarización que viven (vivimos) las personas a las que denominan disidencias sexuales. Evidentemente, si hay que comer y Corona te permitirá esa posibilidad, pues adelante. La crítica es estructural y no personal, y expresa que hemos sido incapaces de articular comunidades autosustentables.
En este sentido, la cooptación pareciera inevitable; reforzada por una serie de referentes “disidentes sexuales” que no han trepidado ni vacilarán en continuar convenciéndonos que el fascismo se derrota con un voto, pero guardan el más cómodo y cobarde de los silencios frente a los atropellos en contra de comunidades mapuche, estudiantes secundari@s, inmigrantes y vendedor@s ambulantes; o que sus alianzas no sean con los pueblos, ni lxs parias, sino que con el gran empresariado. Referentes que se encuentran en el Congreso en la llamada Bancada Disidente que se ha dedicado a votar en acuerdo con sectores de la ultraderecha, para no solo continuar militarizando y aterrorizando el Walmapu, sino que cada vez más, al país en su conjunto.
Por tanto, para mí, eso que alguna vez entendimos como disidencia sexual: una heredera de las locas del 73, una ruptura, una grieta con la hegemonía, se ha transformado en un desfile identitario con demasiados auspicios. No hay fuga, solo una necesidad imperiosa por pertenecer a este sistema que solo comporta devastación. La disidencia sexual, entonces: ha muerto y no le han avisado. Es una pobre alma en pena que murió en Ñuñoa. De hecho, aunque disfrazada de cuerpo siempre fue solo una política de la palabra, como la política heterosexual.
¿Qué hacer? Es una pregunta muy fundamental. Como señala Leonor Silvestri, una no es Lenin para decir qué hacer. No obstante, ya que tengo esta pequeña tribuna, me permito sugerir lo siguiente.
Radicalizarse: Radicalidad que no es tal, porque si implica salirse del ciudadanismo brutal en que ha sido obturada la disidencia sexual, eso no es radicalidad es una acción mínima. Entonces, desciudadanizarse y habitar otras posibilidades en donde no estemos escandilizándonos cada vez que alguien se meta una bandera chilena en el ano, dejar de votar (anular supongo, porque les dio por obligarnos) y de inventarse que el fascismo se derrota con un voto. Eso en principio.
Lilit Herrera Contreras