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Derechos de la Naturaleza, una roca en el zapato de los antiderechos

En el proceso constituyente abierto en octubre del 2019, se ha venido posicionando con fuerza la demanda por el reconocimiento de la Naturaleza como sujeto de derechos. Hace pocos días se publicaba en otro medio virtual un catálogo de más de 50 candidaturas a convencionales constituyentes con propuestas medioambientales desde los distintos territorios, en su mayoría proclives a otorgar derechos a la naturaleza en la nueva Constitución ¿Cuál es la relevancia de esta demanda en el contexto actual? Aquí comparto algunas reflexiones para nutrir el debate.

Estamos en un momento histórico propicio para el cambio de viejos y disfuncionales paradigmas por principios acordes a nuestros tiempos, nuestras demandas y nuestras urgencias. Nuestra historia como humanidad ha dado un giro, podríamos decir suicida, en los últimos 200 años, empujando el tren desarrollista a costa de la Naturaleza y de nuestra posibilidad de subsistencia, cerrando los ojos a una realidad innegable, nuestra dependencia ecosistémica y la finitud de esta única Madre Tierra. 

El triunfo del capitalismo a nivel global impuso una visión antropocéntrica y utilitaria de la Naturaleza, concebida como un objeto apropiable y mercantilizable, con el objetivo de hacer crecer los mercados y sus ganancias en beneficio de minorías privilegiadas. Al situar el crecimiento económico en el centro de la actividad humana hemos relegado aspectos vitales a un rol secundario o invisible. 

Este nuevo y falso paradigma -del crecimiento ilimitado bajo la promesa de bienestar social- condujo a una desconexión del aparato productivo de su rol primario y evidente, la satisfacción de necesidades vitales. Vemos como hoy en día se producen y mueven grandes mercados en torno a la producción de armas, de plásticos de un solo uso, de tecnologías con obsolescencia programada, cosas que de ninguna manera tributan a la buena vida. 

Lo más grave de este frenesí productivo es que se sustenta sobre un imposible, la posibilidad de crecer ilimitadamente en un mundo que es finito, además de único y peculiar pues alberga lo que hasta hoy conocemos como vida. 

En la actualidad la situación medioambiental es alarmante, el uso indiscriminado de combustibles fósiles y una economía fundada en el extractivismo desregulado ha generado y mantiene en aumento el calentamiento global, el derretimiento de glaciares, zonas desertificadas, deforestadas y sacrificadas, extinciones masivas; lo cual en un escenario de agudas desigualdades sociales impide que millones de personas consigan sostener la vida en sus territorios. Las cifras son claras, nuestra huella ecológica como humanidad ha sobrepasado la biocapacidad del planeta, necesitaríamos 1,6 planetas tierra para producir al ritmo de consumo actual, un requerimiento imposible y que dramáticamente viene siendo advertido por la comunidad científica hace medio siglo. 

Si bien el problema es de carácter global, el desafío debe abordarse también a escala local, y en ese sentido, nuestro país encabeza tristemente el sobregiro ecológico a nivel latinoamericano con un índice de “consumo de planetas tierra” superior a 2,6. La visión de la Naturaleza como un objeto sumado al principio de subsidiariedad del Estado plasmado en la actual Constitución, lejos de poner la buena vida por sobre cualquier otra cosa, ha sido la justificación para el desfalco de la riqueza pública -sustentada en un extractivismo acéfalo- para garantizar ganancias al empresariado rentista, quienes se opondrán, junto a su séquito de diplomáticos antiderechos, a garantizar cualquier propuesta que vaya en contra de sus abundantes y concentrados privilegios.

Reconocer derechos a la Naturaleza significa reconocer su valor intrínseco en sí misma y no en función de otros, reconocer sus límites ecosistémicos, el valor de los seres vivos y no vivos que componen este entramado interdependiente del cual también somos parte, significa reconocer los límites biogeoquímicos y por supuesto respetarlos. Pero también, la superación de su percepción utilitaria por una visión vinculada al mundo indígena permitiría re-vincularnos como sociedades humanas de una forma armónica, reconociendo con humildad nuestra eco-dependencia y con profundo respeto a la biodiversidad que alberga nuestra gran Madre Naturaleza. 

Necesitamos recuperar la centralidad de la vida, velar por la justicia ambiental e intergeneracional, reconocer Bienes Comunes inapropiables tales como el agua, la semilla, las montañas o el clima, en beneficio de las comunidades y el Buen Vivir. El reconocimiento de la Naturaleza y sus derechos siembra un buen punto de partida para repensar y co-crear nuevas formas de habitar, en respeto y armonía con nuestro entorno. La tarea es grande, pero ya que despertamos, hagámosla completa. 

 

Foto que grafica esta nota: Akin Barría.
Elisa Giustinianovich Campos
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Nacida en el Bíobío en 1984 y enraizada en la región de Magallanes y la Antártica Chilena; dra. en Ingeniería Química, investigadora y activista ecofeminista. Integrante de la Coordinadora Feminista Punta Arenas, Parlamento de Mujeres de la Patagonia, Colectiva Rosas Silvestres, Red de terapias “Matríztica”, Red Austral de Acción Territorial y Organización Contratiempos. Amante de la naturaleza, las artes, el animé y las buenas conversas. Actualmente es candidata independiente de la Coordinadora Social de Magallanes, electa democráticamente desde sus bases para disputar las elecciones a convencionales constituyentes.

 

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Alicia Molina

Este artículo me interpreta plenamente. Consagrar los derechos de la naturaleza en la nueva constitución como principio fundamental será un primer paso para controlar el extractivismo desmedido que amenaza nuestra existencia y la de otras especies animales, vegetales y marinas…

Elisa Giustinianovich

Gracias Alicia por tu comentario, es urgente tomar conciencia y organizarnos para transformar, desde lo profundo y con amor por la tierra, las generaciones que vienen y todas las especies con quiénes compartimos este hogar. Saludos!

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