Cada acción contiene implícito un costo, ya sea en tiempo, en dinero, en sentimientos o en estados. Nuestra existencia, se va desarrollando en los desenlaces de lo que hemos vivido o sería mejor decir, de lo que hemos decidido. Vivimos en las consecuencias de nuestro pasado, así sea éste un pasado inmediato o uno lejano. Siempre estamos decidiendo con relación a todo. Incluso siendo muy niños ya hacemos elecciones, por supuesto, en forma irresponsable, porque nuestra “minivida”, debería estar a cargo de adultos sabios, y digo debería, porque, lamentablemente, no siempre es así. Pero de alguna forma, igualmente, a pesar de nuestra corta edad, elegimos. Los actos son como eslabones de una cadena y se agregan nuevos, a cada momento, hasta que llegamos al final de nuestro camino terrenal. Al decidir entre dos o más vías siempre queda la incógnita sobre qué hubiera ocurrido si la elección hubiese sido distinta. Nos vamos de este plano con ese desconocimiento; nunca sabremos cómo habría sido, optar por el otro carril, o el otro método, o lo que sea, porque sólo presumimos los resultados que hubiésemos tenido, pero en la práctica las presunciones suelen ser agobiantes, porque llevan a la idealización o a la demonización de la alternativa que no fue seleccionada. Y, sinceramente, qué sentido tiene analizar lo que no hicimos, lo que no preferimos en su momento. El tiempo que malgastamos en lamentaciones o ensoñaciones, por lo que pudo haber sido, es un tiempo muerto, desperdiciado y que podríamos utilizar, definitivamente de una forma más valiosa. Quizás, es cierto, que el camino que no tomamos habría sido mejor, pero nunca lo sabremos. De todas maneras, para ningún ser humano, existen los senderos libres de todo mal. Siempre hay algo: una piedrecita en el zapato, alguien que no nos comprende, algún error cometido y, por último, como en una obra de teatro, todos sin excepción, seremos, en algún momento, sacados de escena.
Hay quienes dicen que el destino estaba escrito, otros que uno hace su destino. Yo creo que ambas posturas son válidas, porque con circunstancias parecidas, de acuerdo a las decisiones tomadas por sus protagonistas, o a la forma en que utilizan sus energías, los resultados pueden ser absolutamente dispares. Por otro lado, está el supuesto azar, que podría unirse al destino escrito, porque quizás estaba diseñado para nuestro bien o nuestro mal el suceso azaroso que nos ha ocurrido. Algunos le llaman karma, pero si fuera así, provendría, igualmente, de fallos tomados en vidas anteriores.
También se podrían analizar otras variantes de la existencia, tales como: los instintos que conducen a los seres humanos, el mundo de las hormonas, las etapas de la vida, por citar algunas. ¿Quién resuelve en estos casos? Si alguien nos lanza una piedra, no concluimos esquivarla, lo hace nuestro reflejo instintivo de autoprotección, nuestra voluntad no interviene. Con relación a las hormonas, si éstas se descontrolan, nos pueden llevar por caminos muy inciertos, que no tomaríamos estando ellas equilibradas y por último lo que en una etapa de la vida nos parece una estupenda decisión, en otra nos parece que, fue un rotundo error.
No se puede retroceder en la vida, pero como la medición del tiempo es un constructo humano, cuando comiencen a rondarnos lamentaciones por elecciones pasadas o angustias por las actuales y futuras que debemos tomar, deberíamos, rápidamente, intentar salir del mundo de Cronos y buscar espacios en los que sea posible llegar al reino de Kairós, en el cual, realmente, se encuentra la paz, a pesar de cualquier decisión tomada o no tomada.
Fotografía: Ig: @mitbg000
María Alejandra Vidal Bracho
Pintora naif y escritora chilena nacida en la ciudad de Punta Arenas, Magallanes. Su trabajo literario se desarrolla a través de poemas, cuentos y reflexiones, relacionados con los sentimientos e ilusiones propios del ser humano.