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El escarabajo verde

Esto que les relato, a continuación, es algo muy bello, ocurrido durante un viaje, que, hace poco tiempo, realicé.  Yo esperaba en un andén, para hacer una combinación entre avión y bus cuando, de pronto, vi un escarabajo  verde, montado sobre mi maleta, sosteniéndose firmemente y sin intenciones de desfallecer. Con actitud resuelta, pero al mismo tiempo serena, me demostraba, sin dar pie atrás,  su inopinable y absoluta determinación de viajar conmigo.  Sentí temor por él, porque yo estaba ya en la fila para subir al bus y cuando tomaran mi maleta para introducirla al portaequipaje, el pobrecito, con seguridad, iba a terminar sus días de vida, trágicamente aplastado.  No quedaba tiempo para ir en la búsqueda de algún arbusto cercano y lograr  ponerlo, de ese modo, a buen amparo.  Como el recorrido que nos esperaba era largo, debíamos cruzar la tierra y el mar, opté por  envolverlo en un pañuelo de papel y llevarlo en mi bolsillo.  Con precaución resguardaría que contara, todo el tiempo, con suficiente aire para que no se asfixiara y así, cuando llegáramos a un lugar, donde hubiera algo de vegetación, lo dejaría en algún tallo. 

Iniciamos el viaje y yo, sin proponérmelo, entré en una consciencia diferente y altamente receptiva.  En ese sensitivo estado, mi pequeño nuevo amigo, comenzó a comunicarse conmigo. En una forma incomparable, él inició un diálogo sutil, sin palabras, sólo con ideas, hablándole a mi mente y a mi alma. Cada cierto tiempo, yo lo sacaba de mi bolsillo, para observar y comprobar que seguía sano y salvo.  Él movía sus patas y se estiraba un poco, para aquietarse otra vez.  Entonces yo volvía a protegerlo con el improvisado arnés.   

Tenía temas  variados, pero sus favoritos eran las historias acerca de otros caminos que había tomado, durante su existencia.  Me enseñaba acerca de la perenne humildad, que impregna eternamente a toda  la naturaleza, que él conocía muy bien.  Me contó, sobre las bellas mariposas, siempre vestidas de gala, que van deleitando a las miradas románticas.  De las hormigas laboriosas, tan bien organizadas para el trabajo y de las margaritas inútilmente deshojadas, por inseguros dedos pesquisadores de sentimentales respuestas.  Recordó a las piedras que, añosas y sabias, guardan sigilosamente en sus memorias, los senderos invisibles establecidos por  todas las huellas dejadas.  

Sus narraciones eran inagotables.  En todo momento, se expresaba feliz y lleno de seguridad.  No mostraba señales de dudas, aun sabiendo que dependía de mí, porque su vida estaba, literalmente, en mis manos.  Cuando íbamos cruzando el mar, de repente, me señaló una nube, que tenía forma de oso juguetón, y fue entonces cuando me dijo: ¨tú eres esa nube¨.   ¨Por la forma de oso¨ le dije y sonreí.  Te hablo seriamente insistió: ¨Tú y la nube, la hormiga, la mariposa y yo, en fin, todos, somos sólo uno.  No existen las separaciones.  La misma energía que te sustenta a ti, animando  tu cuerpo y tus sentidos, es la que mueve a la nube, a la bella mariposa, a la laboriosa hormiga, a la altruista margarita, permite ser a la piedra  y además, provoca este oleaje amistoso.  La gran diferencia es,  que tú estás algo pre-ocupada por el próximo arribo y por lo que harás cuando lleguemos y en cuál flor me vas a dejar o si me olvidas y en un descuido, sacas el pañuelo y me arrojas al océano por accidente.  Yo no temo, la nube tampoco y menos este mar.  Estamos unos tan vivos como los otros, pero tú conoces el temor.  Te has preguntado “por qué”.  Sinceramente no encontré la respuesta.  Él continuó: “intenta cambiar tu consciencia, eso te liberará.  En la medida que cedas el control a la energía vital, tú serás libre.  Es lo que hemos decidido, en un tácito acuerdo,  los demás.  Sólo el ser humano se angustia con anticipación.  Si, por error, me lanzas de tu bolsillo y muero, mi energía se transformará y viviré en otro elemento del Universo, pero viviré igual.  Aprende cada día de las nubes.  Observa como van por el cielo en perpetuo peregrinaje, bajan a la tierra convertidas en gotas de lluvia, para trabajar humedeciendo los brotes.  Luego ascienden nuevamente y siguen su marcha guiadas por el viento en paz y sin desconfianzas.  Ningún encuentro es casual, tú y yo teníamos que hacer este viaje juntos.  Aguardé por ti, durante días, en el árbol cercano al andén.    No sabía que te esperaba, yo sólo permanecí ahí.  Algo hizo que no deseara trasladarme,  hacia otro sitio.  Cuando te vi, supe que eras tú el motivo que me detenía.  Salté  cuando pasabas  y  trepé, con fuerza, a tu maleta roja.  Que alegría tuve, cuando me viste y decidiste protegerme.  Pero no fue algo anecdótico.  Tú y yo fuimos creados para conocernos.  El azar no existe, todo está escrito y diseñado en este plan perfecto”.  

Así fue como, después de una tarde completa de viaje, alcanzamos  nuestro lugar de destino.  En un nuevo andén nos llegó la hora de  despedirnos.  Dejé a mi bello amiguito verde, sobre la hoja más estable y fresca, que encontré, en un majestuoso árbol  de tronco ramificado y de prominente follaje.  Las despedidas son tristes ¨me apena dejarte¨ le dije.  El nuevamente me conversó en secreto y  contestó: “nunca me dejarás, porque ya soy parte de ti y tú de mí.  Sólo confía”.  Y se fue por entre las ramas. 

Mis ojos se quedaron fijos en él, hipnotizados por su plácido andar.  Mi ensoñación se interrumpió cuando, de súbito, oí gritar mi nombre.  Eran los amigos que me esperaban y llegaron a buscarme.  Obligatoriamente debí girar, para recibir sus abrazos de bienvenida.  Luego de responder a sus saludos, sonrisas y preguntas, volví la cabeza intentando hallar, con la mirada, a mi querido, verde y tierno compañerito de viaje, por supuesto, ya no lo vi.

Fotografía: Susanne Jutzeler

María Alejandra Vidal Bracho
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Pintora naif y escritora chilena nacida en la ciudad de Punta Arenas, Magallanes. Su trabajo literario se desarrolla a través de poemas, cuentos y reflexiones, relacionados con los sentimientos e ilusiones propios del ser humano.

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