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Mujeres amando a  otras mujeres

Siempre he considerado imprescindible basar la narración de un tema en la experiencia empírica, en la vivencia que subyace en la piel del alma, sobre todo cuando se trata de exponer las emociones. Y es a propósito de la experiencia del amor entre mujeres que hilvano estas líneas invocando a este sentimiento que nutre, de todos los colores y matices, a nuestro género.

Ocurrió de madrugada en un lejano punto de nuestro territorio austral, las llamé con una suave ironía, “las sobrevivientes”, pues con esfuerzo, muy mal disimulado, las chicas apenas si podían apoyar sobre el suelo de nuestra cabaña, las plantas de sus atormentados pies ya descalzos, sin cueros ni hebillas que impusieran rigidez a los pasos que durante la expedición, recién concluida, habían debido imprimir sobre el terreno, en tanto se empeñaron por cumplir con el propósito de su viaje. Ellas habían partido hacía menos de veinticuatro horas desde Punta Arenas obedeciendo a una estampida de adrenalina y a esos vehementes impulsos que, a algunos seres, someten las voluntades. Fue así que apenas finalizada la jornada laboral habían reunido algunos elementos, pocos la verdad, dentro de los cuales meritoriamente estaba presente un generoso botiquín y ya, mochila al hombro, habían partido las tres amigas a la aventura del fin de semana.  Lo habían resuelto sin mayor preparación, sin mayor conocimiento de las demandas concernientes a la proeza que realizarían, pero con un deseo superior que las impulsaba a hacer algo “por primera vez en la vida”, algo nuevo, algo solo pensando para sí mismas: conquistar la base de las Torres del Paine.

Casi concluido el desafío, muchas horas después, advirtieron que no cargaban los necesarios sacos de dormir, algún inconveniente… no recuerdo bien, enfrentaron para armar la carpa o simplemente no la portaban, el asunto es que allí estaban arrimadas a nuestro fuego amalgamando sus existencias con las nuestras.  De una en una, sin mayores formalidades, con la mejor de las tenidas que puede vestir una mujer en un escenario como ese, con los cabellos recogidos de la manera más cómoda que se puede acicalar, por ejemplo, una larga melena rubia, una de las chicas lucía esta cabellera, y con las correspondientes marcas que esculpen en los rostros las feroces jornadas, llenas de gozo y libertad se unieron a nosotras estas improvisadas senderistas, conformando así un grupo heterogéneo de siete perfectas desconocidas, quienes, sin importar las edades, oficios, profesiones, estados civiles ni preferencias de ningún tipo, ascendimos a ese mágico espacio donde solo las mujeres logramos convertirnos en cómplices, consejeras, guías y maestras, descubriéndonos como amigas de toda la vida. Yo las amé, amé la magia de ese encuentro, solo fuimos mujeres escuchando a mujeres con otras vidas, con otras esperanzas.  El amor entre mujeres posee esa sustancia dulce e inefable que refresca y acaricia cada poro de la piel del alma, y que activa en el cerebro una real y potente explosión de felicidad.

Fuimos mujeres escuchándonos libres, sin prejuicios, validando y dando sentido a nuestras frustraciones, a nuestras fortalezas y a nuestros sueños, riéndonos, legítimamente, de nuestras desgracias, y algunas de ellas ¡vaya que eran demoledoras!, como deben ser las auténticas desgracias.  Una de estas nuevas amigas confesó que, con esta excursión, y luego de once años de permanecer casi como habitando un mundo paralelo, y potenciada por sus otras dos compañeras, en esas horas vivía su primer gran momento, algo, una acción solo por ella y para ella.  Esta chica había existido como aquellos seres que se inmolan por los otros, todos sus sueños, desde los más ínfimos a los más grandes, durante mucho tiempo, habían sido pospuestos por los sueños y las necesidades de los demás, ¡qué manera de identificarnos, unas y otras, con su relato!

Aquella madrugada, el claroscuro horizonte, vio deslizar un sinfín de relatos que nunca tuvieron el ojo escrutador ni el veredicto de culpable o inocente de quienes participamos del encuentro. Otra chica, en otro momento, nos instruyó respecto de su capacidad de decir: “No al cepillo de dientes de la pareja”. Ella es una mujer joven, profesional, independiente y que ha tenido la inteligencia y sagacidad de no admitir que ningún varón se adueñe de su espacio físico personal cuando ella aún no lo ha aprobado; y este espacio sagrado lo defiende con dientes y muelas, tanto así que cuando ha debido actuar, luego de alguna jornada compartida, ha sido enfática en negarse a brindar asilo, en su hogar, al cepillo de dientes de la pareja.  Afirma que acceder a esa simple prerrogativa, en forma prematura, no resulta adecuado, sino que es necesario blindar, el tiempo que sea preciso, el espacio personal, pues según sus planteamientos, el momento de ceder territorio físico debe corresponder a una sincronía entre los involucrados. 

Finalmente, y en la reflexión, cabe preguntarse, ¿por qué sucede que las mujeres, aun contando con la existencia de una pareja, de un marido, quizá de un “alguien sin definición temprana” en nuestras vidas, nos sentimos más libres, más auténticas, más cómodas entre mujeres?, y ello considerando que nuestro mundo se ha obsesionado en presentarnos a las mujeres como enemigas de las otras mujeres. Advierto que la respuesta es simple: por la empatía. Porque todas venimos del mismo origen, todas somos producto de un universo que ha endiosado la figura masculina y donde, no todos, pero la gran mayoría de los seres que compone dicho colectivo, casi desde la cuna han sido revestidos como jueces que aprueban o reprueban las acciones y las conductas, y la emotividad femenina. 

En esta ocasión fue en la Patagonia chilena que se produjo el inesperado encuentro, pero todos sabemos que sucede a diario: la fila del supermercado, el trayecto de un viaje en avión, la tediosa espera de un hospital se transforman en el lugar preciso donde las mujeres descubrimos amigas, amigas de toda la vida. Y aquí me permito citar un muy sentido recuerdo hacia mi querida y fiel amiga Faby Gantier quien, desde hace poco más de doce meses, habita el cielo. Ella es una mujer que conocí, hace muchos años, precisamente mientras una y otra integraba la larga fila de una oficina pública, donde esperábamos pagar el permiso de circulación de un vehículo; siempre en mi corazón, Faby querida. ¡Seamos de esas Mujeres que están amando a otras Mujeres!

Fotografía: ig @alinevianafoto

Rina Díaz Jiménez
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Escritora. Puerto Natales. Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile y Consejera Regional de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de la región de Magallanes. Su trabajo literario se caracteriza por un certero compromiso con los temas sociales fijando el énfasis en las temáticas de género.

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